Por Ruperto Concha / resumen.cl
Sin muchas esperanzas para nadie, comenzó ayer la Cumbre de los 7, en el balneario francés de Biarritz. Ud. sabe, supuestamente esa cumbre reúne a los gobernantes de las 7 naciones más decisivas en el mundo actual. Pero no están participando ni el Presidente de China, Xi Jinping, ni tampoco el de Rusia, Wladímir Putin. En cambio sí llegó por allí don Sebastián Piñera, aunque sólo por invitación de cortesía.
Hasta ahora, los gobernantes europeos asistentes contemplan al impredecible Donald Trump sin saber qué esperar. Nadie, fuera del propio Trump, quiere que siga la guerra comercial con China, en la que todos pierden plata. Tampoco quieren que siga lo demás que Washington quiere: la crisis con Irán, la dictadura financiera del dólar, y que no haya nada que reemplace al difunto tratado que limita los misiles nucleares de corto y mediano alcance, entre Estados Unidos y Rusia.
Como si fuera poco, los europeos no quieren sumarse al respaldo que Trump le está dando a su colega Jair Bolsonaro, alias el Capitán Motosierrra, a quien el presidente de Francia calificó derechamente como un mentiroso.
De hecho, el anhelado tratado comercial de la Unión Europea con el Mercosur, que estaba a punto de ser ratificado, ahora quedó bloqueado por la política de Bolsonaro que ha desconocido sus propios compromisos de defensa del medio ambiente.
Y el Presidente del Consejo de Europa, Donald Tusk, de Polonia, recalcó que no habrá consenso de llegar a acuerdo con el Mercosur mientras el brasilero Bolsonaro siga permitiendo la destrucción de la Amazonía.
Pero... ¿es Bolsonaro, finalmente, algo más que un pelo de la cola en la debacle global que parece venírsenos encima?
Por supuesto la atención comenzó centrada en la catástrofe ambiental de los incendios en la Amazonía brasilera, que en pocos días ya mandó al traste todo lo que se había logrado ganar en reducir los gases de efecto invernadero de la atmósfera planetaria.
Pero, incluso sin la infernal quemazón de la selva amazónica, este año ya en sus primeros seis meses había marcado el comienzo del fin de las esperanzas de lograr detener el cambio climático.
Los calores extremos en todo el hemisferio norte ya resecaron los pastizales, los arbustos y los árboles desatando una ola de incendios forestales gigantescos. En Rusia, los incendios de bosques siberianos, hasta la semana pasada, habían destruido, fíjese Ud., más de 14 millones de hectáreas.
Las imágenes captadas por los satélites muestran un escenario dantesco, con llamaradas y nubarrones de humo, de multitud de incendios que en este momento están produciéndose en las regiones del Ártico, incluyendo la glacial Groenlandia, donde no hay bosques pero al parecer están ardiendo yacimientos de turba, materia vegetal a medio carbonizar que data desde miles de años atrás.
Sólo en Alaska se han quemado alrededor de 400 mil hectáreas de bosques. Y, de acuerdo a las mediciones realizadas por laboratorios especializados, sólo en el mes de junio, los más de cien incendios forestales del Ártico vaciaron a la atmósfera 50 millones de toneladas de anhídrido carbónico.
Y en Europa, países donde jamás antes habían estallado incendios forestales, como Holanda, Gran Bretaña y Suecia, ahora tuvieron que enfrentar inesperadamente siniestros que en cada caso destruyeron más de 20 mil hectáreas.
En tanto en el sur europeo, los siniestros quemaron, en poco más de un año más de 800 mil hectáreas en España, Portugal y Grecia.
Y bueno, toda esa quemazón catastrófica venía produciéndose ya durante un par de años, a la vez que todas las mediciones científicas exhibían sin lugar a duda que las temperaturas ambientales ya habían subido lo suficiente para resecar peligrosamente toda la vegetación.
