La Sublevación de la Armada de 1931: Que jamás... los cañones de un barco de guerra chileno serán dirigidos contra sus hermanos del pueblo

Patricio Villa / resumen.cl

Corría el 1931 y Chile se remecía con la crisis económica mundial. Sus ingresos estaban directamente relacionados con la venta de materias primas hacia las potencias mundiales cuyo nivel de compra decayó abruptamente, en un contexto de recesión. Tuberculosis, tifus, cesantía y angustia, se extendían por todo el pueblo. Pero la pauperización de la vida, no sólo alcanzaba a las familias obreras, sino que también amenazaba a otros sectores.

Los marinos habían recibido la noticia de que su Institución había determinado reducir sus salarios y garantías, argumentando la necesidad de que éstos cooperaran con la "salvación nacional". La rebaja se hizo en un 30% del salario y se suprimieron numerosas asignaciones.

El  31 de agosto de 1931 en Coquimbo, se concentraban numerosas embarcaciones, entre ellas el acorazado Almirante Latorre, que era el buque de mayor capacidad bélica de la Armada de ese entonces. Por la noche, los marinos aprovecharon una exclusiva fiesta de la oficialidad. para reunirse y tomar las decisiones que hace tiempo se intuían. El punto fue el acorazado Latorre. Aquí se fraguó una gesta que alimentó las esperanzas del proletariado chileno e internacional, a la luz del "Por la Razón o la Fuerza", que recobró su sentido emancipador.

La noche del 31, los marinos aguardaron a sus jefes que regresaban del festín. A las 12 de la noche, el comité formado en cada embarcación debía proceder a tomársela, encerrando a la jefatura en sus habitaciones, bajo custodia armada. Dicho y hecho, comenzaron a encenderse los faroles de cada buque, señalando el cumplimiento de esta misión.

En la proclama de los marinos, transmitida por radio el 1 de septiembre, podía escucharse:

"las tripulaciones de la Armada, que hasta aquí han sido esencialmente obedientes y que no han deliberado jamás ante los influjos y reflujos de los apasionamientos políticos, sino que por el contrario, han sido siempre juguetes de los mismos, empleándoseles para levantar y derrocar gobiernos, han visto que todas estas maniobras no han hecho otra cosa, sino que hundir cada día más al país... Acuerdan:

-No aceptar por ninguna causa que los elementos modestos que resguardan la administración y paz del país, sufran cercenamientos y el sacrificio de su escaso bienestar para equilibrar situaciones creadas por malos gobernantes y cubrir déficits producidos por los constantes errores y falta de probidad de las clases gobernantes...

-Que jamás, mientras haya a bordo un solo individuo de la tripulación, los cañones de un barco de guerra chileno serán dirigidos contra sus hermanos del pueblo...»

La sublevación de la marina estaba desatada. La oficialidad y el gobierno, quedaron absolutamente sorprendidos e impotentes ante esta expresión de unidad y decisión. De hecho, recién en la madrugada del segundo día de sublevación, la Armada resolvió disponerse a negociar con los que ya consideraban «rotos bolcheviques».

La primera prueba de fuerza fue la que determinó el lugar dónde se harían las negociaciones con un representante de la Armada y el Gobierno. Los marinos exigían que la reunión fuese en el Latorre, frente al Estado Mayor de marinos sublevados, garantizando la seguridad de quienes fueran a parlamentar y la Armada insistía en que las negociaciones fueran en tierra. Finalmente, con autorización del gobierno, el Almirante von Schroeders solicitó una lancha para el día 3 de septiembre, que lo transportara al Latorre.

Así, a las 10:30 una lancha concurrió a la costa para recoger a Schroeders, dando inicio a las negociaciones. Paralelamente, comenzaron a surgir diversas acciones  de apoyo de parte de obreros de distintos sectores. En Talcahuano y Concepción, los estibadores, ferroviarios y otros gremios se adherían a la huelga general convocada por la Federación Obrera de Chile (FOCH), para el 4 del mes. Los obreros de los astilleros (actual ASMAR) se sumaron también al movimiento, exigiendo, entre otras cosas: «Castigo inmediato y confiscación de sus bienes a los que llevaron a la bancarrota al país; División de la tierra; Solidaridad de las industrias; Derechos de asociación de las Fuerzas Armadas; Reincorporación del personal exonerado; Que el personal provisorio vuelva a gozar de los mismos servicios que tenía el personal de planta.

La Tripulación de Talcahuano y la Escuadra del Sur también se sumaron al movimiento. Siete buques y cuatro submarinos emprendieron viaje a Coquimbo en señal de apoyo, quedándose un contingente en tierra.

