Por Ruperto Concha / resumen.cl
Ud. ya fue informado de que ayer, en la mañana, el supremacista blanco, Patrick Crusius, de 21 años, trató de demostrar a balazos, la superioridad de los blancos anglosajones sobre la demás gentuza hispánica, mulata, asiática o negra.
En poquísimos minutos asesinó a 20 personas que hacían compras para la vuelta a clases de los colegiales. Además, dejó a otros tantos malheridos.
Según el sitio web Gun Violence Archive, de Estados Unidos, esta fue la balacera número 250 sólo en los 8 meses que van corridos de este año.
Y bueno, luego, esta madrugada, en Dayton, Ohio, otra balacera estalló frente a un bar, dejando un saldo de 9 muertos y 16 heridos a balazos además de uno de los dos homicidas. Y otros dos, también en Dayton, fueron cosidos a puñaladas en la puerta de su casa.
Sin hacer mayores conjeturas, sólo tenemos admitir que en estos momentos hay mucha gente, muchísima gente bruta que cree que las cosas que nos desesperan se pueden arreglar con la bruta fuerza bruta.
Fíjese Ud. que pocos días antes, el Presidente Donald Trump había mencionado que ganar, de una vez por todas, la guerra en Afganistán, sería cosa muy fácil... siempre y cuando Estados Unidos estuviera dispuesto a matar a "algunos millones de habitantes" de aquel país.
Y, puesto que él no quiere ordenar que se haga esa matanza, él optó por negociar un acuerdo de paz con los rebeldes talibanes, lo que ya muy pronto le permitirá a Washington retirar varios miles de soldados y ponerle fin a más de 17 años de la más larga, más cara y más inútil guerra en toda la historia de Estados Unidos.
Eso suena razonable, ¿verdad?…
Pero, ¿por qué, entonces, no hace lo mismo con Irán?…
Después de los incidentes en el Estrecho de Ormuz, que conecta el Golfo Pérsico con el Océano Índico, Trump cerró, en la práctica, cualquiera posibilidad de negociar diplomáticamente alguna clase de acuerdo con Irán.
Por el contrario, inició amenazantes maniobras navales frente a las costas de Irán, desplazó brigadas de aviones caza-bombarderos y, además, lanzó un llamamiento a sus países aliados para integrar una poderosa fuerza transnacional que tomara el control del Golfo Pérsico por donde pasan diariamente enormes buques tanque con millones de barriles de petróleo.
Por cierto, aquellas amenazas no lograron amedrentar lo suficiente al régimen iraní, y las posibilidades de que estallara una guerra se elevaron a un nivel de inminencia.
Y lo más desalentador para Donald Trump fue que los más importantes aliados de Washington se negaron a participar en aquel cuadrillazo. De hecho, Alemania, Francia y Japón formalizaron oficialmente su negativa. No enviarán barcos de guerra ni aviones a desafiar a Irán.
Por otra parte, los más importantes medios de prensa de Europa y Asia admitieron que lanzar una guerra contra Irán implicaría necesariamente iniciar también una guerra contra Rusia y China. Es decir, marcaría el estallido de una guerra generalizada en que todos los principales beligerantes disponen de armas nucleares.
Simultáneamente, el presidente ruso Wladimir Putin emitió la semana pasada, un llamamiento a las Naciones Unidas para formar una fuerza basada en la Carta de las Naciones Unidas, para custodiar la navegación en aquella zona, dentro de los términos del Derecho Internacional.
Es decir, a la propuesta de Trump de formar una alianza contra Irán, se opuso el llamamiento de Rusia a que sea realmente la comunidad internacional, a través de las Naciones Unidas, la que afiance la libre y segura navegación y a la vez abra un espacio real para resolver mediante negociaciones diplomáticas la crisis del Oriente Medio.
Una propuesta que no apunta contra Irán ni tampoco apunta contra Estados Unidos, apunta a favor del derecho y los derechos de todas las naciones.
En realidad, Estados Unidos siempre ha sido, históricamente, reacio a contraer compromisos internacionales que pongan límite a su capacidad de proteger y alcanzar sus propios intereses.
