"Las miserias forestales" Critica al extractivismo en la región del Biobio y propuestas para su superación.

[resumen.cl] El siguiente texto es un fragmento de un ensayo que aborda la problemática extractivista en la zona centro-sur de Chile desde un importante eje producivo: la industria forestal. Con una síntesis de sus principales impactos ambientales y sociales, el texto critica además al sistema completo de necesidades creadas por la sociedad capitalista. A la opresión de clases, géneros, raza y la modificación de la biosfera, se añade el desmantelamiento de las relaciones humanas. El texto argumenta que la pobreza y la miseria hoy no tienen que ver únicamente con la distribución de la riqueza o la cantidad de contaminantes absorbidos, sino también por la falta de autonomía de la mayor parte de la población, alienada en ilusiones mercantiles, perdida su posibilidad de auto-sustentarse en el ambiente actual y debiendo por ello someterse en cada momento a la infraestructura tecno-industrial, hecho que según diversos autores se constituye en la verdadera catástrofe, el reflejo de las actuales relaciones humanas.

[CUADERNILLO DESCARGABLE]«Las miserias forestales" Critica al extractivismo en la región del Biobio y propuestas para su superación (fragmento)

Escrito por: Grupo Antidesarrollista del Biobio. Extraído de www.metiendoruido.com

Este escrito es un pequeño aporte para comenzar en la teoría y en la práctica a enfrentarnos a la miseria que produce el negocio forestal, visualizar sus nocividades y proponer alternativas y prácticas emancipadora en el aquí y en el ahora.

1) Negocio Forestal y devastación del territorio: una caracterización general.

El negocio forestal se configura, después del minero, como el segundo más importante del país, se ha instalado con fuerza en los últimos 40 años en la zona centro-sur de Chile modificando el territorio, llenando las carteras de empresarios y empobreciendo dramáticamente a las poblaciones rurales y mapuche circundantes. Su irrupción surge a la par de la instauración del terrorismo militar post-golpe de Estado, y su imposición solo se explica a través de la complicidad de la dictadura y todo su aparato represivo. El Decreto 701 aprobado por la junta militar en 1974 otorgaba extensiones tributarias y bonificaciones estatales enormes a una industria controlada por los sectores más reaccionarios de la sociedad: terratenientes y burgueses industriales reconvertidos al neo-extractivismo.

El modelo actualmente abarca 2,5 millones de hectáreas de monocultivos de pino radiata y eucalipto, los que se encuentran principalmente en 4 regiones del país: Maule, Biobío, Araucanía y los Ríos. La producción satisface principalmente al mercado mundial de madera y papel, siendo China, Estados Unidos, Japón, México y Corea del Sur los principales compradores. Se estima que en 2014 las ganancias de esta industria superaron los 7,000 millones de dólares. La instauración de este modelo forestal en los últimos 40 años ha fragmentado y debilitado considerablemente el bosque nativo y sus ecosistemas asociados, como arbustos y matorrales, transformando el territorio en una enorme fábrica de madera al aire libre.

Modelo forestal chileno ForestWatch

De acuerdo al Global Forest Watch, en la zona centro-sur de Chile se ha registrado una pérdida de 1,088,102 hectáreas de cobertura de monocultivos forestales y una ganancia de 1,394,610 hectáreas de la misma cobertura entre 2001 y 2013. Estos cambios reflejan ciclos de madereo y replantación de monocultivos forestales de rápido crecimiento. Mapa de Global Forest Watch.

