El regreso de Zelaya y el futuro de la Resistencia hondureña

altAlgunos dirigentes políticos progresistas deberían tener en cuenta que la conciencia de los de abajo no se construye con tan bruscos virajes de timón

Volvió Mel Zelaya y el pueblo hondureño explotó de alegría y entusiasmo. Esa misma gente que durante dos años ha generado la mayor Resistencia centroamericana que se recuerde. Miles y miles de hombres, mujeres y niños en la calle, enfrentando a los militares y policías, poniendo el cuerpo a las balas y también dejando en esa dura batalla decenas de muertos. Esta vez, llegaron a Tegucigalpa desde todos los puntos del país a reencontrarse con su líder.

Volvió Mel Zelaya, y Honduras se tiñó del rojo de la bandera del Frente Nacional de Resistencia Popular, y del azul de la enseña patria, mientras las consignas de «Sí, se pudo» y «Fuera el imperialismo» se mezclaban con los pitidos al gobierno de Porfirio Lobo, mientras cantaban también ese himno universal de los que luchan en cualquier rincón del mundo: «El pueblo unido jamás será vencido».

Volvió Mel Zelaya y ratificó públicamente el «Acuerdo de Reconciliación» firmado en Cartagena de Indias (Colombia), que incluye entre sus puntos la investigación de las violaciones de derechos humanos (derechos que siguen siendo pisoteados a diario por el gobierno de Lobo), y la posibilidad de realizar un plebiscito en aras de lograr la tan ansiada Asamblea Constituyente, por la que tantas veces el pueblo salió a la calle en estos dos años.

Sin embargo, en este Acuerdo hay algo no cierra, que genera lógicas desconfianzas, que hace que miles de militantes de la Resistencia deban estar alerta de aquí en más, y tiene que ver con que los que realizaron un golpe de Estado pro-yanqui como el de Honduras, siguen en el gobierno, y más allá de permitir el regreso de Zelaya no será fácil que cedan lo que vienen usurpando desde tiempo atrás. Además, uno de los mediadores para que este Acuerdo se realizara es nada menos que un genocida del pueblo colombiano, el presidente Santos, el mismo que posibilita que los yanquis hayan instalado nueve bases militares en el país, para amenazar a los países del continente que no se alinean con EEUU:

Otro punto de discordia es la casi segura entrada de Honduras a la OEA, lo que se concretaría en esta próxima semana. No hay ninguna razón que convenza a los que han luchado todo este tiempo, sobre semejante despropósito. Nadie ignora, por más discurso políticamente correcto se quiera escribir, que Porfirio Lobo es el continuismo de la dictadura impuesta en 2009. De lo contrario, que se lo pregunten a los maestros golpeados, torturados y asesinados, o a los periodistas que en un lento cuentagotas son baleados por el paramilitarismo.

Peor aún, que opinen los campesinos del Aguán que han sufrido hasta ayer nomás la muerte de decenas de sus militantes. Contra ellos se han lanzado, mes a mes, las guardias armadas del empresario Miguel Facussé (sostén financiero de los golpistas) generando verdaderas masacres, que por supuesto siguen impunes. No, Honduras de Lobo no debería volver a la OEA, y en ese sentido son muy claros los dirigentes de la Resistencia Berta Cáceres, Carlos Reyes o Juan Barahona, apuntando que sería un «error injustificable», mientras no se cumplan las exigencias populares que no terminan de ninguna manera con el retorno de Zelaya.

Volvió Manuel Zelaya y se abrazó con su pueblo, que le demostró el cariño que le profesa por haber sido el primer Presidente que pensó en los más humildes, a pesar de provenir de un pasado político centro-derechista, pero que en el marco del gobierno al que llegó por el voto popular, fue virando correctamente hacia la izquierda y generó propuestas sumamente progresistas en un país que décadas atrás funcionara como un enclave estratégico de Washington.

Volvió Manuel Zelaya y prometió profundizar el avance de la Resistencia que él mismo coordina. En el acto multitudinario fue presentando uno a uno a la delegación internacional que lo acompaño desde Nicaragua, reivindicando la solidaridad latinoamericana que siempre lo acompañó durante su exilio. Valoró hondamente el papel de Brasil, de Ecuador, de Argentina y por supuesto de la Venezuela de Hugo Chávez.

Párrafo aparte merecen las palabras de otra de las acompañantes de Zelaya, la combativa senadora Piedad Córdoba. Cuando Mel le cedió el micrófono, elogió a Honduras y a la Resistencia, y en un gesto incomprensible, vivó al genocida colombiano Juan Manuel Santos, invitando a los allí reunidos a agradecerle su mediación. No tuvo éxito: ese mismo pueblo sabio, que cuando minutos antes, Zelaya mencionara al mismo personaje, mantuvo un obligado silencio de aplausos y lanzó varios gritos de abucheo, volvió a repetir el gesto digno. Un momento después, sin dudarlo, ovacionaba a Hugo Chávez. Algunos dirigentes políticos progresistas deberían tener en cuenta que la conciencia de los de abajo no se construye con tan bruscos virajes de timón, que sólo sirven para sembrar el desconcierto.

Volvió Manuel Zelaya. Si, y todos los luchadores del Tercer Mundo habrán de festejarlo ya que, por encima de los Acuerdos diplomáticos, esta lucha se ganó en la calle. Si la Resistencia no hubiera mantenido la pulseada en todos estos meses, y la solidaridad popular internacionalista no la hubiera acompañado, este retorno sería difícil de imaginar.

Ahora, otra vez y como siempre, pero con Zelaya en el territorio, la batalla contra los que lo echaron hace dos años habrá de agudizarse. Imaginar un escenario diferente es no conocer los puntos que calza el enemigo que se enfrenta. En el tiempo que viene, la movilización será la mejor autodefensa popular. En ese sentido lo tiene claro los integrantes del COPINH (Consejo de Organizaciones Populares e indígenas de Honduras), una de las organizaciones que está en la pelea desde hace décadas:

«No descansaremos hasta desmontar las estructuras golpistas que hoy están en el poder gozando de la impunidad nacional e internacional, contra lo que continuaremos alzando nuestra lucha porque somos un pueblo digno que no está dispuesto retroceder. No olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos».

Resumen Latinoamericano

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