Brasil: historia de un suicidio político

[Por Daniel Mathews / Resumen.cl] En tiempos bárbaros los golpes de estado se hacían con tanques en la calle y matando gente. Ahora, aunque a veces siguen matando, ya no están de moda los tanques. Honduras, Paraguay en el pasado. Brasil hoy. Quizá mañana Venezuela. El proceso es el mismo: el Congreso destituye al Presidente. El 17 de abril pasado la Cámara de Diputados de Brasil abrió las puertas al proceso de destitución de la presidente Dilma Rousseff. Ahora espera el voto definitivo que está en manos del Senado.

En verdad el golpe se lo dio la propia Dilma cuando se olvidó de sus promesas electorales y comenzó a gobernar con el plan de gobierno que había sido derrotado. Pero la derecha quiere más. Quiere todo el poder para ella. Y sabe que no ganara ninguna elección. Ahora mismo, en medio del proceso contra Dilma y el PT, Lula lleva la preferencia de voto para las próximas elecciones.

Lo que vendrá después del golpe no es difícil predecirlo. Basta escuchar los discursos de los congresistas que atacan a Dilma. Los diputados y diputadas de derecha dedicaron su voto a miembros de sus familias, a iglesias evangélicas, a movimientos contra el aborto y a los recortes de los derechos sociales, dejando totalmente de lado las razones penales de las que se le acusa a la presidenta. Un diputado, Jair Bolsonaro, un oficial de policía homófobo, dedicó su voto a los oficiales militares que torturaron a Rousseff cuando fue arrestada cuando participaba en la lucha armada contra la dictadura militar en los años 1970.

Sin embargo, hay que decirlo, hay serias coincidencias entre lo que está haciendo Dilma y las propuestas electorales de Aécio Neves, derrotadas en las ánforas pero triunfantes ahora. El ajuste que se lanzó al inicio de 2015 significó recortes de inversiones y financiamiento, quita de derechos a los trabajadores, encarecimiento del crédito y ajustes en el presupuesto público.

A través del ajuste, se realineó el tipo de cambio, se redujo la actividad económica, se derrumbó el PIB, se privatizó más de 20 empresas estatales - en especial del sector eléctrico -, aumentó el desempleo (una de las piezas maestras para reducir los salarios) y se agravaron los conflictos sociales.

En las elecciones del 2014 las diferencias programáticas entre las dos opciones fueron radicales. Y, obviamente, gano quien protegía los derechos de los trabajadores. Pero una vez ganadas las elecciones comenzó otra historia. Tres días después del cierre de las urnas, el Banco Central elevó la tasa de interés - contrariando el discurso desarrollista de campaña – varios personajes ligados a la derecha fueron nominados para los ministerios, medidas drásticas fueron anunciadas en la economía y la popularidad de la mandataria se derrumbó pronto en los primeros meses. El electorado sintió que se le había engañado.

Al perder la base social el gobierno de Dilma siguió siendo legal, había ganado las elecciones, pero perdió legitimidad. El PT la mantiene recurriendo a su líder histórico y al recuerdo de las grandes huelgas que alguna vez dirigió. Pero la presidenta no tiene apoyo. Y es esa situación la que le permite avanzar a la derecha.

Las fuerzas conservadoras son por naturaleza elitistas, excluyentes y antidemocráticas. No estaban contentas ni con Lula (2003-20010) ni con el gobierno inicial de Dilma Rousseff, en su gobierno inicial (2011-2014). Pero el apoyo popular a estos gobiernos era muy alto. Cualquier maniobra parlamentaria hubiera movilizado a la calle. Ahora que la práctica democrática fue debilitada la derecha saca las garras. No le basta que se cumpla su programa. Quiere gobernar.

La tarea hoy es construir un nuevo referente de izquierda. Las movilizaciones populares apuntan a eso. Y en el Congreso únicamente seis diputados de la oposición de izquierda, del Partido por el Socialismo y la Libertad (PSOL), y unos pocos más llamaron al presidente de la Cámara por su nombre: ladrón, hipócrita y corrupto

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