África sufre ahora el expolio del mar

Apenas hay peces en el mar del pueblo senegalés de Ngor, de 3.000 habitantes y a 15 kilómetros de Dakar, la capital. No hay peces, pero sí un estadio de fútbol que sería la envidia de muchos equipos regionales europeos. Porque ese fue el cambio. "Hace seis años llegaron los chinos y los rusos y ofrecieron construir el estadio de futbol a cambio de poder pescar", cuenta Babacar, pescador del pueblo, que un domingo por la tarde pasea por la playa mientras a pocos metros su piragua de colores, como tantas otras, permanece amarrada. El paisaje muestra a los pequeños barcos en tierra, mientras al fondo, en alta mar, se divisan enormes cargueros.

Lo poco que consiguen pescar Babacar y el resto de pescadores de Ngor lo llevan a una cooperativa gestionada por mujeres. Ellas dividen el producto en cuatro partes, pagan tres a los pescadores y la cuarta la reparten gratis entre los más desfavorecidos del pueblo. Es el gesto de solidaridad que tiene los pescadores con sus vecinos.

El escenario de Ngor se repite por casi toda la costa de Senegal y por la de otros países africanos como Mauritania, como han denunciado en repetidas ocasiones organizaciones como Veterinarios sin Fronteras y Greenpeace. Precisamente el pasado mes de febrero el buque Artic Sunrise de esta organización que lucha por la preservación del medioambiente navegó por aguas senegalesas para documentar y exponer la sobreexplotación de los recursos marinos realizada por flotas extranjeras. "Después de sobreexplotar las poblaciones de peces en sus aguas territoriales, las flotas europeas, rusas y asiáticas han trasladado desde hace décadas su presión pesquera a las aguas de los países de Africa Occidental, entre ellos Senegal", denuncia Greenpeace. Estas flotas, prosigue la organización, "saquean sus stocks pesqueros y comprometen así la seguridad alimentaria y los medios de subsistencia de las comunidades costeras, dependientes de la pesca artesanal desde hace siglos. Las grandes flotas industriales capturan, procesan y congelan a bordo, con pocos o ningún beneficio para los mercados locales".

Con este panorama desolador coinciden los afectados. "En el mar no hay peces", sentencia Yaye Bayam, una mujer de 52 años. Bayam dirige ahora una asociación para disuadir a los jóvenes de que se vayan en cayuco a Europa, pero hace unos años se quedó en el paro también por culpa de la llegada de los barcos extranjeros.

UNA IMAGEN DEL PASADO

"Yo trabajaba como otras muchas mujeres tratando el pescado", cuenta Yaye, mientras muestra una foto de hace una década en la que efectivamente, se la ve enroscando unos peces y metiéndolos en una caja de madera. Como ella, otras tantas mujeres que trabajaban con los productos procedentes del mar se han quedado en la calle. Las pocas que conservan su empleo pueden estar meses sin ver descargar nada que traiga una piragua de los pescadores artesanales.

Khar Diop, de 54 años, acaba de perder el trabajo porque ya no quedan peces. "No hay peces porque los barcos rusos se los han llevado, con el consentimiento del gobierno senegalés", denuncia esta mujer. "Antes, una caja de sardinas pequeñas costaba 1.000 francos CFAS y ahora cuesta 25.000", ejemplifica Khar. Porque además de dejar en la miseria a muchas familias, la desaparición de los peces ha tenido otro efecto: la subida de su precio en los mercados.

Muy cerca de la asociación de Yaye Bayam un grupo de pescadores está tirado a la sombra, entre las redes y unos neumáticos enterrados en la arena. Trabajan como pescadores desde pequeños, pero no quieren el mismo futuro para sus hijos. "Los barcos grandes llevan aquí muchos años, son de Rusia, de Corea... y también españoles", se queja Mawa Ndiaye, pescador veterano de 68 años. A su lado, Khaba Nedjite, de17 años, asiente: "Nosotros, los pescadores artesanales solo pescamos peces grandes y dejamos crecer a los pequeños. Pero los barcos grandes arrasan con todo". La única alternativa para el paro de los pescadores es la agricultura, pero con la sequía que azota al Sahel y que también toca a Senegal, esta salida ya no lo es tanto.

«Estos hombres al final terminan emigrando a Europa en cayuco porque en su país se han llenado de deudas», señala Arantxa Freire, portavoz de Habitáfrica, organización que mantiene proyectos de ayuda a estos pescadores y también a las mujeres que trabajan con el pescado en Senegal.

Habitáfrica trabaja para evitar que se destruyan los modos de vida locales. También lo hace Veterinarios sin Fronteras, que a través de la campaña "Paren, aquí vive gente" quiere poner freno a las prácticas de las multinacionales que amenazan la soberanía alimentaria. Sus responsables también llegan a la siguiente ecuación: Caladeros agotados=pobreza y migración. "No podemos seguir pensando que el hambre no tiene solución. Está provocado por políticas y acciones determinadas", concluye Javier Guzmán, director de Veterinarios sin Fronteras.

Susana Hidalgo

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