
Esto es sin considerar el boicot corporativo a productos realizados en Venezuela, y el creciente congelamiento de activos soberanos venezolanos que no tienen otro fin que el de estrangular tanto al gobierno bolivariano, como asimismo a la economía venezolana, a sabiendas de las consecuencias humanas que dichas sanciones y bloqueos implican para la población del país caribeño.
Pero el hambre no es un accidente ni un daño colateral de dicho estrangulamiento económico, es su objetivo, es la táctica de desestabilización por excelencia, de generación de oposición, de destrucción de vínculos de solidaridad y del mismo orden social. Se trata, en definitiva, de una táctica de guerra de baja intensidad que perfectamente se podría comparar a los asedios a las ciudades amuralladas durante el medioevo, en donde el fin era quemar las plantaciones, interrumpir el suministro de alimentos con el objetivo de que a raíz del hambre, la ciudad sitiada sucumba en el caos y en la desesperación que producen los estómagos vacíos, los más desesperados abrieran las puertas que no aliviarían ningún mal, sino que daría origen a otros saqueos, a otros abusos.
Así lo han hecho con Cuba hace con un bloqueo de 60 años. Así lo hicieron en con Chile el 73, así lo hicieron con Irak en donde a sangre y bombardeos impusieron desde la ONU el infame programa de “Petróleo por alimentos” en 1995, así lo han hecho también en Siria, donde llevaron el hambre, la balcanización y financiaron en los primeros años el terrorismo de ISIS. Así lo hicieron con Yemen, donde al mismo tiempo entregaban “ayuda humanitaria” y armas a los al ejército invasor de Arabia Saudita.
Así también lo hicieron en Haití, en donde bajo la excusa de una “crisis humanitaria”, implementaron desde la ONU el MINUSTAH (Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití), un ejército multinacional de países latinoamericanos que funcionó por más de 12 años como fuerza ocupante, apagando cualquier intento de libertad del pueblo haitiano (que hoy nuevamente se alza en contra de un corrupto gobierno avalado por EEUU).
Y hoy como siempre, luego de causar el hambre y el dolor, se levantan como los campeones de la filantropía y organizan una ayuda humanitaria que no es sino la fracción de la fracción del hambre y sufrimiento que con sus políticas de Estado han generado en el pueblo venezolano. Ayuda a 5000 personas por 10 días parece ser, a juicio de ellos, la solución a un problema que con esmero han provocado.
Y tan magra ayuda, tan insuficiente, y tan simbólica es imposible de entender a menos que busquemos otros intereses, otro plan. Y es que la supuesta “ayuda” no busca de ningún modo aliviar las condiciones de vida del pueblo venezolano (sino sería más simple y económico levantar las sanciones), por el contrario, es una provocación, un intento de tratar de no dialogante al gobierno de Nicolás Maduro. O bien inventar una agresión en la frontera a las fuerzas humanitarias de ayuda con el fin de justificar una intervención militar a mayor escala. En cualquiera de estos escenarios, la “ayuda”, como intención humanitaria, es una farsa.
Si están prohibidas las armas químicas en un conflicto militar, si están prohibidas las armas biológicas en una guerra, también debería prohibirse el hambre como un arma, puesto que no existe arma más cruel, más inhumana, más sádica en contra de los pueblos, y que además afecta casi exclusivamente a la población civil. Pero esa arma jamás será prohibida, porque es con ella que el Imperialismo Norteamericano ha ganado sus principales batallas, y ha doblegado a los pueblos que luchan por su libertad. Es la barbarie del imperialismo, es la barbarie de los que se llaman civilización y libran hipócritamente sus guerras en nombre de la democracia. No hay nada de humanitario en ellos ni en sus intenciones.