La historia de la explotación pesquera ha dado lugar al surgimiento de los Gatos. Generalmente son jóvenes que, en el recorrido que los camiones hacen desde el lugar de desembarque y la pesquera donde procesarán el pescado, para convertirlo en harina o para exportarlo, se suben a estos, abriendo sus escotillas o los receptáculos que llevan la pesca, echándola abajo para después recojerla.
El jóven escritor chorero Arnolfo Cid ha recreado la vida de estos jóvenes en un cuento que ha sido publicado en su libro Perversiones en la Ciudad y sobre el cual respondió lo siguiente.
¿Cuales son las temáticas recurrentes en tu libro y qué has querido plasmar en sus cuentos?
A través de diez cuentos que contiene el libro se pretende invitar al lector a sumergirse en un recorrido por diversas situaciones que desenmascaran la moral que impera. Utilizando dosis de humor negro y un lenguaje crudo, exento de hipocresía, se abordan las más brutales y sórdidas realidades.
Los relatos conforman una atmósfera satírica y critica que se burla de lo convencional, lo protocolar y lo establecido. También se rescatan realidades que se han invilizados por el transitar de los años. Como es el caso de "Los Gatos", historia que nos describe la formas de vida de sobrevivencia que se conformaron a partir de la extracción indiscriminada del jurel en los años ochenta. O "Entre Double Dragon y prostitutas" que narra a partir de los ojos de los ojos de los propios involucrados la realidad cruda de la prostitución infantil. Otras temáticas presentes en el libro son el doble estándar presente en una sociedad arribista, la violencia, el trabajo enajenado y la represión sexual. Entre otras.
¿Cuando fue publicado el libro y desde qué fecha empezó la creación de los cuentos?
El libro se públicó en Enero de este año. Pero la recopilación de cuentos corresponden a distintos tiempos, de hecho la historia más larga "ENTRE DOUBLE DRAGON Y PROSTITUAS" se escribió hace más menos cinco años atrás.
"Los Gatos" también se extrajo de una obra de dramaturgia que yo había escrito hace años atrás con la idea de montarla. Los otros cuentos se escribieron ya pensando en la publicación del libro, y el trabajo se prolongó más menos en un año.
¿Cómo se puede conseguir el libro?
El libro se ha hecho 100% autogestionado, de las 200 copias aproximadas que se han vendido las he fabricado de forma personal bajo una editorial propia KURRAKEWUN. Pero ahora la biblioteca del CSO El Eskombro me está ayudando a sacar una nueva edición que en estos días debería salir a la venta.
El libro se puede adquirir en la misma biblioteca, en la librería del Jota (Diagonal PAC) y a través de mí. (poniéndo un comentario bajo este artículo)
LOS GATOS
Venían corriendo varias cuadras, Michel fue el primero en doblar la esquina, era un atleta por excelencia, si hubiese nacido con otra condición social, estaría disputando medallas en el deporte de alto nivel, avanzó varios metros más y miró hacia atrás, Moisés aún no asomaba. Se detuvo a esperarlo, los segundos se hacían eternos, su corazón saltaba como queriéndose arrancar del pecho. Tuvo tiempo para imaginarse lo que le sucedería a su compañero si no hubiese logrado arrancar, eso sí que sería una tragedia, pensaba. La intensidad de la adrenalina que sentía se calmó un instante al ver aparecer a Moisés. Corría visiblemente agotado, aún no soltaba la pesada malla.
– Corre Michel vienen atrás mío. Gritó con su último aliento mientras corría.
Ambos continuaron huyendo, sólo faltaban algunos metros para llegar al muro. Saltándolo supuestamente estarían a salvo. La gente del barrio por donde trataban de fugarse, observaban la persecución por las ventanas de sus casas. La presencia de la policía los atemorizaba, eran tiempos de miedo. Los pacos que los perseguían desde hace varias cuadras, venían agotados, no poseían las condiciones físicas para alcanzarlos, corriendo no tenían ninguna posibilidad con los gatos. Uno de los policías no logró seguir la persecución, se detuvo, estaba sin aire, se agachó tratando de recuperarse, inmediatamente desenfundó su revólver, apuntó al cielo, que se encontraba sin ninguna nube, únicamente las gaviotas descoloraban el imponente celeste, disparó dos veces, gritando.
– Deténganse ahí mierdas. Volviendo a realizar un disparo más al aire.
