Arcadia Flores: Rompiendo el cerco del olvido

El 16 de agosto de 1981, en la calle Santa Petronila N° 644, en Quinta Normal, Santiago, la represión dictatorial cobró una más de sus víctimas. En un acto usual en aquellos tiempos, bajo la farsa de un falso enfrentamiento, efectivos de la Policía de Investigaciones ejecutaron a Arcadia Flores Pérez, miliciana de la Resistencia y militante del MIR.

Hacía ya casi dos años que las Milicias de la Resistencia habían comenzado a organizarse e iniciar acciones de propaganda y propaganda armada dirigidas contra el régimen. Las Milicias intentaban romper el cerco informativo con que la censura oficial, los medios de prensa lacayos y las campañas de guerra psicológica de los aparatos represivos pretendían mantener desinformada, sojuzgada y atemorizada a la población. Las técnicas del terror le habían dado frutos y resultados a los fachos para consolidar su criminal dictadura y la población parecía hundida en el miedo. Romper ese cerco del terror era el primer objetivo que se habían propuesto las nacientes Milicias.

Tomas de radio emisoras de cobertura nacional para difundir proclamas, postura de lienzos en céntricos y estratégicos lugares, masivos volanteos de planfletos, captura y distribución de alimentos en barrios y poblaciones, ataques incendiarios a símbolos del nuevo modelo económico, ataques de distracción a unidades policiales, todo ello en medio de un constante acoso represivo, fueron algunas de las singulares acciones desarrolladas por los milicianos desde fines del 79 en adelante.

Progresivamente, en los barrios populares, creció  el rumor de que parecía haber gente dispuesta a luchar contra el régimen tirano; luego surgió la certeza de la existencia de una fuerza miliciana en alguna parte; y luego llegó la evidencia y constatación de que era cierto, que allí estaban los milicianos, que la intención era sincera, que la lucha era verdadera. Esta fue la forma directa en que comenzó a romperse el cascarón del temor, definitivamente. De forma oculta y llenos de cautela, al principio, pero de modo creciente y más abierto después, sectores poblacionales y trabajadores cesantes comenzaron a organizarse y plantear demandas de trabajo; a poco andar se atrevieron a plantear demandas de pan y trabajo. Pero no solo eran sectores pobladores y trabajadores activos y cesantes los que comenzaban a activarse; a ellos se sumaban sectores estudiantiles y juveniles con actividades y demandas propias. Esta efervescencia semioculta, pequeña,  segmentada, se sumaba a la actividad ya pública e histórica de las agrupaciones de familiares de detenidos desaparecidos y de familiares de ejecutados políticos que no cejaban ni un día en su búsqueda incesante de sus familiares y en la exigencia de respuestas y justicia. De modo natural las demandas populares se expresaron entonces en exigencias de pan, trabajo, justicia y libertad, que desde entonces lideraron los trajines de la Resistencia. Este fue el esfuerzo y el escenario que empezó a construirse generando condiciones para las grandes protestas nacionales que se desarrollaron desde mayo del 83 en adelante. Por lo mismo es que desde su aparición, las Milicias se convirtieron en uno de los objetivos más codiciados por los aparatos represivos.

Nada surgió producto de situaciones o de cuestiones espontáneas o de ideas geniales; todo surgió del esfuerzo, la constancia, la decisión de un puñado de luchadores que no claudicaron nunca en el afán de resistirse a la dictadura y desarrollar la lucha para terminar con el oprobioso régimen tirano.

Arcadia Flores fue una de estas personas, de estos luchadores. Profesora de inglés y ex estudiante de periodismo en la Universidad de Chile, desde 1975 combinaba sus actividades laborales con la pertenencia a la Agrupación de Familiares de Detenidos Políticos Desaparecidos ya que su hermano Julio Fidel permanecía en esa condición desde enero de ese año. En la Agrupación, Arcadia vivió el dolor propio y de sus compañeras de infortunio, y sufrió la impotencia que provocaba el desdén de la justicia, la complicidad de jueces y tribunales con las atrocidades del régimen, la indolencia de una sociedad sometida por el temor y manipulada a su antojo por la impudicia de fachos de uniforme y de civil. Sus convicciones primarias de izquierda que se habían forjado en el núcleo familiar se vieron reforzadas a pesar del dolor, los atropellos, el abuso y el desamparo.

En busca de datos, pistas, huellas, que le permitieran rastrear a su hermano comenzó a visitar cárceles y campos de prisioneros donde se encontraban encarcelados miembros del MIR. Las acciones judiciales que ella y otros familiares emprendían con la información obtenida en estos casos jamás tuvieron la tramitación debida en los corruptos y desvergonzados tribunales de la dictadura.

En las cárceles Arcadia buscó y encontró el contacto necesario para ingresar al MIR. Comenzó a militar en 1977 y el 79 fue una de las fundadoras de las Milicias de Resistencia, participando en varias de las acciones más relevantes. Al poco tiempo integraba el núcleo de mando de las Milicias. A comienzos de agosto de 1981, la Brigada de Asaltos de la Policía de Investigaciones logró dar con una hebra de información que los condujo hacia un miliciano que formaba parte del grupo de apoyo al mando. A partir de allí inician una serie de seguimientos y vigilancia que dan origen a una cadena de detenciones y tortura; esta cadena represiva es la que finalmente culmina en la vivienda de calle Santa Petronila  donde Arcadia arrendaba una pieza habitación.

En otra de las características propias de la época, la Policía de Investigaciones actuaba como un aparato represivo más del sistema dictatorial y se esforzaba por mostrar eficiencia represiva y por hacer méritos de sangre ante los amos uniformados; se producía una competencia sórdida entre los entes represivos por demostrar quién cometía los peores crímenes contra los opositores, resistentes y rebeldes que atentaran contra la omnipresencia dictatorial. En este caso los tiras no fueron la excepción.

Al llegar a la vivienda, poco después de mediodía, los policías sabían que allí se encontraba una mujer, sola. Desalojan a los arrendatarios de las otras piezas vecinas para que no corrieran riesgos, según la policía; para que no hubiera testigos según la evidencia. Arcadia se encontraba tendida en su cama, probablemente durmiendo, cuando los policías irrumpieron disparando a mansalva; fue abatida en la cama donde yacía. Recibió entre 8 a 9 disparos, uno de ellos con apoyo en su cabeza. Es decir, fue un crimen cobarde y una ejecución criminal.

Los autores fueron el personal de la V Subcomisaría de la Brigada de Asaltos que participaron en pleno en el operativo sobre la vivienda. Los ejecutores materiales son los entonces subcomisarios de Investigaciones Omar Segundo del Carmen Vega Vargas y Luis Orlando González Cuevas quienes han sido procesados, por el Ministro de Fuero que lleva la causa en la Corte de Apelaciones de Santiago, como autores del delito de homicidio calificado, con los agravantes de premeditación y alevosía.

Arcadia Flores tenía 27 años de edad. Todo pasó  hace 31 años, pero nunca es tarde para esperar y exigir justicia.

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