La industria forestal conlleva una serie de perjuicios asociados, como la contaminación por pesticidas, herbicidas y fungicidas, la degradación del suelo y la escasez hídrica. Se estima que un solo eucalipto puede absorber hasta 200 litros de agua al día. Si multiplicamos esto por la cantidad de árboles que están plantados en las 2,5 millones de hectáreas ocupadas, podemos hacernos una idea de la envergadura de la crisis hídrica que se encuentra actualmente en curso. La mayoría de las comunas que conforman la región del Biobío tienen problemas de escasez hídrica producto de haber convivido durante décadas con las plantaciones forestales, situación que agrava el panorama general de disminución de las precipitaciones en la zona, debido a cambios climáticos de escalas globales. Las principales afectadas por esta usurpación del agua son las comunidades rurales que están cercadas por las plantaciones forestales, quienes se ven obligados a abandonar sus actividades agrícolas y su forma de vida producto de la escasez hídrica y la degradación del suelo. Este proceso ha generado un empobrecimiento masivo de las comunidades rurales, viéndose obligadas a emigrar a las ciudades o someterse al precario trabajo asalariado que le ofrece la misma industria que les quita su autonomía alimentaria y laboral. Los campesinos que antes gozaban de cierta independencia y podían cultivar sus propios alimentos, ahora se han transformado, muchas veces, en obreros rurales al servicio de la industria forestal, de esta manera, la misma industria que los ha empobrecido les ofrece empleos con sueldos miserables para que compren sus alimentos en algún supermercado. Se sabe que comunas rurales como Lumaco, Galvarino y Los Sauces han perdido drásticamente su población rural, que ha emigrado por la pobreza que azota el campo. Otro grupo profundamente golpeado por las forestales es el pueblo mapuche, obligado a entregar sus tierras a la vorágine forestal, perdiendo su cultura y sometiéndose a los avatares del progreso que impulsa el capitalismo.

Impactos ambientales y sociales de los monocultivos forestales y la industria de celulosa en Chile

Impactos ambientales y sociales de los monocultivos forestales y la industria de celulosa en Chile.

 

2) Buscando soluciones. 

Luego de constatar y caracterizar la catástrofe derivada del negocio forestal comienzan a aflorar una serie de preguntas ¿Cómo detener sus nocividades? ¿Cómo generar una estrategia de contención de estos monstruos industriales? En definitiva: ¿Qué debemos hacer quienes nos oponemos a este modelo destructor?

La solución tradicional del movimiento comunista y anarquista frente al capitalismo ha sido postular la socialización de los medios de producción, para de esta manera generar la autogestión de nuestras necesidades, repartiendo los frutos del trabajo entre los productores mismos, sin la burguesía, clase social que históricamente se ha apropiado de la riqueza social.

Pongamos un ejemplo histórico cercano a nuestra realidad. El sueño de la izquierda chilena durante los años 60 y 70 fue socializar los medios de producción. Algunos postularon la necesidad de utilizar al Estado para este fin y otros postularon la organización autónoma de los pobladores, los cordones industriales y la democracia directa de los trabajadores. Sin embargo, no se cuestionó jamás la naturaleza del aparato productivo. En resumidas cuentas, el problema fundamental consistía en quién gestionaba las fábricas: el obrero o el patrón. Sin embargo, no se problematizó el qué, el cómo y el por qué producir, es decir el contenido del proceso productivo de la sociedad. Se asumía que las fabricas, minas, pesqueras, etc eran todas necesarias, solo que estaban en manos equivocadas. Este sueño responde a una visión esencialista del aparato productivo y la técnica. Bajo esta lógica éstos se manifestarían como neutros, unas herramientas que serían buenas o malas en virtud de las manos que las utilizarán: la burguesía o el proletariado.

Pongamos como ejemplo la industria forestal actual ¿Cuál es el problema fundamental? ¿Que los dueños de estas fabricas son los burgueses, en vez de los trabajadores? ¿Necesitamos la gestión autónoma de las forestales por parte de la ciudadanía, los campesinos, los mapuche? Hablar de autogestión de la industria forestal es como hablar de gestionar la destrucción de nuestro propio territorio, y por tanto nuestra destrucción como comunidad. Se pueden repartir y socializar las jugosas ganancias de este negocio, pero esta solución sigue estando bajo la lógica capitalista. Porque al final esta solución solo consiste en repartir dinero, valor ficticio e inmaterial a costa de la destrucción material de nuestro entorno.

Esto no es un grito de defensa abstracto del ambiente o una "hippeza" más, es plantear que se están destruyendo las bases materiales y los flujos de autorregulación de nuestro territorio, único generador de vida y sustento para nuestras comunidades. ¿Qué mundo se puede construir en un territorio devastado? ¿Qué comunismo o socialismo podría instalarse en un ambiente muerto? ¿Qué sociedad anti-autoritaria y anárquica podría florecer en un desierto sin vida? No se trata de defender la tierra bajo una lógica esencialista, sino de entender que el territorio es el único capaz de albergar una comunidad humana. Con esto planteamos una visión profundamente materialista frente al idealismo capitalista que destruye la tierra y las comunidades pensando que está lógica puede sustentarse hasta el infinito, porque, pese a todos sus costos, el progreso no se detiene, esta es su máxima fundamental.

