Nuevo gabinete, viejas artimañas

Se veía venir. No se sabía cuando pero era irremediable el poco sorpresivo cambio de gabinete. La amplia y contundente protesta social, sumado al pálido resultado en las encuestas, le restó todo margen de maniobra al gobierno de Piñera. Ya es evidente que las encuestas son el único factor que permeabiliza a la clase política y particularmente al gobierno de los empresarios; las dos mediciones aparecidas el último mes siguen arrojando una desaprobación creciente hacia los gerentes de palacio, que los obligó a imponer una reestructuración ministerial.

Más que reestructuración fue un reacomodo de fuerzas en la repartija de cuotas de poder dentro de la alianza gobernante. Lo significativo de las modificaciones hechas por Piñera se traducen en un reforzamiento del pinochetismo UDI en el gabinete ministerial; ahora los llamados "coroneles" llegaron a entablar la disputa por la conducción política del gobierno con el grupo RN encabezado por Hinzpeter y Larroulet, los principales apoyos de Piñera. Seguramente la nueva forma de gobernar agregará a sus habituales métodos represivos y arrogantes la cuota de guerra psicológica y propaganda facistoide que aportarán los discípulos de Jaime Guzmán, que tan buenos resultados les dio durante la dictadura; es probable que el control comunicacional absoluto que les brindan los medios empresariales de comunicación sea el principal soporte de las ínfulas de estos dictadores disfrazados.

La cuestión es que no se trata de cuántos ajustes haga el gobierno de los empresarios (este ya es el quinto cambio de figuras en el gabinete); la cuestión es que este gobierno no podrá ir jamás contra su esencia, y la esencia de los gobernantes es representar y defender los intereses empresariales porque esa es la razón de ser de la derecha. En darle continuidad a ese objetivo es que se jugarán todas sus cartas. Esa continuidad estará determinada por tratar de revertir la opinión que la población se ha formado de los gobernantes mediante el uso de métodos propagandísticos y de demagogia política, por sobre los métodos de la publicidad y el marketing que hasta ahora han caracterizado la gestión de Piñera. En síntesis, se trata del simple objetivo de emborrachar la perdiz de otra manera. Los gobernantes siguen pensando que la población es una masa de voluntades manipulables a su antojo.

Si bien es cierto que el obligado reacomodo ministerial, en particular la salida de Joaquín Lavín del Ministerio de Educación y la pronta renuncia de Fernando Echeverría al Ministerio de Energía (duró solo tres días en el cargo), pueden interpretarse como un pequeño triunfo y efecto de las movilizaciones sociales del último tiempo, lo cierto es que no es para conformarse.

Lo cierto es que las cuestiones que han generado la protesta social de los últimos meses no se resuelven con cosméticas ministeriales ni se apagan con artificios dictatoriales. Estos no son los años 80, la población no está sometida por el terror ni parece estar dispuesta a comprar cualquier pomada política. Hay no solo un despertar de la ciudadanía sino también una actitud de manifestar sus opiniones y defender sus derechos que no se amilana a pesar de las respuestas represivas y sordas que vienen desde el gobierno. Y lo que no se aprecia ni en la clase política ni en los gobernantes es voluntad para realizar las transformaciones profundas que reclama la sociedad, precisamente porque esas exigencias van contra los intereses del sistema empresarial dominante.

Un nuevo tiempo

Las personas que sufren la desidia y la ineficacia gubernamental para solucionar las necesidades de reconstrucción post terremoto no están dispuestas a seguir esperando ni a seguir siendo objeto de oscuras manipulaciones políticas ni de nuevos métodos de engaño. Quieren y necesitan respuestas efectivas y soluciones concretas; ya llevan año y medio escuchando cuentos y viendo realitys presidenciales y no seguirán esperando a las próximas campañas electorales para empezar a rehacer una vida llevadera. Los gobernantes se esfuerzan por hacer coincidir cualquier solución práctica de los problemas con las elecciones que vengan por delante; cambiar soluciones por votos es su plan y su lógica política. Sin embargo, los pobladores de Dichato han dado muestras claras de que la paciencia se acabó; y eso que los pobladores de Dichato fueron una de las plazas preferidas para los show de Piñera y los anuncios de fantasía de la ex intendenta Van Rysselberghe.

Los chilenos están hartos de la grotesca desigualdad social  y la injusta distribución del ingreso que ninguna artimaña propagandística puede disimular. Los intereses empresariales que representan y defienden los gobernantes chocan con la realidad del atropello, del abuso y de la explotación del trabajo. Los show y realitys no sirvieron para camuflar esta infamia, tampoco lograrán ocultarla la perfidia y manipulación de los "coroneles" pinochetistas.

La ciudadanía no parece dispuesta a tolerar más el arbitrio empresarial y político para destruir el medio ambiente, el ecosistema y la calidad de vida de la población. Con el manipulado intento por imponer el monstruo de HidroAysén ya se dijo basta; pero esa conciencia se expresa en todos los proyectos contaminantes y depredadores que son la gran solución para el mundo empresarial.

La crisis profunda del sistema educacional chileno no se resuelve con los maquillajes del proyecto piñerista; la escandalosa realidad del lucro y el mercantilismo en la educación no se disimula con el intento de "blanquear" el lucro, ni ocultando a Lavín en Mideplan.

La población chilena reclama una activa y efectiva participación democrática. El sistema electoral binominal es una vergüenza para la democracia que no se sostiene por la sola conveniencia de la clase política que se beneficia de una artimaña dictatorial para negar la participación ciudadana en las decisiones que afectan al país. Además, las decisiones electorales de la población tampoco son respetadas porque, como hemos visto de sobra, al final los políticos se las arreglan para pasar del congreso a los ministerios, y los removidos de estos cargos o los que perdieron elecciones llegan al congreso por la ventana de las designaciones a dedo. Una soberana farsa. Pero no es solo la ley electoral la que es una farsa y ya hizo agua; es la constitución política en su conjunto la que no representa ni el sentir nacional ni la voluntad ciudadana.

En definitiva, el show cambiará de formato, de estilo, tal vez de personajes, pero la esencia seguirá siendo la misma porque esa es la característica de la derecha, de los empresarios, de los gobernantes. La cosmética y los artificios no resultarán suficientes para acallar a una ciudadanía protestante y revoltosa que parece haberse reapoderado de su rol de ciudadanos libres, con deberes y derechos.

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