Asimismo, el aumento de temperatura tiene por efecto que los vientos alcancen mayor intensidad y, en muchos casos, que tomen rumbos inesperados. De ahí que, aunque está comprobado que la gran mayoría de los incendios son provocados por acción humana, ahora las nuevas condiciones del clima están potenciando los efectos de fuegos que se inician por torpeza o por mala intención de personas.
Así, pues, ya existían muchísimas señales de peligro, que los gobiernos fueron incapaces de comprender. Obsesionados con las crisis económicas, la carrera armamentística y la contracción de los mercados, los países del Mundo Desarrollado no se dieron cuenta de que lo que está en juego ahora es la vida misma...
Nuestra vida que, entendámoslo, únicamente es posible dentro de la delgada capa que envuelve a nuestro planeta, la llamada Biosfera, que no tiene más que 15 escasos kilómetros de espesor, y que estamos envenenando a toda velocidad.
Ahora, en esta debilucha Cumbre del Grupo de los Siete, recién algunos gobiernos están entendiendo que la ecología, el medio ambiente y el clima del planeta no pueden restringirse a las fronteras ni a los nacionalismos.
Y ese par de personajes de mal teatro, Donald Trump y Jair Bolsonaro, ambos parecen calzar a la perfección en sus papeles de tontos educativos.
En Brasil, desde el fin de la dictadura militar la clase política brasilera dio muestras de haber entendido, aunque fuera en parte, la importancia crucial de la gigantesca selva amazónica, que es la selva más grande del planeta. Fueron personas humildes, pero tenaces e inteligentes, las que se integraron en el Movimiento de los Sin Tierra, e impulsaron una reforma agraria verdadera, desafiando a los poderosos latifundistas que se habían amparado en la dictadura militar.
Los gobiernos democráticos lograron regular la penetración de las explotaciones agrícolas y mineras en la Amazonía, con lo que consiguieron frenar e incluso detener en algunas partes la tala de bosques y la ocupación de tierras desplazando o incluso eliminando sangrientamente a los indígenas.
Pero, bajo una apariencia liberal, subsistió una organización semi secreta, sumergida en ciertos grupos de las fuerzas armadas, en un sector de evangélicos dedicados a la especulación financiera, y en una suerte de partido político llamado UDR, Unión Democrática Ruralista, que es controlada y financiada por los grandes latifundistas que no disimularon nunca su disposición a usar la brutalidad o incluso el asesinato para defender sus intereses.
Fueron agentes de esa UDR los que aparecen tomando decisiones como el asesinato del líder de los siringueiros, o recolectores de caucho silvestre, Chico Mendes, gran defensor de la reforma agraria.
En ese período ente 1982 y 2016, se produjeron más de mil asesinatos de dirigentes sindicales, políticos de izquierda, abogados, sacerdotes católicos de la Teología de la Liberación, e indígenas.
Pero, aun así, se logró frenar en gran medida el proceso de destrucción de la selva amazónica.
Hasta que llegó el triunfo inesperado de Jair Bolsonaro, que articuló su actual nuevo gobierno sustentado por la vieja UDR, más los nuevos socios llamados humorísticamente, "el de la Bala y el de la Biblia", refiriéndose a los grupos ultranacionalistas relacionados con las fuerzas armadas, y al llamado Partido Evangélico, que es fundamentalista sionista.
El régimen de Jair Bolsonaro entregó desde el primer momento la administración de la reforma agraria y los territorios de la Amazonía a personajes de la UDR, cuyos grupos familiares habían obtenido durante la dictadura militar, el reconocimiento de predios gigantescos, de hasta 400 mil hectáreas, que habían sido ocupadas ilegalmente.
Incluso antes del cambio de mando, el victorioso Jair Bolsonaro proclamó su menosprecio por los movimientos ecologistas, y calificó de exageraciones y falsedades las informaciones sobre el cambio climático.
Claramente, Bolsonaro había dejado paso libre para una penetración masiva a la explotación de la selva amazónica.