Los amigos no se detuvieron, algunas personas vociferaban insultos a los pacos, otras gritaban de histeria. Moisés ya no tenía fuerzas para seguir con la malla y debió soltarla. Por lo cerca que estaban los pacos era imposible hacerla pasar por el muro. Trató que el pescado que contenía su red se esparciera por el pavimento. Mujeres y niños al ver el jurel en el suelo se acercaron de inmediato a recogerlo. La muchedumbre sirvió de obstáculo para el libre avanzar de los pacos. Michel y Moisés lograron saltar el muro y continuar su huida por los rieles de ferrocarriles. Los pacos exhaustos recuperaban el aliento a la espera que los recogiera el carro policial que debía venir posteriormente. Era imposible que saltaran el muro, no sólo porque su estado físico se lo impedía, sino también porque lo que había detrás de esos muros era un territorio hostil para ellos. La calle colmada con el pescado que había lanzado al suelo Moisés, se limpió rápidamente. Uno de los vecinos guardo la red vacía. Sabía que ellos volverían a buscarla, no era la primera vez que ocurría. De alguna forma, a aquellas personas les beneficiaba vivir cerca de la avenida principal por donde transitaban los camiones, el pescado que botaban los gatos muchas veces era lo único que tenían para comer. El furgón blanco y negro de la policía apareció y se llevó a los dos fatigados pacos. La persecución había finalizado.
Los gatos una vez que sintieron el suelo al otro lado del muro, solo corrieron unos metros hasta colocarse a salvo. Luego caminaron con prisa y atentos. No hablaban mucho, no era lo habitual, Moisés no podía disimular la preocupación por la suerte que había ocurrido con María, a ratos chuchaba:
– Pacos culiaos. Golpeando el fierro de los viejos carros.
Michel que estaba quizás más preocupado que su amigo, lo disimulaba bien, opto por el silencio. Se detuvieron un instante por obligación, existían dos caminos para llegar a su población, eligieron el de la línea del tren, en él estarían más seguro, la policía sólo podría seguirlos a pie, lo que era poco probable. Comenzaron a caminar entre los carros de trenes, muchos de ellos estaban abandonados, dados de baja por su antigüedad. Todo el espacio que recorrían correspondía a la vieja estación Arenal.
El susto ya había quedado atrás, ahora solamente era preocupación por el resto del grupo y por María. Moisés se subió a los viejos carros y caminaba por los techos de ellos. Así avanzaban, Michel por los durmientes y Moisés por arriba de los trenes. Decidieron esperar un momento antes de salir de la estación. Por lo cochina que estaban sus vestimentas y el olor a pescado podrido hacía difícil disimular la actividad a la cual se dedicaban. Sólo debían pasar por atrás de la cárcel para estar completamente librados. Qué paradoja, arrancaban de la policía y tenían que caminar en dirección hacia la cárcel para salvarse. Era una distancia corta la que debían recorrer desde la salida de la estación hasta la prisión, el problema es que era una calle muy transitada en la cual se encontraba un pequeño retén de los pacos. Optaron por correr, era una de las cosas que mejor sabían hacer.
Lograron entrar a la población, inmediatamente se encontraron con las paredes de la vieja cárcel que colindaban con los rústicos ahumaderos de Jurel. Comenzaron a buscar al resto de sus compañeros de grupo, especialmente a María. Se dirigieron rápidamente a los ahumaderos. Uno de los hornos que allí había era de la abuela de Moisés y María. Ella con otras mujeres ahumaban el jurel que lograban conseguir sus nietos. Existían por lo menos veinte casuchas a orillas de la cárcel donde se ahumaba el pescado. Otras tantas se dejaban ver atrás del cementerio, esas correspondían a familias de gatos que trabajaban en el otro territorio.
Nadie tenía noticias de María ni del resto del grupo, optaron por no contarle a la abuela, a su edad las impresiones podían ser fatales. Comenzó a rondar la idea que los hubiesen tomado preso. La angustia crecía en Michel a medida que pasaba el tiempo. Moisés ignoraba el romance que tenía Michel con su hermana, aparentemente nadie lo sabía. No se demostraban ni el más mínimo cariño cuando estaban juntos en público. Sólo eran compañeros de trabajo y nada más. Siguieron buscando por la población, fueron a las casas, ningún rastro de ellos, ya había pasado una hora de la persecución. De pronto vieron una polvareda a lo lejos. Venía galopeando velozmente Mal Parido, y arriba del carretón que la bestia tiraba, venían María y el resto del grupo. Michel por fin pudo deshacerse de la angustia que ocultaba. Moisés sonreía como un niño, su abuela y su hermana era lo único que él tenía en su vida. El resto del grupo sintió también alivio al verlos. Hasta Mal Parido relinchaba de alegría. El grupo había logrado rescatar la mayoría del pescado extraído. Eran como una gran familia, esa noche comieron y se emborracharon juntos.