Uno de los problemas del movimiento revolucionario, incluso en sus corrientes más radicales comunistas y anarquistas, es que aún mantiene una fe casi ciega en torno a las ideas de progreso y desarrollo. En torno a la idea de que la apropiación del mundo creado por el capitalismo puede ser utilizado para emancipar a la sociedad. De que la tecnología y el aparato tecno-industrial pueden estar al servicio de una sociedad comunista si se ocupan de buena manera. Lo cierto es que esta idea cada vez pierde más sentido en un mundo en donde la mayoría de la producción está determinada por una demanda vinculada a necesidades ficticias y deseos manipulados. Pongamos un ejemplo relacionado con las plantas de celulosa.

Consumo de papel 1

Kilos de consumo de papel por persona al año. Fuente: FAO.

¿Para qué sirve la producción de papel hoy en día? La mayoría del papel se utiliza para publicidad y embalaje de mercancías. Dos actividades que sólo tienen sentido en una sociedad que necesita promocionar sus productos y embalarlos en papel para ser trasladados en la economía globalizada actual. En una sociedad comunista, la abrumadora cantidad de publicidad desaparecería, así como la necesidad de transportar mercancías de un lado al otro del mundo en virtud de la lógica de la oferta y la demanda guiada por los irracionales mercados financieros que hacen que las papas producidas en Bulgaria sean más baratas que las producidas en la comuna rural más cercana a nuestros barrios. El retorno a la producción local y a la socialización de los productos generados por las comunidades haría innecesaria gran parte de la producción de celulosa. En este punto constatamos que las fábricas de este tipo, más que servir a un mundo nuevo, son una piedra de tope para su desenvolvimiento. No se puede entender el mundo que anhelamos bajo la mismas necesidades que tiene el modelo capitalista actual.

Bajo esta lógica es que entendemos que más que una apropiación de la industria forestal, deberíamos buscar su supresión, en tanto y en cuanto no son unidades productivas que satisfagan necesidades humanas, sino de generación de dinero, mercancías y valor abstracto sin utilidad más que para los capitalistas que miden su poder a través de la cantidad de ceros electrónicos en sus cuentas financieras. Esta realidad se manifiesta en gran parte del aparato productivo actual que no busca satisfacer necesidades reales, sino creadas bajo la lógica consumista. No parece muy provechoso socializar el sistema productivo capitalista para fines de construir una sociedad comunista. La sociedad revolucionaria no puede basarse en la satisfacción de las necesidades tal como las entendemos hoy.

No es casualidad que quienes más radicalmente se han opuesto a las forestales no estén pidiendo la autogestión de esta industria, como en otros tiempos solía proponer gran parte de la izquierda nacional, sino la desaparición de esta misma, a través del enfrentamiento directo si es necesario. El pueblo mapuche en proceso de autodefensa, es el movimiento más avanzado y de mayor antagonismo frente a las empresas forestales. Esto proviene del hecho de que están afectados más directamente por ellas, pero también porque como comunidad aún mantienen importantes lazos con su entorno y no están tan alienados o colonizados como lo estamos los habitantes en las urbes. Muchas comunidades mapuche aún subsisten sin depender totalmente del trabajo asalariado o tienen recuerdos de sus padres y abuelos que vivían en relaciones no capitalistas mucho más igualitarias que las actuales, y sin el embobamiento por el consumo, la tecnología y la vida urbana, como la mayoría de la actual población del territorio. El pueblo mapuche en autodefensa no lucha por la estatización o por repartir las ganancias de la industria forestal, lucha por su eliminación, su retirada definitiva sobre sus territorios.

