Me lo contaron mis viejos: Juan el Minero

altCuenta la leyenda que, hace muchos años atrás, existía un pueblito azotado por la pobreza. Hombres, mujeres y niños salían a recolectar mariscos cuando la marea bajaba, para poder venderlos y así llevar algo de dinero para poder comprar el pan, alimento que no podía faltar en la mesa de sus hogares.

Así transcurrían los días, los meses y los años. Juan, un hombre del pueblo, acostumbraba a caminar por los alrededores junto a sus dos pequeños y a su joven mujer, que llevaba en su vientre a un tercer hijo; les hablaba y los entretenía, cada vez que su imaginación lo llevaba a lugares extraños, para hacer más ameno el viaje de ida y regreso. Fue en uno de estos paseos cuando, de repente, vio la silueta de un hombre vestido de minero, lo que le pareció bastante raro pues no existía en el pueblo este tipo de actividad. Lleno de curiosidad se fue acercando, pero lo que era aún más extraño es que entre más cerca estaba, más nítida se hacía la silueta; hasta que llegó al lugar y cual sería su asombro al no encontrar a nadie, pero en el lugar había una ruma de carbón negro y brillante. Pasmado por tal hecho, Juan tomó su saco y comenzó a llenarlo, con la esperanza de poder vender el carbón y llevar dinero a su hogar. Sus ojos negros brillaban ante la alegría. Pero este carbón tenía algo especial, el hombre llenaba su saco y la ruma quedaba tal cual. Juan gritaba y saltaba, diciéndole a su esposa: "¡Soy rico, mujer! Nunca más pasaremos hambre".

Al llegar a su casa, les comentó a los vecinos de su hallazgo. En un principio, todos creían que Juan tenía un pacto con el diablo y no se explicaban cómo era posible que apareciera aquella ruma de carbón en un lugar en el que no existían las minas. Después de mucho comentar por todos lados lo ocurrido decidieron al fin arriesgarse, la necesidad los obligaba. Con temor fueron al lugar y llenaron sus sacos, regresando a casa felices, habían encontrado una nueva fuente de trabajo.

Al otro día salieron temprano, antes de que cantara el gallo, y vieron otras pilas de carbón como si alguien las hubiese dejado ahí. Ellos empezaron a excavar con sus chuzos y donde excavaban una nueva veta aparecía. Sus mujeres los acompañaban para hacerles la comida, aunque no entraban a la zona minera ya que pensaban que esto les traería mala suerte. Comenzaron a formarse las minas en aquel pueblo, había más y más carbón y todo parecía surgir.

Pronto se corrió la voz y llegaron afuerinos de distintos lugares, lo que hizo prosperar rápidamente la actividad. Se fueron quedando ahí, el comercio fue creciendo, había nuevas oportunidades para una mejor calidad de vida, fueron formando familias y así se creó el pueblo que ahora es llamado Coronel.

Juan siempre tuvo la idea que su último hijo venía con la marraqueta bajo el brazo.

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