Al día siguiente no trabajaron, siempre que ocurría una persecución tan directa con la policía optaban por retirarse unos días. Últimamente el acoso de los pacos se había intensificado y debían desarrollar nuevas estrategias. El Viejo Lucho, era como el papá de todos, Mal Parido era su joya. El decidía cuando se trabajaba o cuando se paraba. Nadie cuestionaba sus decisiones, ya que gracias a él, ninguno del grupo había caído preso. No era un hombre autoritario, escuchaba todas las opiniones, pero al final la decisión la tomaba él, nadie lo cuestionaba, no porque él no lo dejase, sino porque todos creían en él. El Viejo Lucho había aprendido las técnicas de recuperación hace algunos años cuando debió esconderse en Coronel. Allí trabajó con los perros sacando el carbón de los trenes. Fue uno de los primeros gatos, perdió una mano al caer de un camión, desde entonces se aferró a Mal Parido. Antes de sacarlos a la calle los entrenaba como si estuvieran en un ejército, la disciplina que mostraban en la calle los diferenciaba del resto de los grupos de gatos. Para el Viejo Lucho, Moisés, María y Michel eran sus regalones, la edad de ellos lo hacía verlos como hijos. Se opuso mucho tiempo antes de aceptar a María. Era inconcebible para él, que una mujer se subiera en movimiento a los camiones para sacarle el pescado. Definitivamente con María no pudo, ella era la primera en ir a entrenar, era una de las más ágil y con la mayor sangre fría. Esa mañana pasó a buscar a los dos hermanos para que lo acompañen a observar al puerto, Michel no podía, era el único del grupo que estudiaba. Tenía diecisiete e iba en octavo básico. Definitivamente el estudio no era lo suyo. Le había pedido muchas veces a su mamá, que lo dejara retirarse, para trabajar únicamente como gato. A ella no le degustaba que su hijo fuese gato, pues gracias a eso podían vivir relativamente bien, pero quería que su hijo se educase, que llegará al liceo y fuese como decía ella, alguien en la vida. Para Michel el ser gato significaba ser alguien en la vida. El trabajo de los gatos era sacrificado y con mucho riesgo, pero gracias a ellos podían sobrevivir muchas familias de la población.
El jurel que extraían desde los camiones, una parte iba a parar a los ahumaderos, luego se vendían en las ferias o en el centro. Otra parte iba directamente a la alimentación de las personas. Eran tiempos difíciles, no había mucho que echarle a las ollas en esos años. El jurel que lograba sortear el peaje de los gatos, que eran miles y miles de toneladas, iba en su gran mayoría a la industria de la harina de pescado y luego a los países asiáticos. Dejando en el puerto solo hediondez y contaminación. Eso lo sabían muy bien los gatos, el trabajo que realizaban no lo veían como robo sino una forma de ganarse la vida.
El Viejo Lucho usaba un sombrero que le cubría los ojos, lo que quedaba de su mano izquierda siempre iba en uno de sus bolsillos, él no salía mucho de la población, si no fuese para ir a trabajar. Los gatos vestían bien, se compraban la mejor ropa, nadie los relacionaba como gatos cuando no usaban su ropaje de trabajo. Camino al puerto se podían ver el transitar de los camiones, uno tras otro. Él recorrido que debían hacer desde el embarcadero donde recogían el pescado hasta las fábricas donde lo transformaban en harina, eran más menos veinte cuadras. Ahí operaban los gatos, con los otros grupos tenían el territorio dividido. Los camiones tenían varios caminos como alternativa.
Al Viejo Lucho le preocupaba la persecución del día anterior. Últimamente el encuentro con los pacos era más frecuente. Muy pocas veces habían disparado, sospechaba que los cuidadores de los intereses de los chinos, estuvieran preparando operativos para agarrarlos. María miraba continuamente su reloj, sólo quería que pasara la hora para ir a buscar a Michel a la escuela. Debía tramar como apartarse para que Moisés y el Viejo Lucho no se diesen cuenta. Hacía calor esa mañana, debían ser pacientes para observar, Moisés fue a comprar una bebida Free para refrescarse. El viejo lucho se dio cuenta que a María algo la perturbaba.
– ¿Qué ocurre María? te ves nerviosa.
