Con la Revolución Cubana, a 55 años del triunfo Coherencia, lealtad, solidaridad y lucha

No voy a empezar a escribir sobre la Revolución Cubana hablando de José Martí, Antonio Maceo, Máximo Gómez o Mariana Grajales, ni de la indoblegable fuerza que la lucha contra la colonización española desató en el pueblo de Cuba. Tampoco voy a escribir sobre la huella de Pablo de la Torriente Brau, ni de los más de mil cuatrocientos brigadistas cubanos que combatieron en España defendiendo la II República. No voy a empezar a hablar sobre la Revolución Cubana contando sobre los gobiernos títeres que EEUU fue colocando en el país a lo largo de los años ni del analfabetismo, crónico y oscuro, que azotaba la vida de los hombres y las mujeres de Cuba, ni siquiera del terror sembrado por la tiranía de Fulgencio Batista. Mucho menos hablaré del coraje de la juventud del centenario, que se enfrentó a un ejército (apoyado por la CIA) de decenas de miles de soldados y logró derrotarlo. No hablaré de Frank País, ni de Abel Santamaría o de su hermana Haydeé, ni siquiera de Vilma Espín, o de Melba Hernández; tampoco de Raúl Castro o Marta Rojas. No hablaré del Moncada. No voy a empezar a escribir sobre la Revolución Cubana hablando sobre los campesinos cubanos que se sumaron a la guerrilla de la Sierra Maestra o de los que ayudaron a los rebeldes porque ansiaban la justicia por la que estos habían decidido luchar hasta vencer o hasta morir. No hablaré de Juan Almeida Bosque. No voy a empezar a escribir sobre la Revolución en Cuba hablando de la entrada de los revolucionarios en La Habana, ni siquiera hablaré de Camilo Cienfuegos o del Che Guevara. Tampoco hablaré de la nacionalización de las empresas estadounidenses y de su devolución legítima al pueblo cubano. No voy a empezar a escribir sobre la Revolución cubana hablando de la campaña de Alfabetización, ni de la Casa de las Américas o del Ballet Nacional. Tampoco del Festival de Cine de La Habana, ni de la Feria del Libro. No hablaré de Alfredo Guevara, ni de Roberto Fernández Retamar ni de Armando Hart o Alicia Alonso. Y no nombraré a Conrado Benítez. No voy a empezar a escribir sobre la Revolución Cubana hablando de la UNEAC, y menos aún de Nicolás Guillén o de Carlos Puebla. Tampoco de la Nueva Trova, ni de Silvio Rodríguez o Sara González. No voy a empezar a escribir sobre la Revolución Cubana hablando del ICAP, ni siquiera del Yo Sí Puedo, el CIEM, la ELAM o la Operación Milagro. No hablaré de Oswaldo Martínez y tampoco recordaré a Corrieri. (1) No voy a empezar a hablar sobre la Revolución hablando de la sangre cubana derramada en África en la lucha contra el apartheid y por la liberación de los pueblos de ese continente. No hablaré de los estudiantes saharauis en Cuba. No hablaré de internacionalismo. No voy a empezar a escribir sobre la Revolución Cubana hablando de la investigación científica, ni siquiera mencionando el Heberprot-P o las vacunas contra el dengue o el cáncer de pulmón. (2) No voy a empezar a escribir sobre la Revolución en Cuba hablando sobre el atentado de la CIA contra el buque «La Coubre» (1960), en el muelle de La Habana, donde hubo más de cien muertos, ni siquiera mencionando la explosión del avión de Cubana de Aviación, en 1976, provocada por mercenarios pagados desde EEUU en la que fueron asesinadas 73 personas. No hablaré de Eduardo García, ni de Nemesia Montano, ni nombraré Girón o La Colmenita. No voy a empezar a escribir sobre la Revolución Cubana hablando sobre el joven italiano Fabio Di Celmo, quien cayó abatido por la bomba de otro mercenario a sueldo de las mafias contrarrevolucionarias afincadas en Miami, bajo el amparo de los gobiernos estadounidenses. No hablaré del bloqueo ni del imperialismo. No hablaré de Los Cinco. No nombraré a Fidel.

