AUDIO | Crónica de Ruperto Concha: Estrategia

Por Ruperto Concha / resumen.cl

Durante esta semana se hizo evidente que las democracias occidentales están perdiendo la capacidad de encontrar un rumbo humanista evitando el permanente peligro de una nueva guerra. Como señaló un estudiante francés en las protestas de ayer, la gente está cada vez más enojada y siente que los políticos nos están obligando a elegir, cada vez, entre lo que es malo y lo que es peor.

En el siglo 19, el militar prusiano Carl Von Clausewitz señaló que la Guerra no es más que la continuación de la Política por otros medios. Y agregó que tanto la política como la guerra se desarrollan a partir de tres elementos que son: El Odio, como envidia, resentimiento o ganas de venganza. La Codicia, como apetencia de obtener ganancia o lucro, y, la Astucia, como capacidad de planificar, observar para actuar en el momento justo y con la fuerza necesaria.

La observación de Von Clausewitz parece seguir vigente en estos días. La prensa occidental, en forma casi unánime, se empeña en instilar odio y miedo en la gente de la base social: odio a la izquierda y el socialismo, odio a la derecha y al liberalismo falso. Odio a los rusos, odio a los chinos, a los latinoamericanos, a los negros, en fin, odio a los musulmanes, a los católicos, a los judíos y a los ateos, odio a los machistas, odio a las minorías sexuales.

Bueno, también se instila en la psiquis de la gente el segundo factor, una intensa apetencia codiciosa, la ficción de que la ganancia económica, el poder de compra, la capacidad de estar a la moda y despertar aunque sea un poquito de envidia en los vecinos, es el único camino hacia la felicidad.

Y el tercer factor, la Astucia, se la mantiene pudorosamente bien disfrazada como defensa de la libertad y la democracia, frente a la horrible amenaza de los otros, quienquiera que sea que esté compitiendo por el poder. El poder político o el poder militar. Y en ambos casos el poder se expresa en dinero.

El problema de la visión de Von Clausewitz es que en esa asimilación de guerra y política como dos caras de una misma moneda, se produce que la paz y el verdadero progreso, pasen a ser imposibles.

Vamos viendo.

 

Según un análisis racional, dialéctico y basado en hechos concretos, la libre y absoluta competencia de los empresarios por dominar el mercado para sus productos, tendrá siempre el mismo efecto que cualquiera otra competencia: algunos ganan y otros pierden, los que ganan se quedan con lo que los perdedores pierden.

Y así, igual que en un campeonato de fútbol, los muchos que compiten al comienzo van quedando eliminados, y los ganadores son cada vez menos, hasta que al final es solo uno el que se queda con la copa.

En ese momento se acaba la competencia. En la economía de libre mercado, el efecto natural e inevitable es la concentración de la riqueza. Los ganadores acumulan la producción y la comercialización de los bienes, y con ello concentran en sus manos el poder financiero.

En el mundo occidental, ese fenómeno llevó a las grandes crisis económicas mundiales de fines del siglo 19, de comienzos del siglo 20 y de comienzos del siglo 21. Fueron procesos que parecían confirmar plenamente la noción de Von Clausewitz.

Estados Unidos supo aunar hábilmente su política y sus guerras. Partió apoderándose de más de la mitad del territorio nacional de México, se adueñó del control de las enclenques repúblicas sudamericanas, y de las posesiones españolas en el Pacífico, incluyendo las Filipinas.

Las guerras europeas del siglo 19 fueron un espléndido negocio para Estados Unidos, que abastecieron a los estados en guerra, sin tomar partido, y en cambio no sólo recaudaron en oro los productos que vendía a Europa. Además, de su riqueza, atraía, se apoderaba de miles de inmigrantes de altísimo valor por sus capacidades como científicos, técnicos y trabajadores de alta eficacia.

Luego, durante las dos guerras mundiales se repitió el mismo proceso. Una Europa arruinada por sus guerras, que pasó a depender de la conducción política y económica del gran ganador.

Para enfrentar la gran crisis económica de los años 28 a 32 del siglo pasado, Estados Unidos concibió una dramática variante de la economía de libre mercado. Fue el llamado New Deal, el Nuevo Contrato Social, concebido por el presidente Franklin Delano Roosevelt, que, en esencia, imponía una regulación del Estado sobre el quehacer económico, y, a la vez, una regulación política de la relación entre los empresarios y los trabajadores.