– Nada.
– ¿De verdad? puedes confiar en mí.
– En serio don lucho, no me pasa nada.
A María le costaba urdir algo, no era lo suyo mentir, opto por un poco de sinceridad, debía aprovechar la ausencia momentánea de su hermano. Quedó mirando al Viejo Lucho con los ojos más dulces que podía colocar.
– A ver dime qué ocurre María.
– Lo que pasa, es que debo juntarme con un amigo, y usted sabe como es el Moisés.
No eran escasas las veces en que Moisés había entrado en riñas con muchachos que trataban de acercarse a María.
– Pero anda, vete enseguida, antes que llegue él, yo invento algo.
– ¿Y si se da cuenta?
– Anda dije. Pronunció serio y autoritario el Viejo Lucho.
María se retiró rápidamente por la calle contraria a la que su hermano se había dirigido a comprar. Inmediatamente volvió Moisés, traía tres gaseosas en la mano, paso una al Viejo Lucho, luego miró hacia todos lados buscando a María para darle su bebida.
– ¿Y María?
– Le pedí que hiciera un trabajo secreto.
– ¿Qué clase de trabajo?
– Es secreto.
– ¿Pero dónde? ¿hacia donde fue?
– Ya no preguntes más, es una misión secreta te dije.
El Viejo Lucho tomó de un hombro a Moisés y lo dirigió cerca del puerto, a una distancia prudente, ahí podían observar como el pescado era bajado por unas cintas transportadora desde los barcos hacia unos embudos que lo depositaban directamente a los camiones. Una vez llenos, un hombre encargado de acomodar la carga cerraba con seguro una compuerta superior, dejando totalmente hermético el recipiente. Luego el camión partía, antes de salir del muelle, se dirigían a una pesa donde se verificaba el tonelaje de la carga, en las afueras vigilaban dos guardias acompañados de unas inmensas fieras. El proceso de carga sólo duraba unos minutos. Algunos camiones eran escoltados por carros policiales o camionetas de las mismas pesqueras.
María luego de apartarse de la tediosa labor de observar hasta que ocurriese algo, comenzó a caminar rápidamente, no tenía mucho tiempo para llegar antes que Michel se retirara de la escuela, era largo el camino que debía recorrer. Michel no sabía que María lo visitaría ese día. María poseía marcados rasgos masculinos, hablaba y se expresaba como los hombres, cuando vestía su gorro de lana y los pantalones con los cuales trabajaba, era imposible identificarla como mujer. Esa mañana vestía una falda hasta la rodilla, sus piernas eran hermosas, tenía un culo que invitaba a posar sus manos en él. Era una morena rica, Moisés muy pocas veces se apartaba de ella. Más que su hermano a veces parecía su carcelero. Faltaban un par de cuadras por llegar a la escuela, cuando se escuchó sonar la campana de las dos, era la hora de salida. Corrió lo más veloz que pudo, la falda que llevaba le impedía dar pasos largos. La salida de la escuela estaba cubierta por una jauría de niños, todos con su vestón azul y su camisa celeste. Parecían ser iguales. La escuela donde iba Michel era sólo de hombres, era difícil para una mujer abrirse paso entre ellos, María cuando se ponía nerviosa le daba por escupir, en ese momento estaba como un guanaco. Los niños más pequeños la piropeaban, los más grandes la ultrajaban con las cosas que le decían. María sabía manejar las situaciones, pero con esa tropa de púberes mirando aquellas exquisitas piernas era imposible. De pronto uno de los colegiales se aproximó en demasía hacia a ella. Parecía un perro en celo, María se asustó. El quiltro libidinoso estaba a punto de abordarla cuando aparece Michel desde atrás, empujándolo con sus dos manos abiertas en el pecho.
– Qué te pasa Huacho culiao. Dijo enfurecido.
