Como sociedad civil ecuatoriana, como organizaciones y personas defensoras de derechos humanos manifestamos nuestra solidaridad con las familias de todas las personas víctimas de la escalada de violencia que azota al país.
Desde hace tres años hemos alertado a la institucionalidad y a la comunidad internacional sobre el avance de la violencia evidenciado desde la primera masacre carcelaria ocurrida en febrero de 2021, así como sobre la ineficaz respuesta del Estado: reiteradas declaratorias de estados de excepción y movilización de fuerzas armadas que resultan ineficaces en su alcance y ejecución y que no responden a un plan integral de seguridad ciudadana.
La violencia suscitada en las cárceles, controladas por el crimen organizado transnacional con complicidad del Estado, se instaló en barrios, ciudades y provincias, especialmente en los sectores y territorios más empobrecidos, racializados y en los que el Estado no garantiza el acceso a derechos humanos fundamentales.
El crimen organizado ha permeado todas las instituciones del Estado y ha debilitado su rol para garantizar la seguridad ciudadana. La infiltración ha sido evidente en los estamentos políticos, policiales, militares, judiciales, cooptados por el crimen organizado. Así, la "fuga" de líderes de bandas criminales en los últimos días o el ingreso de armas en los centros de privación de libertad sólo son posibles con la complicidad de funcionarios estatales. Sin embargo ninguna medida gubernamental se ha dirigido de manera estructural a depurar y fortalecer la institucionalidad ni a enfrentar los privilegios y sistemas de financiamiento de estas estructuras criminales.
Los graves y crecientes hechos de violencia ocurridos en las últimas 48 horas, secuestros, coches bomba, amedrentamientos, muertes por balas perdidas, asesinatos, motines en los centros de privación de libertad y otros actos protagonizados por bandas de crimen organizado en varias zonas del país nos han sumido en el caos y generan profunda sensación de indefensión.
Como respuesta a esta gravísima situación, el actual gobierno nuevamente ha recurrido a la misma receta: declarar estado de excepción, ordenar la movilización de fuerzas armadas y establecer toque de queda en todo el territorio nacional. Adicionalmente, ha reconocido a las bandas delincuenciales el estatus de "combatientes" y ha declarado la existencia de un "conflicto armado interno".
Esta declaración de conflicto armado interno amparado en el Derecho Internacional Humanitario deja diversas dudas respecto de su razonabilidad e insuficiente motivación. Además, preocupa la falta de garantías a los derechos de la población civil que no está comprometida, no participa ni se beneficia de la actuación de estos grupos criminales que como ya señalamos han permeado distintos barrios y territorios a más de la propia institucionalidad. Sin estas garantías, cualquiera puede resultar víctima de los excesos de los actores en conflicto -estatales y no estatales.
La declaración de conflicto armado interno otorga a las bandas criminales la calidad de "agentes beligerantes", es decir la de combatientes con una estructura, con base ideológica y fines políticos, aspectos que no se identifican en las bandas de crimen organizado que están tomando el país. Lo que es más grave aún, la declaración deja abierta la posibilidad de identificar a nuevos grupos como "actores no estatales beligerantes" sin criterios claros de distinción de a quienes considera "terroristas". Cuando la definición de "terroristas" recae en la discrecionalidad de la fuerza pública -infiltrada por el crimen organizado o no- cualquier persona puede ser etiquetada como tal.
En este contexto de "guerra interna" contra un enemigo difuso -que no está sometido por ninguna regla de derechos humanos ni de derecho humanitario, que no resulta claramente identificable, que está mimetizado en zonas residenciales- todos y todas somos potenciales víctimas del fuego cruzado entre fuerza pública y crimen organizado. Todos y todas corremos riesgo de ser ejecutados, de que se creen falsos positivos y de que nuestras familias inicien una larga lucha en búsqueda de verdad y reparación, como ha pasado en varios casos sometidos a la justicia internacional. Ese riesgo aumenta si se trata de jóvenes hombres, de personas empobrecidas, racializadas, extranjeras, de activistas y defensores y defensoras de derechos humanos.
Los conflictos armados incrementan la violencia hacia la población civil más vulnerable, mujeres, niños, niñas, adolescentes y diversidades sexo genéricas, así como su reclutamiento, la exacerbación de la xenofobia, etc. La historia de la región, la misma historia de nuestro país, evidencia estos y otros riesgos.
Por todo lo anterior las organizaciones que suscribimos:
El combate al crimen organizado transnacional en Ecuador requiere medidas responsables, técnicas y articuladas con la comunidad internacional. Requiere, sobre todo, la voluntad política para depurar las instituciones y fuerzas del orden sometidas a las bandas criminales y para cortar las fuentes de financiamiento. Sin eso, el uso de la fuerza estatal, fundado ahora en una antitécnica declaratoria de "conflicto armado interno", dejará intactas las estructuras, seguirá fortaleciendo el crimen organizado ahora con estatus de "combatiente" y mantendrá en terror y en riesgo a la población civil.
Verdad, justicia y reparación
Nos solidarizamos con las víctimas de la violencia desatada en el Ecuador y exigimos al Estado abordar de forma estructural la problemática del crimen organizado
Las medidas populistas no resultan eficaces y ahondan la situación
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