El pueblo mapuche en autodefensa ha logrado comprender esta realidad, en virtud de que su proyecto de vida actual y futuro se sustenta en el retorno a relaciones no capitalistas, más cercanas al "comunismo primitivo" que alguna vez describieron los primeros socialistas. Pero ¿Qué pasa con nuestra sociedad que está embobada con el consumo ilimitado de mercancías? Mientras no exista una crítica radical al consumo innecesario y a la abundancia obscena de mercancías, nuestra sociedad no podrá aceptar las tesis de desmantelar el aparato productivo en función de la protección del territorio y las comunidades. La combatividad de los mapuche no se deriva necesariamente de una crítica teórica o ideológica al capitalismo, sino de una forma y estilo de vida que es antagónica a las grandes lógicas mercantiles. En cambio, la vida de la mayoría de la población urbana, no. Así, nos damos cuenta naturalmente de que la crítica contra el progreso capitalista y sus nocividades, es inseparable de la crítica a la vida cotidiana.

El capitalismo actual se caracteriza por haber colonizado la casi totalidad de la cotidianidad humana. Ya no solo el capitalista adquiere ganancias explotando al asalariado en su puesto de trabajo, sino en el tiempo que este pasa fuera de su trabajo. El tiempo de ocio de los y las trabajadoras es utilizado en el consumo en los malls y centros comerciales. El capitalismo ha colonizado el "tiempo libre" través de la creación de ansias de consumo ilimitadas. Hoy, los trabajadores siempre están trabajando para el sistema, incluso cuando no están en el trabajo, ya sea insertos en las redes sociales virtuales o satisfaciendo sus necesidades mercantiles más superfluas. Mientras esta estructura mental no sea abandonada por amplias capas de población y se generen prácticas de resistencia, difícilmente se podrán aceptar las criticas más radicales al aparato tecno-industrial para luchar contra el sistema. La tarea más urgente para las organizaciones revolucionarias de hoy, pareciera ser: ayudar en la descolonización del consumo y del trabajo asalariado, liberando el máximo tiempo en la población para que ésta pueda ocupar sus fuerzas en auto-emanciparse desmantelando el aparato productivo que es innecesario y creando nuevas maneras de auto-sustentarse a través de formas solidarias de organizar la sociedad que satisfagan las necesidades colectivas. Este proceso no es un asunto de días, puede tomar décadas o siglos. El problema es que no podemos esperar tanto cuando la biosfera está siendo rápidamente degradada, eliminándose las bases materiales y territoriales para la constitución de una sociedad revolucionaria.

3) El progreso de la pobreza y la miseria.

Un buen camino para lograr este cambio de mentalidad es objetivando la nueva pobreza de nuestros tiempos, la miseria moderna en Chile. En la década de 1960 y 70 la pobreza era medida en virtud de la ausencia material de objetos, comida, techo, salud, ropa, etc. En la actualidad esta visión de la pobreza ha quedado en parte obsoleta, o al menos el capitalismo de la abundancia consumible del tipo chileno ha sabido sortearla bien. En la actualidad la miseria material ha descendido considerablemente, integrando a amplias capas de la población en la vorágine del consumo. La pobreza actual de un niño de clase popular de Santiago o Curanilahue, no está solamente vinculada a la ausencia de zapatos o leche, sino, más bien, a la pobreza extrema de las relaciones sociales en las que se desenvuelve, que muchas veces lo empujan a la violencia, las drogas o la autodestrucción. Soledad, falta de una comunidad, intoxicación con fármacos, etc. Objetivar la nueva pobreza es indispensable. Si el niño pobre de los años 60 era flaco por la falta de alimentos, ahora es gordo por la excesiva comida chatarra que consume. Si el niño de los 60 era pobre por no tener zapatos con los que salir a la calle, el de los años 2015 tiene zapatillas NIKE, pero no puede salir a la calle por el ambiente de violencia que existe en la población donde habita. Antes el pobre no iba a la escuela, ahora sí puede ir y ser medicado para que no se subleve contra las normas que le impone la sociedad.