El niño cayó al suelo, al ver que se trataba de Michel se paró y corrió para que no lo golpeara. Michel era respetado, la edad y el porte que tenía, lo ponían en una posición jerárquica en aquella escuela. Tomo la mano de María, ya los piropos habían cesado. Unos metros más allá María soltó la mano de Michel, le daba pudor que alguien los viera así. Ella aún escupía de vez en cuando. Se dirigieron a la playa detrás del morro, no andaban muchas personas. Se colocaron tras unas rocas, se abrazaron tiernamente, no hablaban mucho. Ella se cobijaba en su pecho y ronroneaba como un juguetón gato, a ratos se daban eternos besos, la respiración que los mantenía la generaban los dos. Podían estar horas enteras abrazados, besándose. Su entrega de cariño no pasaba más allá, ninguno de los dos había tenido sexo nunca. Ese día parecía ser especial, que María lo hubiese pasado a buscar para él tenía un significado personal, sentía retribuido el cariño que él le daba. El la abrazo fuertemente, besó esa dulce cara, babeaba en su cuello, se decidió a ir por más, comenzó a subir su mano desde la cintura hacia una de sus tetas. Por la temperatura de la situación ella las tenía duras. Michel podía llegar a sentir el pezón endurecido en su pecho. Su mano avanzaba lentamente, por fin lo estaba logrando, puso una de sus manos sobre una de las hermosas tetas. No alcanzó a apreciar la sensación que producía, cuando recibió en el lado derecho de su cara la mano abierta de María, el golpe fue tal, que quedó aturdido por unos momentos. María no decía nada, sólo escupía desafiante. Michel perplejo, únicamente atinó a decir que lo perdonara, los dos mantuvieron silencio largo rato. María ya no escupía, él sólo pensaba en el paso que había dado en su relación, no sabía si se atrevería hacerlo nuevamente, pero si le había gustado. Luego de un rato ella se acercó y lo abrazó de nuevo. Esa tarde Michel no volvió a atreverse. Antes de oscurecer decidieron volver a casa, se fueron de la mano hasta la entrada de su población.
En los días posteriores tampoco se trabajó, el resto de los gatos comenzaron a preocuparse, los ingresos que recibían era para necesidades inmediatas, vivían el día a día. El Viejo Lucho sabía eso, así que no podía tomarse mucho tiempo para generar una nueva idea. Luego de tres días de observación, reunió al grupo, él no hablaba mucho de su pasado, pero sin duda tenía cierta formación de líder. Todos escucharon atentos el diagnóstico que expuso en palabras simples el Viejo Lucho. Las modificaciones a la operación de su trabajo no eran muchas, pero si determinantes. Ya no saldrían de su población vestidos con la ropa de gato. El viejo lucho ya había seleccionado sitios estratégicos para cambiarse de vestimentas. El carretón que usaba y donde transportaban el jurel no podía ser tan visible. Llegar con el jurel a la población era lo más difícil del trabajo. El Viejo Lucho había observado que no sólo los pacos andaban tras ellos, autos sin patentes daban muchas vueltas a los alrededores, no era una buena señal y él más que nadie lo sabía. Entre los otros grupos de gatos también estaba la intranquilidad por la cantidad de hermanos que estaban cayendo presos. Se decidió probar la nueva estrategia. Salieron a medio día, todos elegantemente vestidos. Eligieron distintos caminos para llegar al punto de reunión. Se juntaron en unos pastizales al lado de la línea del tren, cerca de una de las calles principales. Todos estaban emocionados por la nueva forma de trabajar, el hecho de usar el factor sorpresa aumentaba la adrenalina previa. Ya estaban todos vestidos, guardaron su ropa limpia en bolsas. El Viejo Lucho llegó con Mal Parido, paso lentamente al lado de ellos y les arrojó las mallas. El tío Pelao que vigilaba en la esquina principal, debía dar el silbido que anunciaba que la operación debía empezar. Michel tomaba la mano de María, disimuladamente y la apretaba, pasaban los minutos y la espera se hacía eterna, de pronto el silbido. Michel y María corrieron primero siguiendo al loco Juan. El loco Juan era el que llevaba el napoleón para romper el seguro de la compuerta superior de los camiones. A la vez se trataba del más rápido del grupo. El chofer del camión al verlos procedió a aumentar la velocidad, el loco Juan ya estaba arriba, luego Michel se colgó rápidamente por la puerta trasera y ayudó a subir a María. El loco Juan ya había cortado el seguro. María abría las mallas, y ambos la llenaban con jurel, luego la soltaban a la calle. Lanzaron la cuarta malla llena, y comenzaron arrojar pescado a la calle que luego recogía la gente que se agrupaba en las veredas a la esperaba que los gatos actuasen. El Viejo Lucho movía su carretón y Moisés tiraba las mallas arriba, luego se cubrían con sacos, y el viejo lucho emprendía la huída solo. Bajarse de los camiones era lo más difícil para los gatos, muchas veces se golpeaban al caer. Ellos con el tiempo habían desarrollado técnicas que le permitía lanzarse y rodar por el suelo sin que nada les pasase. El loco Juan ya había bajado, el camión había avanzado ocho cuadras, no se debían alejar mucho del grupo, la extracción debía ser certera y rápida. María y Michel se bajaron del camión e inmediatamente comenzaban a correr contra el transito, el loco Juan los esperaba, se unió a ellos y continuaron corriendo hasta reunirse todos. Cada vez los tiempos se acortaban, las nuevas estrategias habían sido útiles, esa tarde no vieron a los pacos. En la población los esperaba el viejo lucho, inmediatamente se repartía el pescado. La parte que vendían en los ahumaderos les proporcionaba dinero inmediato.
