(Por Ricardo Candia Cares / Rebelion) La noticia duró infinitamente menos que el caso del entrenador Sampaoli y en las redes sociales estalló con mucho menos estruendo que la muerte de David Bowie. La gestión del gobierno será indagar la situación laboral de los cadáveres. No se sabe lo que habrá dicho la presidenta.
El caso es que la cultura dominante acaba de matar a nueve cesantes disfrazados de trabajadores invisibles, mudos e inexistentes: siete hombres y dos mujeres, entre los que hay tres menores edad, destrozados en un accidente carretero en Angol.
Las investigaciones se centran en el incumplimiento en el Código Laboral. La responsabilidad, dicen, es del chofer del vehículo que los transportaba.
Pero ¿el sistema político que permite este tipo de explotación generalizada, la que expone a la gente a riesgos increíbles, no tiene ninguna responsabilidad?
¿Se lavarán las manos las autoridades orgullosas de los índices en materia de exportación de frutas y otros productos a los mercados internacionales los que lucen con prestancia el sello de Chile, producidas por esos muertos?
Un sistema que ha pauperizado la vida de millones de seres humanos desterrándolos al limbo de los perdedores que sustentan con su esfuerzo a un puñado de egoístas millonarios y poderosos coludidos con la casta de políticos, no pude llamarse humano.
Un modelo que ha hecho leyes que permiten que siete hombres y dos mujeres, entre ellos dos niños, deban salir al alba para ganarse el sustento sin que las leyes hayan hecho lo suyo, no pude ser considerar como decente.
El accidente que dejó nueve muertos entre Angol y Los Sauces no es un hecho aislado.
Se repite con dramática frecuencia y siempre las víctimas se descubren despojadas de sus derechos, al margen de la legislación y obligadas por su pobreza.
Estos accidentes no son tales. Estas desgracias son un efecto necesario dado el nivel de pauperización y de abandono a que se somete a la gente pobre que se ve obligada a someterse a un trabajo de esclavos como de hecho es el de temporero.
Estos dramas dejan al descubierto las condiciones en que trabajan miles de personas en turnos de espanto, sin contratos ni protección laboral, sin capacidad de negociar sus condiciones, expuestos a peligrosos agentes químicos y transportados como animales.
Todo lo cual redunda en mucho dinero para los empresarios y el orgullo de las autoridades que se ufanan de los productos chilenos en el extranjero.
Esta tragedia una vez más pone en evidencia la precaria solvencia de la sociedad que se ha terminado de construir luego de tantos años de post dictadura.
Lo que los números indican acerca de lo desigual que es nuestro país, queda dramáticamente demostrado por datos mucho más tétricos que las estadísticas: se mide en número de muertos, de sub vidas, de desprecio y explotación.
No muy lejos de esos cadáveres y sus atribulados deudos, el sistema político que ha construido las condiciones para que tragedias como la Angol se repitan con una frecuencia de espanto, se revuelca en su propia inmundicia.
Políticos vendidos, comprados, arrendados o regalados son los que han legislado para que estos dramas sean posibles. Su función debidamente pagada, ha sido servir los intereses de los poderosos, cercenando cada derecho que en años los trabajadores habían ganado. Y de paso, desarrollando múltiples maniobras para seguir estafando a la gente crédula.
El capitalismo mata por su naturaleza. La tragedia de Angol no solo devela lo precario de las condiciones laborales de miles de hombres, mujeres y niños.
Devela lo inhumano de un sistema que se ha entronizado en el país y el que día a día es perfeccionado con un entusiasmo digno de la mejor causa por la ultra derecha y la Concertación/Nueva Mayoría.
Y luego del sepelio, de esta tragedia solo quedara la inmensa pena de sus familiares y deudos. El mundo seguirá andando a la espera de saber qué va a pasar con el entrenador de la Selección nacional de futbol, quinta en el ranking mundial de selecciones....
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=207702