Agente clave del comando conjunto vuelve a Chile a prestar testimonio ante la Justicia

Se llama Andrés Valenzuela Morales. Su alías: "Papudo". Fue un desertor de la Fach y agente del Comando Conjunto. Su testimonio sirvió para saber cómo los servicios de seguridad torturaron, asesinaron y desaparecieron a los opositores a la dictadura militar.

Su historia fue puesta en escena 20 años más tarde en la serie nocturna de TVN: "Los Archivos del Cardenal".

Por estos días, se encuentra en Chile con el fin de prestar su declaración al magistrado Mario Carroza, por cuanto maneja información valiosa sobre varias causas de Derechos Humanos, en especial sobre el caso de "Fuenteovejuna".

Operación que se llevó a cabo en las calles Fuenteovejuna y Janequeo de la comuna de Las Condes, el 7 de Septiembre del 1983, como represalia por la muerte del intendente metropolitano mayor (r) Carol Urzúa. Los muertos en este falso enfrentamiento fueron: los miristas Lucía Orfilia Vergara Valenzuela, Arturo Jorge Villavela Araujo, Sergio Peña Díaz, Alejandro Salgado Troquian y Hugo Norberto Ratier Noguera.

En 1993, Andrés Valenzuela Morales concedió una entrevista- casi desconocida- a la desaparecida revista "Hoy", realizada por el periodista Carlos Antonio Vergara. Allí se refirió, entre otros temas, a la matanza de un grupo de militantes del MIR en la calle Fuenteovejuna. Ese testimonio se lo entregamos hoy nuevamente:

LA ENTREVISTA

A los 38 años de edad (1993), con tres hijos y un reciente segundo matrimonio, Andrés Valenzuela Morales, ex agente del Servicio de Inteligencia de la FACH, SIFA, y ex miembro del aterrador Comando Conjunto, ha estado tratando de olvidar a Chile, aunque cree que le será imposible.

Tengo muy malos recuerdos, salvo del pueblito donde nací, Papudo-dice.

Cuesta imaginar que este hombre un poco tímido, de lenguaje simple y gestos francos, haya sido testigo y protagonista de tanto horror entre 1975 y 1976, cuando vio morir bajo atroces tormentos a docenas de personas.

Valenzuela vive en la actualidad en un pueblito al sur de París, donde trabaja como despachador de una fábrica de muebles.

Después de sus confesiones en 1984, permaneció oculto -asegura- en un monasterio en los alrededores de Santiago. En noviembre de ese año logró salir por el sur de Chile hacia Argentina. Desde Buenos Aires se trasladó a Francia.

Su ex esposa y sus hijos llegaron a Europa en marzo de 1985. En 1990 se divorció y hace un año (1992) contrajo matrimonio nuevamente con una francesa.

Parte de su tiempo libre lo ocupa en leer, deleite que combina con la pesca y los paseos.

-Donde vivo hay mucho verde, mucho bosque. A menudo salgo a buscar callampas -cuenta.

Esta entrevista se realizó en un pequeño departamento de París. La ocasión sirvió también para observar el reencuentro entre el anfitrión, un chileno que había estado detenido durante tres meses en la Academia de Guerra, y otro chileno - Andrés Valenzuela-que había sido uno de sus guardias.
Hace más de quince años habían estado en bandos opuestos. Ahora, mientras se filtraba por una ventana la brisa europea, ambos sonreían compartiendo el vino y el almuerzo. Así se inició la conversación.

¿Ha temido por su vida en el exilio?
-No, porque estoy viviendo de llapa desde 1984. Además, cuando hablé, lo que dije no le salvó la vida a nadie, sino que les costó a otros. Si yo no hubiera desertado, Parada, Guerrero y Nattino estarían vivos.

¿Por qué dice eso?
-Porque fueron asesinados por mi deserción. Querían saber por qué estaban trabajando sobre el Comando Conjunto. Antes de que yo hablara, el Comando no era conocido. Lo fue después de mis declaraciones.