Michel y los hermanos decidieron celebrar en el centro. La ganancia obtenida ese día les permitía darse algunos lujos. Comieron churrascos y helados, luego estuvieron unas horas en los videos juegos, finalmente decidieron entrar al cine Dante, estrenaban una película de Stallone. Moisés estaba emocionado, ir al cine era todo un acontecimiento, se sentó en medio de los enamorados. La cara larga de María era evidente. Michel descartaba la oportunidad para atreverse a tocar nuevamente una teta de María. Los otros del grupo que eran mucho más mayores se quedaron en la población bebiendo. El loco Juan se embriagaba fácilmente y no paraba de hablar, esa noche había trasmitido mucho, dormía hace un rato. El tío Pelao y el Viejo Lucho conversaban sobre el futuro. Algo pasaba con el jurel, el tránsito de camiones había disminuido, y la persecución a los gatos aumentaba. Ellos conocían los rumores que decían que el jurel se estaba acabando, las mallas cada vez se llenaban con pescado más pequeño. Reflexionaban de los por qué mientras bebían vino. Ya era muy tarde, el Viejo Lucho agarró del brazo al Loco Juan y lo llevó a su casa. No se atrevió a entregárselo a su mujer, era cien veces más loca que Juan. Lo dejó en la puerta, golpeó y se puso en una esquina, al ver que encendieron la luz se retiró rápidamente. No vivía muy lejos, por la hora las calles se encontraban vacías, en ninguna casa se veía luz, esto no atemorizaba al Viejo Lucho, era su población. Había bebido bastante, no era lo usual en él, a ratos se iba encima de los cercos, le faltaba caminar poco para llegar a su casa, su esposa debía estar roncando, imaginaba él. Metió su mano derecha al bolsillo para buscar su llave, cuando de pronto sintió un brazo en su garganta que lo estrangulaba, luego otro hombre lo tomó del pelo y lo introdujo dentro de un Lada blanco. Un tercer sujeto al interior del auto lo recibió golpeándolo con una pistola en la cabeza. El auto comenzó avanzar lentamente con sus luces apagadas. El Viejo Lucho pedía que lo soltaran tratando de forcejear con ellos, esto enfurecía aún más a los sujetos que le rompían un ojo con los fierros que portaban. Se detuvieron en los ahumaderos al lado de la cárcel.
– No te gustaba robar pescado, gato culiao.
– Ahora vas a ver concha de tu madre.
Uno de los hombres sacó un filoso corvo y en cuestión de segundos corto la única mano que poseía el viejo lucho. Este dio un grito desesperado, sabiendo que nadie saldría en su ayuda. Inmediatamente lo tomaron y lo introdujeron en uno de los hornos. Cogieron palos, bolsas de basura de los alrededores y encendieron el fuego. El Viejo Lucho daba gritos desgarradores, mientras en el ambiente se podía olfatear el olor a carne humana quemada. Esto no perturbaba ni detenía en lo más mínimo a los carniceros. Uno de ellos repartió cigarros y los tres fumaban mientras se consumía el fuego. Los gritos del Viejo Lucho cesaron. A lo lejos se escuchaba el relinchar triste de Mal Parido. Uno de los gendarmes que vigilaba sobre la torre de la cárcel. Observaba indiferente la situación. Dos de los hombres jugaron a piedra tijera papel, el perdedor sacó del maletero unos guantes y un costal, se puso una mascarilla abrió el horno y extrajo los restos del Viejo Lucho. Antes de que se cerrara el saco, el más pequeño que lideraba a los otros dos, señaló la mano cortada del Viejo Lucho, que yacía en el suelo, la introdujeron al saco y luego en una bolsa. La metieron al auto y salieron rápidamente de la población. Se dirigieron a los cerros del puerto, abrieron nuevamente el saco, el olor era más intenso, pusieron unas enormes piedras al interior y lo lanzaron al mar. Los restos del Viejo Lucho quedaron ahí sumergidos en la profundidad de las aguas. Los tres sujetos observaron un rato que el saco no saliera a la superficie, mientras bebían una botella de coñac, iluminados por una gran luna llena, luego de unas horas se convencieron que el bulto no flotaría, y se perdieron en la noche.