Una beca, Cascarero y la niña que leyó 4

Torres es el apellido de un joven de Jinámar, uno de los barrios obreros de Canarias más golpeados por el desempleo, la pobreza y la marginalidad. En 1997, Torres logró acudir al Congreso Internacional de Pedagogía de La Habana de ese año, que clausuraría Fidel. En medio del discurso, el muchacho escribió una nota al líder revolucionario y la entregó a alguno de los responsables de sala que, personalmente, se la hizo llegar. Fidel la leyó y, sin protocolo, dijo a la audiencia: «hay aquí un canario que quiere y necesita venir a estudiar a Cuba, y a este joven lo invitaremos para que estudie aquí». Conocí esta historia hace años, a través un profesor del Instituto de Jinámar donde había estudiado aquel joven, y también por él supe que Torres terminó su carrera y se quedó a trabajar en las montañas de Santiago de Cuba, como pedagogo, pero aprendiendo allí a hacer de todo, como cualquiera del lugar, como cualquier cubano.

De Cascarero no sabía ni el nombre hasta hace dos días; me encontré con el lugar y su gente por pura casualidad, porque Irma González Salanueva, la hija mayor de René, había escrito sobre ese pueblo del occidente cubano (http://www.cubadebate.cu/opinion/2013/11/19/tony-mi-papa-y-el-guajiro-cascarero/). (3) Su padre, uno de los revolucionarios cubanos injustamente presos en EEUU por luchar contra el terrorismo -y el único que ha logrado regresar a Cuba tras cumplir su condena-, le había prometido a un compañero de la prisión de Florida en la que estuvo que visitaría a su madre, Ovidia, cuando volviera a la isla. Cascarero no es La Habana, ni Santiago, ni siquiera es Holguín, pero René, llevando con él a su familia, cumplió la palabra dada al amigo de cautiverio. René llegó a Cascarero y buscó a Ovidia para darle el abrazo del hijo. (http://www.radiolibertad.cu/index.php/cinco-heroes/966-rene-en-el-pueblo-de-cascarero.html).

A la niña, en cambio, la conozco bien. He estado con ella mientras crecía y he visto cómo se aprendía sus nombres: Antonio, René, Fernando, Ramón, y…….Ge..rar..do, este último siempre le costaba pronunciarlo. La semana pasada vio una imagen y me miró en busca de alguna respuesta. Con el ceño fruncido y los ojos azorados y un poco brillantes me preguntó : «¿Sólo 4?» En la imagen no estaba René, el número no era el de siempre y ella no entendía por qué. Para la niña, que también es canaria -como el joven pedagogo de la primera historia-, Los Cinco son Los Cinco y, o están todos, o el puzzle no puede acabarse. A su manera había hecho suyo el mensaje que René González, el revolucionario que falta en la imagen, pusiera en un mural el pasado junio: «Aún preso, mientras no estemos en Cuba Los Cinco».

Estas historias hablan de coherencia, de lealtad, de solidaridad y de lucha. De eso quería hablar cuando empecé a escribir sobre la Revolución Cubana, que triunfó hace 55 años y no ha dejado de resistir ni de avanzar.

Notas:

(1) ICAP (Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos). ELAM (Escuela Latinoamericana de Medicina). CIEM (Centro de Investigación de la Economía Mundial)

(2) La vacuna contra el pie diabético (Heberprot P) se debe al científico cubano Jorge Berlanga y ha significado un avance crucial en el tratamiento de esta enfermedad. La del dengue, por su parte, se debe al trabajo del equipo dirigido por la científica cubana Guadalupe Guzmán.

(3) En 1998, cinco revolucionarios cubanos fueron detenidos y encarcelados en EEUU por infiltrarse en organizaciones terroristas de Miami que planificaban atentados en Cuba. La información que obtuvieron con su trabajo fue transmitida al Gobierno de Cuba, que la hizo llegar al Gobierno estadounidense, a través del FBI. Los Cinco fueron condenados, en un juicio plagado de irregularidades y violaciones de derecho, a penas que alcanzan la doble cadena perpetua (caso de Gerardo Hernández). Los terroristas que planeaban los atentados en Cuba, siguen libres en Miami. De Los Cinco, sólo uno, René González, ha logrado regresar a Cuba tras permanecer en prisiones de EEUU durante 13 años.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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