¿Cuándo tomó la decisión de contar todo?
-Después de los asesinatos de Janequeo y Fuenteovejuna me dije: no puedo continuar en la Fuerza Aérea, con esta gente que cuenta falsos enfrentamientos. Después vi en la revista Cauce un reportaje donde se hablaba del "Fito" Palma (Adolfo Palma Ramírez) y se contaba que estaba metido en un defalco de dinero. Ahí dije: me voy, cuento todo; y elegí el nombre del periodista que escribía ese artículo.

¿Cómo fue esa entrevista?
Llegué a la recepción y pedí hablar con Mónica González. Le dije: soy agente de seguridad y quisiera hablar con usted. Tengo algunas cosas que decirle, por ejemplo la suerte de los hermanos Weibel. Ella estaba aterrorizada. Me dijo que subiéramos al segundo piso. Cuando le estaba dando la entrevista se puso a llorar. Ella había conocido al "Checho" Weibel.

¿Qué pasó después?
-No puedo dar muchos detalles, ni los lugares precisos, porque el 11 de septiembre hubo un golpe de Estado y nadie se había preparado. Eso puede volver a suceder y gente como yo puede tener la necesidad de acudir a los mismos lugares. Donde estuve escondido fue bastante enriquecedor para mí.

¿Por qué?
-A nivel espiritual. Conversaba con el director del monasterio. Hablamos muchas cosas, de todo un poco. Me ayudó mucho, me reconfortó sicológicamente. Si no, creo que me habría suicidado. Estoy muy agradecido de ellos, les debo la vida.

¿Ha sentido ganas de volver a Chile?
-Sí, a veces, cuando escucho música latinoamericana, pero a veces siento odio por Chile.

¿Por qué?
-El sistema que se creó en Chile me hizo mal, a mí y a muchas personas. No se me pasa por la cabeza pasearme con mi mujer por Ahumada, mostrándole los edificios, y a lo mejor pasa por mi lado el hijo del "Quila Leo" (Miguel Ángel Rodríguez Gallardo, asesinado por el Comando Conjunto), sin que yo sepa; o el hijo de Manuel Guerrero. Por eso no me gustaría volver.

¿Usted quedó con rencor hacia el uniforme militar?
-Hacia el uniforme militar no. Las Fuerzas Armadas en los tiempos de la dictadura engañaron a muchos jóvenes. Nos hicieron creer que estábamos para defender la patria, que era muy importante para el desarrollo institucional del país. Cuando uno entra a ser militar es para defender el país. Yo me di cuenta de que estaba atacando a mi propio país y a la gente que trabajaba para que nosotros pudiéramos ser pagados. Me di cuenta de que los estábamos asesinando. El odio que tengo es contra ese sistema.

¿Usted estaría dispuesto a ir a un juicio en Chile?
-Si los juzgaran a todos sí. Si todos van a ser juzgados, voy sin problemas. Con ciertas garantías, claro, porque no quiero llegar al aeropuerto y que me peguen un balazo. Hay mucha gente que me quiere silenciar.

¿Quiénes?
-Gente de derecha. Yo con la gente de izquierda no tengo problemas, es con los Palma Rodríguez, con los Corbalán...

¿Cómo fue esa operación de Fuente Ovejuna que lo choqueó tanto?
-Nos llamaron el mismo día. Fue Corbalán el que llamó al "Wally" para decirle que tenía a toda la gente que había asesinado a Carol Urzúa, que estaba todo ubicado y que ese día iban a proceder a detener. Entonces el "Wally" dijo: ¿puedo participar con mi gente?. Nosotros éramos cuatro o cinco de la Fuerza Aérea. Corbalán dijo vengan. Y nos fuimos a Borgoño donde estaba el cuartel general de la CNI. Ya había gente que estaba deteniendo. Nosotros estuvimos prácticamente todo el día en el cuartel Borgoño, en los patios, y seguíamos las declaraciones por radio. En la tarde, cuando se estaba oscureciendo, nos dijeron que nos trasladáramos a la Plaza Egaña. Una vez allí, de repente, por radio, dijeron: váyanse a un supermercado. Nos reunieron a todos en el estacionamiento y llegó un oficial de Carabineros que dijo: bueno, vamos a dirigirnos a la calle Fuenteovejuna, hablando muy bajo, pues nos dijo que estaba muy cerca. Vi entonces que llegó un jeep con una ametralladora, con unos tipos cubiertos con una especie de buzo y una capucha. Eran tres sobre el jeep. El oficial les hizo un gesto y se trasladaron cerca de Fuenteovejuna. Después llegamos nosotros y dijo: en la casa hay tres personas. No quiero a ninguno vivo; hay órdenes de no dejar a ninguno vivo.