A la mañana siguiente llegó todo el grupo a la hora acordada, excepto el Viejo Lucho, debían trabajar. El atraso de su líder los comenzó a inquietar. El tío Pelao se imaginaba que la resaca de la borrachera de la noche, lo tendría sufriendo en cama. Eso relajó el ambiente. María se dirigió a su casa para saber de él. El resto del grupo le tenía temor a la esposa del Viejo Lucho. Decían que era una especie de bruja, lo cierto era que se trataba de una mujer misteriosa que no compartía con mucha gente. María golpeó a la puerta varias veces, nadie salía a abrir. Se dio por vencida y no siguió insistiendo. Estaba cerrando el pestillo del portón de madera, cuando vio que la esposa del viejo lucho se acercaba con las monjas que vivían en la población.
– María, no has visto al Lucho.
– Eso venía averiguar yo, no ha llegado a trabajar.
– Anoche no llegó a la casa tampoco. Dijo la esposa visiblemente afligida.
– Pero donde puede andar, nunca ha faltado al trabajo.
En ese instante, la mujer cayó al suelo, lágrimas se posaron en sus ojos, acompañados de dolorosos sonidos.
– Yo sabía que algún día iba a pasar. Gritaba a los pies de las monjas que la acompañaban.
Las hermanas la pusieron de pie, y la ingresaron a la casa. La mujer lloraba como si supiera la suerte que había sufrido el viejo lucho. Una de la monjas se acercó a María y con un hablar silencioso, le pidió que buscaran al hombre, pero que en ningún caso fueran donde la policía. María, no entendió porque no podía ir donde los pacos, pero no insistió en averiguarlo. La monja solo le solicitó que le hiciera caso. Se volvió raudamente donde el grupo para contar lo que había pasado. Los más viejos quedaron mudos, el tío Pelao miró al loco Juan, como tratándole de decir que había ocurrido lo peor. Moisés salió corriendo a buscarlo, los demás se dividieron para salir en su búsqueda, recorrieron cada rincón de la población y el puerto, no hallaron ningún rastro del Viejo Lucho. Nadie sabía nada, nadie había escuchado ningún ruido la noche de los carniceros. Los demás grupos de gatos también cesaron de trabajar unos días. Todos sospechaban que había ocurrido lo peor.
Los días pasaban rápidos, la atmósfera en el grupo era tensa, sin el viejo lucho y sin dinero para sobrevivir. Debían hacer algo. No se convencían a que al Viejo Lucho se lo tragase la tierra. Moisés sacaba a alimentar a Mal Parido. El caballo se veía triste, parecía ser el único que tenía la certeza de lo ocurrido con su amo. De alguna forma trataba de transmitirlo. El miedo empezó a rondar en la población. Camionetas de pacos y civiles recorrían sus calles de noche y de día. El tío Pelao llamó a reunión, debían trabajar o se morirían del hambre, no sólo ellos, sino toda la gente que vivía alrededor de la extracción del jurel. Moisés se ofreció de voluntario para conducir a mal parido, lo había hecho muchas veces acompañado del Viejo Lucho. La moral estaba baja, pero no les quedaba otra que volver a la calle. Podrían seguir lamentándose por la desaparición del Viejo Lucho, pero si no volvían al trabajo desaparecerían todos. Se decidieron al día siguiente volver a los camiones. Siguieron los últimos procedimientos que había enseñado el Viejo Lucho, todo salió bien. Lo único extraño fue que los camiones ya no pasaban llenos. Pero para ellos no importaba. Los gatos sólo tomaban una parte mínima de la carga del camión.
Todos los días después del trabajo salían a recorrer los lugares que frecuentaba el Viejo Lucho. Moisés era el más afectado, lo veía como un padre, no se convencía que de un día para otro hubiese desaparecido, y que nadie más que ellos se preocuparan de buscarlo. Se dirigió a la casa del Viejo Lucho, a pedirle a su esposa que diera cuenta de la desaparición a los pacos. No encontró a nadie, más tarde se enteraría que la mujer había regresado a la capital. Poco a poco se fueron convenciendo que el Viejo Lucho no regresaría de donde estuviese. Nadie tampoco comentaba lo peor, solamente lo pensaban. Siguieron trabajando diariamente, siempre cuidadosos de todos los peligros. Michel y María, aprovechaban lo ocupado que mantenía a Moisés la nuevas funciones que tenía, así se arrancaban todas las tardes a abrazase y besarse a la plazoleta, María no le permitía más que eso. A Michel no le importaba en demasía, la amaba, y tenía toda la paciencia del mundo para esperar a que ella se decidiese a pasar muchos más allá de esos dulces besos.