Con esa fórmula, Estados Unidos emergió de la Segunda Guerra Mundial convertido en la primera potencia económica mundial, que, además, en lo militar, era al menos igual que la otra potencia vencedora que fue la Unión Soviética.

 

Durante los 45 años que siguieron a la derrota del nazismo en la Segunda Guerra Mundial, tanto el New Deal de Estados Unidos como el Comunismo soviético sufrieron el envejecimiento de sus conceptos, sus valores y sus sistemas políticos iniciales. El New Deal americano fue desprendiéndose de las atribuciones reguladoras del Estado, cediendo más y más poder a las grandes sociedades anónimas, y mientras en la Unión Soviética el Estado revolucionario fue haciendo lo mismo, traspasando su poder a las oligarquías del Partido Comunista y el aparato de la burocracia estatal.

Ese proceso de medio siglo, hacia 1990, culminó con la desintegración de la Unión Soviética. Y en Occidente, la desintegración de la democracia americana del New Deal. Y para los países latinoamericanos, culminó también con el derrumbe de las brutales dictaduras amparadas por Estados Unidos, en Argentina, Brasil, Chile y prácticamente en toda América Central.

En Europa, también aparecía triunfante la idea de que el poder del Estado era un estorbo para el éxito económico. De hecho, en Gran Bretaña irrumpió una nueva ola política, bautizada como La Tercera Vía, encabezada por el laborista Tony Blair, que eliminó del Partido Laborista toda mención que tuviera carácter socialista. Más aún, Blair afirmó que en esta nueva Era de Prosperidad Liberal, los países desarrollados ya no debían preocuparse por la producción industrial de bienes.

En cambio, las potencias de Europa, Estados Unidos, Japón, Australia entre otras, deberían dedicarse a la prestación de servicios de alto nivel, especialmente en los campos de las finanzas, contando ahora con la superioridad militar de Estados Unidos, que, ya próximo al siglo 21, parecía absolutamente irresistible.

Como hemos visto y comentado antes, el efecto de la economía neoliberal y la noción de que las inversiones industriales podían desplazarse a otros lugares en el mundo subdesarrollado, tuvo por efecto la necesidad de implementar una globalización absoluta, bajo el amparo militar de Estados Unidos, en la cual las leyes y los procedimientos judiciales de los países podían y debían ser reemplazados por Tribunales de Arbitraje, entre las distintas empresas o entre las empresas y los estados, cuyos fallos deben prevalecer incluso sobre la Constitución y las leyes de los diversos países.

O sea, se planteaba un mundo globalizado, bajo el imperio de las grandes sociedades anónimas unidas al poderío militar estadounidense.

 

Frente a la globalización neoliberal, sin embargo, se levantó otra globalización con características muy distintas, muchísimo más próximas al New Deal de Roosevelt y a la social democracia europea. Era una globalización que, siendo capitalista, admite que la función económica debe ser regulada y orientada por el Estado.

Por supuesto, esa globalización alternativa pasó a ser de inmediato el enemigo absoluto perverso, así como los Estados que la proponían y la defendían. La Rusia post soviética, y la China post Mao Zedong.

Toda la política mundial posterior a la desintegración de la Unión Soviética es claramente un enfrentamiento estratégico de dos potencias irreconciliables. No es del caso definir cuál de las dos globalizaciones pueda ser mejor, o si, como dice el estudiante chaqueta amarilla, se trata de elegir entre lo malo y lo peor.

Se trata sí de que estamos sumidos en el muy feo mundo de Carl Von Clausewitz: donde hay una política que es guerra y una guerra que es política.

Una guerra irreconciliable entre los dos grandes protagonistas del Poder en nuestro mundo: El dinero, por un lado, y el Ser humano, por otro. Y, oiga, hasta aquí parece que es el dinero el que va ganando.

El tosco, brutal patriotismo de Donald Trump, es aborrecido por el establishment transnacional neoliberal. Jamás nunca antes un presidente de Estados Unidos recibió ataques tan obscenamente orquestados y encarnizados como Donald Trump.

Y sin embargo, pese a esos ataques que le llegan desde la derecha tanto como desde la supuesta izquierda demócrata, Trump sigue manteniendo un apoyo del 50% de la base social de su país. ¿Por qué?… Al parecer, porque, pese a todas sus arbitrariedades, que llegan a parecer demenciales, Trump sigue estando próximo a la angustia de la gente, en el dilema de tener elegir entre lo malo y lo peor.