El día 4 de septiembre fue de negociaciones infructuosas, en tanto la huelga adquiría mayor masividad. Ya no circulaba el trasporte público, la policía era sobrepasada y llamaba a la formación de una «guardia cívica»(banda parapolicial). En la Base Aérea Naval de Quintero, los sargentos apresaban a los oficiales y desarmaban los aviones para que no pudiesen ser utilizados en un eventual bombardeo a los buques. En Valparaiso, la Suboficialidad se sumaba a sus compañeros de Coquimbo. En las calles de las grandes ciudades del país, la declaración de Estado de Sitio, no sofocaba las acciones de distintos sectores de la población. El comercio decidió cerrar y también la Bolsa de Santiago.

Ante este escenario el Gobierno debía resolver rápido. No estaba dispuesto a ceder en las peticiones. El Gobierno ordenó finalizar las negociaciones, por lo que a las 24 horas se suspendieron y Schroeders volvió a Santiago.

El 5 de septiembre las Escuadras del Sur arribaron a Coquimbo. El periodista Liborio Justo, que 40 años más tarde publicó una documentada crónica sobre este suceso, describió este momento así: «en total 23 unidades sublevadas y a cargo de sus tripulaciones, caso único en la historia naval. ¡Quince mil hombres, después de haberse apoderado de los barcos de guerra y todos los puertos militares con el apoyo de la Federación Obrera de Chile (FOCH) y la simpatía de numerosos cuerpos armados, parecían tener en sus manos la posibilidad de cambiar los destinos del país!»

Pero el mismo día, en Talcahuano, el Estado iniciaba una masacre que por más mentiras y omisiones, sigue ahí para quien busque en la historia savia para el presente. Al mando del general Novoa, las tropas del regimiento Silva Renard, abrieron fuego desde los cerros de Talcahuano hacia el Apostadero Naval y los arsenales, espacio que actualmente ocupa ASMAR. Desde ahí, al mando de un sargento de apellido Pacheco, se realizó una defensa que incluyó disparos de ametradoras y de cañones desde el acorazado Prat, que estaba en dique reparándose. Sin embargo, el poder de fuego del ejército fue mucho mayor, diezmando a la mayoría de quienes resistían; marinos y también obreros de ASMAR.

De esta forma, el ejército logró controlar los recintos tomados por los marinos, concluyendo con el Fuerte Borgoño y la Isla Quiriquina. Distintos regimientos se trasladaron hacía los puertos militares tomados por los marinos, la base aérea de Quintero fue sitiada y el nuevo ministro de Guerra, general Vergara había declarado no importarle atacar las embarcaciones sublevadas con la oficialidad capturada, pues se lo merecían «por cobardes». Estas noticias, que llegaban momento a momento al acorazado Latorre, no hicieron claudicar al Estado Mayor que ahí estaba, al contrario, ese mismo día expresó las expectativas que tenían en la lucha que habían iniciado;

«… al ver la actitud antipatriótica del gobierno y al considerar que el único remedio para la situación es el cambio de régimen social, hemos decidido unirnos a las aspiraciones del pueblo y zarpa junto a nosotros una comisión de obreros… de la FOCH. La lucha civil a la que nos ha inducido el gobierno se transforma en estos momento en Revolución Social».

La mañana siguiente, el Latorre junto los otros acorazados zarparon al mar abierto para protegerse del bombardeo esperado, sin embargo confiaron en el llamado de la oficialidad de acudir nuevamente a la costa, siendo atacados por fuego aéreo, a lo que respondieron con la artillería antiaérea. Según los registros, unas dos embarcaciones quedaron inutilizables, obligando a su tripulación a rendirse.

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Bombardeo al acorazado Almirante Latorre.

Llegaba la noche del 6 de septiembre, con varios golpes para el movimiento y también debilitado en las ciudades, pues algunos gremios habían depuesto la huelga. La mañana del 7, una espesa bruma impedía ver a los acorazados, los cuales, nuevamente se habían retirado a alta mar. Aquí, la desesperanza se apoderaba de las tripulaciones, algunas de las cuales optaron por rendirse. Horas más tarde, luego de un asedio a través de aviones de guerra, lograron hacer deponer las armas a parte de la tripulación del Latorre, ícono de la sublevación. Según algunos, los que no se entregaron se suicidaron en esos momentos y los sobrevivientes fueron sometidos a Consejos de Guerra, con castigos que iban de la ejecución hasta el extrañamiento.

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Sobrevivientes parten a cumplir penas de extrañamiento.

La única forma de detener esta rebelión fue el crimen. El general Novoa goza de una calle en Concepción, muy cerca del regimiento llamado por el nombre de otro asesino del pueblo; Silva Renard.

Foto principal: Bombardeo aéreo en Coquimbo

Reportaje de Liborio Justo

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