Retomar la iniciativa estratégica obliga a desarrollar y a cualificar la fuerza del pueblo. Y para ello es fundamental avanzar en estos tres aspectos: Programa, Organización y Estrategia. Solo de esa manera seremos capaces de darle una salida popular a la actual crisis del sistema de dominación. Debemos convertir la protesta en revuelta, la revuelta en rebelión y transitar desde la rebelión hacia una alternativa de poder.
Igor Goicovic Donoso / resumen.cl
La profunda crisis que afecta al modelo de dominación capitalista en Chile no está resuelta. Sigue plenamente vigente. Éste modelo de dominación, impuesto por la dictadura a partir de 1973 y profundizado por las administraciones civiles desde el año 1990, comenzó a ser radicalmente impugnado por los sectores populares a partir del año 2006 (Revolución Pinguina), dando origen a una serie de movilizaciones que incorporaron al conjunto de los trabajadores y sectores explotados y excluidos de nuestra sociedad, en un encadenamiento cada vez más masivo y combativo: Comunidades indígenas, trabajadores subcontratados y precarizados, comunidades locales y regionales, estudiantes secundarios y universitarios, pensionados, ambientalistas, mujeres y disidencias sexuales.
El punto más alto en el desarrollo de la movilización popular se alcanzó, precisamente, en la revuelta popular inaugurada, nuevamente, por los estudiantes secundarios (salto de torniquetes), el 7 de octubre de 2019, la cual se extendió por todas las ciudades y pueblos de Chile a partir del 18 del mismo mes.
Trabajadores, pobladores y estudiantes, salieron a las calles, marcharon, hicieron sonar las cacerolas, levantaron barricadas, saquearon establecimientos comerciales y se enfrentaron violentamente con los destacamentos represivos del Estado. Durante la huelga general del 23 y 24 de octubre de 2019 el gobierno tambaleó, colocando en riesgo al conjunto del sistema de dominación.
No es extraño, en consecuencia, que, a partir de ese momento, la burguesía y sus aliados en el sistema político se hayan apresurado a buscar acuerdos que les permitieran sostener el andamiaje que se derrumbaba. Dicho acuerdo, suscrito el 15 de noviembre de 2019, trazó el itinerario para la definición e implementación de los ajustes institucionales que requiere el sistema a objeto de salvaguardar su continuidad.
De ese acuerdo fueron tributarios el plebiscito del 25 de octubre de 2020, las elecciones de convencionales de los días 15 y 16 de mayo de 2021 y la instalación de la Convención Constitucional el 4 de julio de 2021. Dicho itinerario y los contenidos y orientaciones que acompañan el mismo no han sido definidos por los sectores populares, han sido el campo de negociación y de suscripción de acuerdos que las élites de poder se han dado.
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No cabe duda que el escenario institucional es el ámbito en el cual las clases dominantes se sienten más cómodas. Desde él han logrado recuperar la iniciativa estratégica, siendo expresión de ello, la reivindicación del estado de derecho burgués, la validación de la represión (en especial en el Wallmapu), el creciente alineamiento de los actores políticos y empresariales y el restablecimiento del discurso hegemónico en los medios de comunicación.
Por el contrario, el ámbito en el cual los sectores populares se despliegan más eficientemente es el de la movilización popular. La movilización popular de masas, independiente y rupturista. Pero no se trata solo de volcarnos masivamente a la calle a objeto de exteriorizar nuestro descontento o nuestra rabia. Retomar la iniciativa estratégica, con vocación de poder, conlleva hacernos cargo y superar nuestros principales déficits o problemas. A saber, transformar la demanda social en programa político.
Hoy día resulta fundamental definir: ¿qué tipo de economía, qué tipo de sociedad y qué tipo de régimen político queremos construir? En ese sentido, ya hemos avanzado sustantivamente en nuestras asambleas territoriales y gremiales. Pero no hemos logrado sistematizar esos avances en una plataforma compartida y esa es hoy día una tarea urgente.
También hemos avanzado y acumulado ricas experiencias en materia de organización popular de base, en particular en asambleas y cabildos. En ellas se ha discutido amplia y democráticamente sobre muchos temas y desafíos para el campo popular.
Los territorios se han relevado como ámbitos de encuentro, de eclosión y construcción de saberes y de identidades y como espacios propicios para el despliegue de la movilización rupturista. Pero debemos ser capaces de proyectarnos desde nuestros territorios hacia ámbitos de articulación más amplios y transversales.
Debemos crecer en coordinación a objeto de socializar el programa común y de definir una estrategia de movilización compartida que nos permita golpear todos y al mismo tiempo al enemigo de clase. Esa tarea de construcción y desarrollo del poder popular es también una tarea urgente.
Es evidente, a su vez, que la autodefensa de masas ha sido un componente fundamental en el desarrollo de la protesta popular, tanto en el combate a la represión, como en la defensa de los presos políticos y en la asistencia médico-sanitaria a aquellos afectados por la violencia policial. No obstante, en este plano se observan dos niveles de problema: Por una parte, la tendencia a la ritualización de la violencia, que la concibe como un fin en sí misma despojándola de su carácter político e instrumental.
Muchos han optado por organizarse para combatir, sin internalizar que combatimos para cambiar la sociedad. Es por ello que la violencia política popular no ha logrado escalar hacia mayores niveles de desarrollo. No hemos transitado de la autodefensa de masas, a la lucha miliciana y, por lo mismo, no hemos avanzado desde la lucha miliciana hacia el accionar insurgente.
Un segundo aspecto a considerar es que tampoco hemos sido capaces de neutralizar efectivamente a la represión. Si bien hemos logrado, circunstancialmente, desalojar a la represión desde algunos territorios, no es menos efectivo que el costo ha sido muy alto. Compañeras y compañeros han sido asesinados, mutilados o encarcelados; y ello no sólo nos obliga a la solidaridad y al apoyo mutuo, también nos obliga a ser más eficientes en el combate a la represión, ya que cuando ella se impone la desmovilización suele ser su resultado inmediato.
Retomar la iniciativa estratégica obliga a desarrollar y a cualificar la fuerza del pueblo. Y para ello es fundamental avanzar en estos tres aspectos: Programa, Organización y Estrategia. Solo de esa manera seremos capaces de darle una salida popular a la actual crisis del sistema de dominación. Debemos convertir la protesta en revuelta, la revuelta en rebelión y transitar desde la rebelión hacia una alternativa de poder.
Quilpué, 15 de octubre de 2021.
Fotografía principal: Verónica Milla