¿Quién dijo eso?
-Era un oficial de Carabineros. No me acuerdo de su nombre. Era uno grande, rubio. Creo que era el segundo después de Corbalán. En ese momento él dio la orden al jeep de que se pusiera en posición, porque había una pequeña casita justo al frente de la casa. El oficial después preguntó por radio: ¿está preparada la base de fuego? El jeep estaba frente a la casa, que recuerdo estaba iluminada. Dijo: abran fuego. Y empezaron a disparar. Yo no sé cuánto tiempo. Para mí fue largo. Después pararon. Fue solamente el jeep el que tiró, ninguna otra persona disparó. Después, con un megáfono, dijeron: aquí habla la policía; están rodeados, salgan con las manos en alto. Entonces, de adentro alguien respondió: ya no disparen, vamos a rendirnos, y salió Sergio Peña. No lo vi cuando salió de la casa porque yo no estaba en el ángulo, sino que yo escuché que le decían: avanza, sale hasta la calle. Cuando salió a la calle tenía las dos manos en la nuca y abrió los pies esperando que lo allanaran. Entonces dos agentes se acercaron y le dispararon dos ráfagas de metralleta UZI. Inmediatamente, la mujer que estaba dentro gritó algo, asesinos, creo, porque ella estaba mirando. En ese momento dieron la orden de disparar a todos los agentes, o sea a los que podían.

¿Usted también disparó?
-Yo no podía tirar, pero si hubiera podido lo habría hecho. Yo tenía adelante mío a otros agentes. No se veía a nadie. La casa estaba oscura y la ametralladora seguía tirando. Después pasaron algunos agentes de la CNI que estaban enmascarados, con una especie de buzo y gorros pasamontañas, a quienes no puedo ubicar físicamente. Entonces tiraron cuatro o cinco granadas dentro de la casa. Luego lanzaron una bengala para saber si alguien estaba vivo. En ese momento la casa comenzó a incendiarse. Ahí se acercó "El Wally" y nosotros a la casa, porque dijeron que estaban todos muertos. Yo arrastré el cadáver de Sergio Peña que estaba en la calle y lo puse sobre la acera. Es una calle que tiene un jardín en el medio, con una bandeja. Lo dejamos sobre la bandeja, y después dijeron anda a sacar a la mujer antes de que el fuego llegue y apúrense porque a lo mejor hay explosivos en la casa. Entonces, yo con otro agente de la CNI, que no lo conozco, arrastramos también el cuerpo de ella. Me acuerdo que cuando lo estábamos arrastrando no pude determinar quién era. Supe después que era una mujer. Estaba totalmente deformada.

¿Y después qué hicieron?
-Inmediatamente nos fuimos. Llegaron los bomberos y los agentes de Investigaciones, que se quedaron en el lugar. Nosotros nos fuimos a calle Janequeo. Yo partí en el último vehículo y cuando llegamos ya estaban tirando sobre la casa donde estaba José, que era su nombre político creo. En ese momento vi que corría alguien. Hay una pequeña plaza y ahí alguien corre y yo vi que se acercan unos tipos y le disparan e inmediatamente cuando nosotros llegamos hay un tipo que dispara una pistola y se la pone en la mano al muerto para disimular que habría tirado, pero él no tenía arma.

¿Qué les diría a los familiares de los detenidos desaparecidos y de las víctimas de las ejecuciones?
-Que no pierdan las esperanzas, pero que luchen sin odio porque el odio engendra más odio y va ser algo de nunca terminar. Que luchen hasta saber dónde están los cadáveres de sus seres queridos o las circunstancias en que desaparecieron y quiénes lo hicieron.

¿Usted está dispuesto a ayudarlos?
-Sí, siempre. De mi parte lo único que puedo es pedirles perdón. Perdón por no haber hecho lo posible por haber aliviado los sufrimientos sobre todo de la gente que estuvo en manos del Comando Conjunto o en la Academia de Guerra.

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