Por: Paulina Barrechea y Pablo Angulo.
Desde la coyuntura sociopolítica de un Chile que pareciera despierta apenas del letargo impuesto por el modelo neoliberal poner en escena las formas a través de las cuales nos han enseñado a pensar y entender el gran relato de la nación se presenta como sugerente y necesario. La toma de conciencia que en/desde Chile se hace visible hoy, a través de los movimientos estudiantiles y de profesores, debe tener como centro de la disputa no sólo la gratuidad (derecho saqueado por el Estado durante la dictadura) y estatización progresiva de la educación escolar; sino que, también, la complejización y discusión de los discursos mediante los cuales se enseñan a entender los contenidos de los diferentes campos del conocimiento y, en ello, la reflexión crítica de los mecanismos de disciplinamiento corporal que operan en dicho sistema.
La enseñanza escolar chilena es positivista, parcelarizada, discriminatoria y, en humanidades, profundamente eurocéntrica. Según FRANCISCO CISTERNA, el análisis de los programas de estudios en los establecimientos educacionales "parte de la constatación de que las escuelas no son sitios políticos neutrales, sino que están directamente relacionados con la construcción y control de discursos, significados y subjetividades, y en cuya transmisión a las jóvenes generaciones, se reproduce una visión de mundo, de la cultura, de los grupos sociales dominantes"1 (2004:49). Como tal, el sistema escolar chileno es totalmente funcional a los intereses de los grupos poderosos en una forma de dominación silenciosa, pero profundamente efectiva.
Una de las operaciones de currículum oculto es, efectivamente, la relacionada con la condición de género. En los textos escolares (desde tercer año hasta enseñanza media), relativos al discurso de la conquista y asentamiento colonial, la única mujer que se considera personaje histórico es Inés de Suárez. No existe otra participación digna de mencionar. La supresión de este contenido omite personajes femeninos que tienen relevancia y participación en hechos concretos como Mencia de los Nidos en la Guerra de Arauco; Úrsula de Jesús, en el ámbito de la escritura conventual, entre otras. En ello se omite la participación de la primera mujer que llega al territorio con las huestes de Diego de Almagro, la negra Malgárida, esclava de Diego de Almagro, nuestra primera descubridora. SOR IMELDA CANO comenta en su libro, La mujer en el Reyno de Chile, que Almagro le otorga una serie de beneficios que ella retribuye al fundar una capellanía en memoria de su amo y "de los que fueron a la conquista de Chile"2 (Cano, 1981:16).
En ese contexto, las pocas veces en que se señala la presencia africana son aquellas en las cuales el negro lucha por los intereses "blancos". Su participación en la Legión del Ejército de los Pardos, durante la Colonia, cede paso al usual: "fueron tan pocos los que llegaron a Chile", o "se murieron aquellos pocos por el frío". El historiador ROLANDO MELLAFE, referente obligado para los investigadores de la presencia negra en Chile (e Hispanoamérica), replica que tal explicación gratuita, no resiste la más leve crítica y ha sido siempre acompañada de una ignorancia casi absoluta del conocimiento demográfico, social y económico del periodo colonial"3 (2004:285). Aun así, hasta la actualidad, son estos supuestos los que gobiernan el discurso y los contenidos en los manuales y textos escolares.
Dentro de la narración de Chile (y sus planes de enseñanza) es conveniente que el esclavo/a negro no tenga otro escenario que el silencio. Pues al no tener poder (enunciativo), no se es sujeto histórico ni tiene intervención directa en el engranaje social y económico sobre el cual se erigen las naciones. Conviene perpetuar dicho silencio porque aceptar la tercera raíz no sólo hace tambalear los relatos de la nación blanca (europea y neoliberal) sino que, más allá, obliga a enfrentar aquello que no queremos ver, ese acontecer infausto que evitamos recordar, las crisis, las pestes, la esclavitud. En ello, esa forma nefasta en que las elites (las mismas que aún controlan y miran desde otro lugar el país que vivimos y nos enseñan con qué ojos debemos mirarlo) se enriquecieron a costa del comercio negrero. Sin duda, "el estudio de la esclavitud conlleva a la aclaración de otros temas, sobre los cuales la institución se apoya y desarrolla: intercambios comerciales intraimperiales y extracoloniales, fuerza de trabajo (...) y estructuras sociales" (1984:5), comenta ROLANDO MELLAFE, dando cuenta de lo complejo que resultó (y resulta) dentro de su labor académica seguir configurando el espacio del habitante afrodescendiente dentro de la sociedad chilena en formación, sus huellas, su presencia en lo que consideramos una cultura compartida.
La memoria se construye colectivamente, así también el olvido. Si bien la presencia negra no es tan numerosa como en otros países, "esclavitud en Chile sí hubo y con ella todos los procesos sociales y culturales que ésta conlleva»4 (BARRENECHEA, 2007:80). Volver sobre fuentes notariales, literatura, material epistolar, y censos, entre otras herramientas ancilares, es entrar a un espacio donde se configura un Chile completamente diferente al que hemos aprendido desde niños. Donde los estereotipos creados por el relato nacional caen y en su lugar emergen otras voces, otros rostros. La presencia negra en nuestro país, y también en Concepción, se aloja en ese material de archivo, pero también está latente en nosotros como habitantes, como cuerpos en un lugar habitado. Develar ese rostro borroso es un fragmento identitario faltante y en él reposa la oportunidad de realizar lecturas de nosotros mismos en tanto cuerpos con una fisura, con una marca que llevamos a cuestas pero que no podemos ver porque no nos han enseñado a verla. Siguiendo a Marcel Proust, «un verdadero viaje de descubrimiento no es el de buscar nuevas tierras sino tener un ojo nuevo», por ello el desafío para estudiantes y profesores, es, precisamente, realizar una mirada crítica a los currículum de enseñanza para desanclar aquellas maniobras que permiten que, aún en la actualidad, sigamos perpetuando dinámicas eurocéntricas y excluyentes.
Notas
3 MELLAFE, Rolando. La introducción de la esclavitud negra en Chile: Tráfico y Rutas. Santiago, Universidad de Chile, 1984.
4 BARRENECHEA, Paulina. La figuración del negro en la literatura colonial chilena. María Antonia Palacios, esclava y músico: La traza de un rostro borrado por/para la literatura chilena. Santiago, Chile, Concurso Bicentenario Tesis Doctoral 2007, Comisión Bicentenario Presidencia de la República, 2010.