Era un día normal de trabajo, las mañanas estaban cada vez más heladas. El Loco Juan estaba visiblemente resfriado, no paraba de sonarse los mocos con un pañuelo mojado de tanto liquido que salía de su nariz. Aún así quería subirse con el napoleón, todos los persuadieron para que desistiera y no subiera esta vez a los camiones. Michel tenía la velocidad y la fuerza para reemplazarlo, lo único que no tenía era la locura de Juan. Entre él y María debían hacer todo el trabajo arriba del camión. El tío Pelao nunca subía, no se atrevía ni a trepar las escaleras, pero con los silbidos de aviso nadie le ganaba. Tenía toda una gama de chiflidos para comunicarse. Así todos sabían lo que ocurría al alrededor. María y Michel esperaban esta vez solos la señal para trabajar. Estaban escondidos en los pastizales, que cada día estaban más largos. Jugueteaban los enamorados, se abrazaban con su ropa oliente a pescado. El olor era natural para ellos, no les daba repulsión. Moisés aguardaba en otro sector expectante para actuar. El viento proyectó esa mañana más fuerte el silbido del tío Pelao. Los amantes corrieron en busca del camión. Este avanzaba más lento ese día, era extraño el trafico estaba libre. En cuestión de segundo los dos ya estaban arriba. El camión aumentó considerablemente la velocidad. Michel logró abrir la compuerta, mientras María esperaba de pie, preparada con una de las mallas para recibir el jurel. Para sorpresa de ambos el contenedor estaba vacío. Se miraron no entendiendo nada, mientras la enorme máquina iba cada vez más rápido. Se dispusieron a huir, algo no andaba bien, el viento chasconeaba sus cabellos más que lo habitual, se dirigieron rápidamente a la parte posterior para proceder a descender. Estaban a punto de hacerlo cuando el camión frenó repentinamente, generando un movimiento que lanzó con gran fuerza a volar a María por el aire, cayendo bruscamente al suelo. Michel alcanzó a firmarse quedando colgado de la estructura de fierro. Miró hacia el suelo y vio a María tendida sangrando de la cabeza.
– María, ¿estás bien María? Gritó desesperadamente.
Antes de que pudiera soltarse para ir a socorrerla, el camión retrocedió violentamente, pasando las enormes ruedas sobre el cuerpo de María. Michel cayó al suelo, el camión avanzó y se retiró del lugar. Los autos que venían detrás frenaron bruscamente para evitar arrollarlo. A Michel no le importó el dolor de la caída. Se paró rápidamente y se acercó con un temblor helado hacia donde yacía el cuerpo de María. Esta ya no gritaba. Sus piernas se dejaban ver reventadas. Michel lloraba impotente a su alrededor.
– Despierta María, No me dejes. Suplicaba mientras la sujetaba entre sus brazos.
El tío pelao y Moisés Venían corriendo a la distancia para ver lo que había sucedido, solo le faltaban algunos metros para llegar, un furgón se puso velozmente delante de ellos, descendieron cuatro pacos y los tiraron al suelo. Con las duras lumas les azotaban sus cabezas. Moisés sólo gritaba el nombre de su hermana. Los esposaron y los lanzaron al interior del furgón. Dos camionetas rodeaban el cuerpo de María. Uno de los civiles tenía de guata al suelo a Michel y con uno de sus enormes bototos pisaba su cabeza. A lo lejos se escuchaba el relinchar amargo de Mal Parido.
Fotos: flickrhivemind.net / Aqua.cl
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2012 decisivo. Recuperamos la pesca o la perdemos para siempre
NO MÁS PESCA DE ARRASTRE... a terminar con este desastre (+video)
NO A LA PESCA DE ARRASTRE... a eliminar la matanza de los recursos alimentarios de nuestro mar
...y ese mar que tranquilo te baña, ¿A quién le promete el futuro esplendor?
Conversación entre un pescador y un empresario (ilustraciones)
Video: Pescadores de Lebu conversan sobre el futuro de la pesca
Pescadores vuelven a la calle anunciando el 2012 decisivo para la pesca
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