La nueva miseria, de esta manera, debe ser medida no solo por los niveles de las carencias materiales, sino a través de la constatación de la degradación extrema de las relaciones de comunidad. La pobreza de las clases populares en Chile, por ejemplo, ya no se puede medir en la ausencia de objetos, sino, por ejemplo, en virtud del espacio en el que viven, el urbanismo que los constriñe y los obliga a habitar en las periferias de las ciudades, y el endeudamiento cada vez más obsceno que los obliga a someterse a trabajos asalariados extensos, agobiantes y mal pagados. La crítica al consumo, al urbanismo y al trabajo asalariado son importantes pilares para una contestación genuina al modo de vida capitalista.

Olvidar estas premisas y suponer que nuestra crítica solo supone un desmantelamiento de las actividades productivas destructoras del territorio sin considerar la necesidad de superar las nuevas (y viejas) miserias a las que se somete parte considerable de la población es chocar con un callejón sin salida. Suponer una defensa abstracta de la naturaleza como lo hace el ecologismo clásico es seguir viendo la defensa de la vida de forma parcializada. A diferencia de ellos, nosotros no asumimos que nuestra tarea principal es evitar las relaciones destructivas con nuestro entorno, sino evitar las relaciones destructivas que eliminan una vida autentica en comunidad. La verdadera catástrofe no es sólo la contaminación de nuestro entorno, sino que la contaminación y colonización de la mercancía en nuestras relaciones humanas cotidianas. La degradación de la biosfera no es más que una consecuencia de esta catástrofe social.

Atacar la nueva pobreza, entonces, presupone buscar nuevas formas de relacionarnos que propicien suplir nuestras necesidades como comunidad y encontrar formas de vida plenas, al margen del concepto de felicidad burguesa que nos propone el capital: la abundancia de mercancías y apariencias. Reconceptualizar la pobreza también presupone criticar el concepto de riqueza y dejar de asociarlo con la abundancia consumible de mercancías, asumiendo que la única riqueza a la que podemos aspirar es a la construcción de relaciones humanas plenas. La sociedad comunista o anarquista no sería aquella que le dé a todos una capacidad ilimitada de consumo, no podemos imaginar la sociedad futura como un hipermercado que entregue a todos lo que necesitan.

El "problema ambiental", por otro lado, no puede dejar de analizarse desde una perspectiva de clases sociales. Aunque esta perspectiva no explique todo, sí entrega claves para el entendimiento de los efectos de la catástrofe social. Más allá de cualquier relativización, es innegable que la degradación producida por el aparato productivo suele afectar a los más desposeídos y oprimidos. Una termoeléctrica no será instalada en un barrio de clase alta, tampoco un basural o una industria contaminante. Estas nocividades son instaladas, por lo general, en las cercanías de los barrios pobres. A diferencia de los ecologistas clásicos y ciudadanistas "verdes" que suelen defender "territorios vírgenes" y la "naturaleza" como algo abstracto, los más pobres de la sociedad suelen rebelarse simplemente porque las condiciones materiales de degradación de su ambiente no les dejan vivir, no les queda otra opción. Por tanto, es innegable que serán los más desposeídos de esta sociedad los que se enfrenten más radicalmente al aparato tecno-industrial nocivo, tal como lo demostraron los pobladores y pobladoras de Freirina en 2012, atacando la fábrica de carne de cerdo de Agrosuper que les violentaba, y pidiendo su desmantelamiento definitivo.

Pero, la miseria actual, no puede medirse solamente en la cantidad de polución que aspiramos o las radiaciones que pueden afectar nuestros cuerpos. No es solamente una nocividad cuantificable científicamente. La miseria actual proviene principalmente de la falta de autonomía de la población, la cual ha perdido la posibilidad de auto-sustentarse, debiendo someterse en cada momento al dinero y al trabajo asalariado, además de los hipermercados, canales de comunicación, transportes e infraestructura capitalista en general. La miseria actual proviene de la falta total de autonomía para decidir la forma y estructura de nuestras ciudades y barrios, teniéndonos que someter siempre a los expertos, urbanistas y arquitectos del capital.

4) Construir comunidades autónomas.