De hecho, cuando el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales del Brasil dio a conocer las imágenes satelitales mostrando la enormidad de la deforestación, la tala de millones de árboles, y el aumento de los incendios en la Amazonía, la reacción del gobierno de Bolsonaro fue destituir de inmediato al director del Instituto, Ricardo Galvao, acusándolo de exagerar los hechos.
Ello, a pesar de que la Academia de Ciencias de Brasil, y las principales universidades del país habían respaldado la información como verdadera y bien fundamentada en un 95%.
Claramente, Bolsonaro y su bloque de gobierno habían dado la señal definitiva de que el gobierno no impediría la ocupación de tierras y la tala de la selva, sin mencionar para nada los efectos que ese libertinaje tendría sobre la población indígena, sobre la fauna silvestre, y sobre la selva amazónica misma.
Todavía más, al recibir las críticas de los países europeos, Bolsonaro reaccionó con burlas, señalando que no necesitaba los aportes europeos para financiar sus medidas ecológicas.
Y, sin embargo, apenas cuatro días después, apareció lamentándose, en tono lastimero, diciendo que Brasil no tiene recursos para combatir la ola de centenares de incendios intencionales que estallaron casi simultáneamente en las zonas invadidas para su explotación.
En tanto, también en Paraguay habían comenzado a producirse incendios intencionales sobre las zonas selváticas limítrofes con Bolivia. En menos de tres semanas fueron quemadas 350 mil hectáreas del llamado Gran Bosque del Chaco.
Esto, ampliando la deforestación de años anteriores que ya había eliminado los bosques despejando terreno para la ganadería y la siembra de soya, del Paraguay.
En el noreste boliviano, en la región del Beni, los incendios de la Amazonía brasilera atravesaron la frontera, afectando una zona estimada en 775 mil hectáreas.
Más al sureste, en Santa Cruz, también han estallado incendios que se expanden a gran velocidad por la sequedad y el calor. Estos incendios, en la llanura de Chiquitania, parecen haberse iniciado por la quema de viejas siembras y matorrales, hecha por los pequeños campesinos que quieren despejar sus predios.
Ello, haciendo uso de una autorización del gobierno de utilizar el fuego, en forma controlada, lo que se descontroló casi de inmediato debido a los fuertes vientos.
Así, pues, por codicia voraz o por descuido de campesinos ignorantes, ahora los gobiernos de Brasil y de Bolivia tendrán que invertir enormes presupuestos. Primero en parar los incendios, y luego para procurar que la selva pueda recuperarse aunque sea parcialmente, lo que tomará varias décadas.
Pero todavía no hay una evaluación del efecto desastroso que estos incendios de la Amazonía han provocado y seguirán provocando sobre la atmósfera terrestre y el cambio climático.
Cada árbol de la selva es un ser vivo capaz de descomponer el anhídrido carbónico del aire, mediante la fotosíntesis, extrayendo de cada molécula un átomo de carbón que convierte en madera o en hojas, o en otro tejido vegetal y liberando, al mismo tiempo, dos átomos de oxígeno puro.
En cada árbol hay centenares de kilos o toneladas de carbón que fueron extraídos del aire. Pero al quemarlo, no sólo se interrumpe la generación de oxígeno, sino, además, se le devuelve al aire el carbón, en forma de anhídrido carbónico.
Estos incendios ya han anulado los esfuerzos por frenar el cambio climático en todo el mundo. ¿Es ese un problema de los brasileros o los bolivianos?
No. Los gobiernos que por estupidez, ignorancia o avaricia, están haciéndonos imposible defender nuestro medio ambiente, deben ser considerados enemigos de la humanidad y enemigos de la vida.
En tanto, en la linda y elegante playa de Biarritz, Francia, sigue hoy la cumbre del Grupo de los 7.
¿Tendrán finalmente algo que decirnos?
Hasta la próxima, gente amiga. Cuídense, el peligro está en que quizás ellos no tengan nada que decirnos.