Y, fíjese Ud., todos los intentos de Trump por restablecer algún nivel de diálogo con sus grandes adversarios, China y Rusia, todos, han sido de inmediato saboteados por la clase política de su país, y por las cúpulas de poder de Europa y el Pacífico.

Fue estruendoso y obsceno el ataque de la prensa estadounidense por la reunión de Trump y Putin en Finlandia. Y muchísimo más graves han sido las acciones de sabotaje contra la reunión en Buenos Aires, como analizábamos el domingo pasado.

Y aún más grave fue la detención de la directora de la empresa Huawei, Meng Watzou, en Canadá, el 1 de diciembre, el momento justo para demoler el principio de acuerdo de tregua en la guerra comercial de Estados Unidos y China, también alcanzado por Trump y Xi Jinping en la Cumbre de los 20, en Buenos Aires.

 

El pretexto para obtener la detención de la señora Meng Watzou fue, ni más ni menos, que el haber recurrido a algunos trucos para burlar las sanciones impuestas por Trump contra Irán.

En estos momentos, la guerra entre las dos globalizaciones se encuentra en un punto tan álgido que realmente bastará una estupidez de algún subalterno para que se desate el infierno de la Tercera Guerra Mundial.

Tan grave es la situación que incluso el impasible presidente de Rusia, Wladímir Putin se mostró ya iracundo. Estados Unidos y la OTAN saben que ya no pueden aumentar más la presión sobre Rusia. También Israel sabe que ya perdió su influencia sobre Moscú, y que una guerra que involucre a Rusia sería fatídica, aniquiladora para Israel.

Todavía hay quienes creen que es posible presionar aún más a Rusia y a China, pero todos saben que el peligro de un estallido nuclear por una causa mínima, se vuelve cada vez mayor.

¿Qué está ocurriendo en las bases sociales de Europa, en estos momentos?… Lo más ostensible fue la victoria de los candidatos de la Juventud Demócrata Cristiana en Alemania, reemplazando a Angela Merkel que llevaba ya 18 años en el poder.

Los vencedores fueron Margret Kreamp-Karrembauer y Pal Zemiak, ambos considerados como centro izquierdistas "demasiado izquierdistas" por la cúpula del Partido, y partidarios de reanudar las buenas relaciones con Rusia.

Pero lo más impactante, sin duda alguna, ha sido el surgimiento de oleadas de protestas populares masivas y muy fuertes, que se inició en Francia y ahora se extendió hacia Bélgica y Holanda, en contra de las medidas de austeridad económica de los gobiernos neoliberales.

De hecho, has fuertes protestas callejeras ya anoche produjeron la renuncia del jefe del gobierno de Bélgica, y están haciendo tambalear al presidente francés Emmanuel Macron.

Según las últimas encuestas, un 70% de los franceses apoya las protestas de los "chalecos amarillos", ahora enriquecidas con el aporte de los estudiantes, y anuncian también protestas callejeras en Gran Bretaña, contra el régimen derechista de Theresa May.

¿Qué estrategia tradicional podría sostenerse cuando la opinión pública, la base misma de la política, ya está mostrándose encolerizada y no parece dispuesta a calmarse ni siquiera tras la detención de alrededor de 1.400 manifestantes, y un saldo del orden de los 36 heridos de consideración en los enfrentamientos con la policía francesa?

De los grandes protagonistas europeos de este momento, el presidente francés Emmanuel Macron ya tiene un apoyo tan bajo como el que en Chile tiene el presidente Piñera. Y en Gran Bretaña la oposición del Partido Laborista ya aparece en las encuesta con una mayoría suficiente para retomar el poder.

 

¿Será que ahora en Europa se está produciendo un despertar popular en contra de la Guerra por la Globalización Neoliberal?

¿Será que en Estados Unidos la Juventud Demócrata logrará sacar adelante su programa del Nuevo New Deal Verde?

¡Y hay que ver que esa propuesta de los jóvenes demócratas de Estados Unidos sí son de veras propuestas muy socialistas, abiertamente socialistas! Ya analizaremos ese programa de gobierno que quizás va a marcar las elecciones de 2020 en Estados Unidos.

 

Los sistemas políticos envejecen y se corrompen.

Pero la gente, al fin, termina por cansarse de elegir entre lo malo y lo peor.

¡Hasta la próxima, amigos! Cuídense, es necesario. Hay peligro.

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