Aquí las preguntas son muchas ¿Cómo conformamos comunidades antagónicas al modelo constituidas en base a relaciones no capitalistas, basadas en el apoyo mutuo y la solidaridad? ¿Desde dónde construir este nuevo mundo al margen del sistema que nos permite la vida en las enormes ciudades? Resulta sumamente difícil responder a estas preguntas debido a la dependencia extrema que tiene la actual sociedad en relación al enorme entramado tecno-industrial y energético. Construir formas autónomas de suplir nuestras necesidades más allá de pequeños grupos, es decir de forma extendida, es muy difícil, sobre todo para quienes vivimos en las ciudades. Frente a esto no nos queda más que empezar a instalar nuevas ideas e ir rompiendo los dogmas establecidos para que este sueño se materialice rápidamente y de forma sostenida en el tiempo. Las premisas básicas siguen siendo las mismas que tuvieron las formas más avanzadas de contestación contra el sistema en otras épocas: la lucha anti-Estatal, el abandono del consumismo, el desecho de cualquier forma de representación y parlamentarismo, así como el rechazo a la esclavitud moderna del trabajo asalariado, siguen siendo pilares fundamentales.

Pero a esto hay que agregarle el abandono de las visiones desarrollistas y de fe en el progreso técnico e industrial. Hemos de constatar que los avances tecno-científicos no han traído el paraíso que prometían. Aún con nuestros avances tecnológicos, nuestros viajes al espacio y todas la maravillas modernas, es de tener en cuenta que aún miles de millones en el mundo sufren de una pobreza desgarradora vinculada al hambre y la enfermedad. El capitalismo europeo no funciona igual que el chileno, pero el chileno tampoco funciona igual que el de Etiopía. Es por eso que en Chile o Europa se podría incluso desarrollar un capitalismo verde y mejorar relativamente las condiciones de vida de la población, sin embargo, este nivel de vida necesariamente deberá explotar otras poblaciones y otros territorios, con altos impactos ambientales y sociales. ¿Qué territorios sacrificaríamos? ¿Qué población deberá ser explotada para mantener estos niveles? Las utopías tecnológicas de elevar el nivel de vida de la población de los países en desarrollo y el tercer mundo al nivel de vida de las clases medias occidentales es un absurdo, pues para ello serían necesarios los recursos equivalentes a más de un planeta Tierra.

Es un paso fundamental abandonar cualquier pretensión liberadora a partir de la técnica capitalista. Romper con este dogma nos evitaría caer en trampas y espejismos en los que el movimiento social ha chocado tantas veces: la ilusión de que la estatización o socialización de los medios de producción basta para cambiar el mundo. Nosotros creemos que se necesita cambiar primero las mentalidades y las prácticas para empezar a preguntarnos qué, cómo y por qué necesitamos vivir en comunidad y recuperar relaciones sociales solidarias y plenas.

Combatir la destrucción del territorio es combatir la destrucción de nuestras relaciones sociales como humanidad. La reconstitución de nuestro mundo solo puede venir de la mano de la reconstitución en el aquí y ahora de una comunidad solidaria y a la vez antagónica contra el Estado y el Capital. La creación de espacios liberados de la colonización de la mercancía es fundamental. Aquí nos damos cuenta de que la lucha contra la destrucción de nuestros territorios es inseparable de los sistemas de dominación que aquejan a nuestra sociedad: las clases sociales, el patriarcado y el racismo. Cualquier esfuerzo en este sentido constituye automáticamente una resistencia y una propuesta viable al sistema capitalista que degrada nuestro entorno y nuestras vidas.

Puede parecer superfluo empezar a construir cotidianamente nuevas relaciones humanas frente a la inmensa destrucción de nuestro ambiente, sin embargo estas prácticas constituyen el único refugio para construir en el aquí y ahora una nueva sociedad. Cuestionar nuestras relaciones autoritarias, mercantiles, patriarcales y racistas, así como el antropocentrismo y especismo de nuestra civilización, son importantes herramientas para ir creando comunidades que alberguen respuestas antagónicas al modelo imperante. La autoliberación integral en todas las esferas de nuestra vida parecer ser el único camino posible de seguir. La catástrofe que asola a nuestros territorios, es sobre todo el reflejo de la catástrofe que asola nuestras relaciones humanas. Nuestro objetivo, por tanto, debiese empezar a construir estas nuevas relaciones que sean la semilla de un proceso real de emancipación.

VEA: PLANTAR POBREZA, EL NEGOCIO FORESTAL EN CHILE -DOCUMENTAL-

 

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