Recordemos que ya tras la Primera Guerra Mundial, el Congreso de Estados Unidos se negó a autorizar el ingreso de su país a la Liga de las Naciones... habiendo sido el propio Presidente Woodrow Wilson autor y promotor de ese primer ensayo de gobierno mundial.
Luego, tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, de acuerdo con la Unión Soviética y con China, impuso el régimen de los 5 países miembros permanentes del Consejo de Seguridad, con derecho a vetar incluso resoluciones que fueran aprobadas por una mayoría abrumadora de los demás estados miembros.
Durante el gobierno de Donald Trump, las relaciones de Estados Unidos con las Naciones Unidas, han sido accidentadas y muy tensas. De hecho, Trump hizo caso omiso de una resolución aprobada por la Asamblea General, en contra de declarar a Jerusalén capital del Estado de Israel, y luego la declaración de Trump legitimando la anexión por Israel del territorio sirio de las Alturas del Golán, invadido por Israel en 1967.
También el gobierno de Trump presionó intensamente tratando de que las Naciones Unidas revocaran las credenciales del embajador de Venezuela, designado por el gobierno constitucional de Nicolás Maduro, y en cambio reconociera otro embajador que fuera designado por el autoproclamado Presidente Interino Juan Guaidó.
Ya en febrero de este año, la primera ministro de Alemania, Angela Merkel, había advertido en la Conferencia de Seguridad de Munich, que las estructuras y las instituciones internacionales están cada vez más debilitadas, y, apuntando al gobierno de Donald Trump, agregó que hay presiones muy peligrosas que quieren desmantelarlas.
Pero, al mismo tiempo, y quizás como efecto indirecto de la agresividad de Estados Unidos y la OTAN, las dos grandes potencias consideradas como competidoras de Estados Unidos, avanzaban en el diseño de nuevas organizaciones internacionales que, sin oponerse a las Naciones Unidas, tendían a formar un bloque de poder.
De hecho, a partir de China y Rusia se formó la organización de los BRICS, que incorporaba a la India, Brasil y Sudáfrica. Asimismo se formó el Grupo de Shanghai, con participación de las naciones de Asia Central, más la India, Turquía y Belarus, y otros asociados del sudeste asiático, y con ellas comenzó a desarrollarse, cobrando enorme fuerza, el doble proyecto de integración comercial, industrial, política y física, de la Ruta de la Seda y la Ruta Marítima.
En todos esos países se estableció con fuerza la tesis de que es indispensable consolidar y perfeccionar la globalización, apuntada al desarrollo de los países integrados a nivel planetario.
La globalización occidental, por su parte, aparecía centrada en el aparato financiero de las grandes empresas transnacionales, apoyadas por los regímenes neoliberales que a su vez se encontraban bajo el predominio de Estados Unidos. Es decir, se trataba de una globalización unipolar.
Frente a ella, explícitamente, los gobiernos de China, Rusia y la India, propusieron una globalización centrada en las Naciones Unidas, como representante multipolar.
Y para eso, por cierto, plantearon la necesidad de reformar y democratizar la estructura de las Naciones Unidas, eliminando, entre otras cosas, el privilegio de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad con derecho a veto incluso sobre la voluntad de la Asamblea General.
O sea, se comenzó a generar una propuesta de globalización multipolar que, estratégicamente, establece que ninguna de las naciones incorporadas pueda desarrollar una potencia militar notoriamente mayor que la de las otras naciones.
Ello, apuntando a que la mayoría siempre debe ser y será más poderosa que cada uno de los miembros.
En ese enfrentamiento casi filosófico entre un mundo occidental centrado en Estados Unidos con una postura "neoliberal", o sea, una postura que no permite la participación del Estado, frente a la postura multipolar centrada en China y Rusia, pareciera que no podría haber más entendimiento que el de la enemistad.
Y, sin embargo, ese proceso dialéctico que es la evolución, ahora, por el acelerado desarrollo de nuevas tecnologías, parece estar generando las condiciones que pueden obligar a que ambas formas de globalidad no tengan finalmente más remedio que reconciliarse o morir.
Esto, por ejemplo, se está haciendo evidente en el llamado "Brexit", la salida más bien dramática de Gran Bretaña, fuera de la Unión Europea.
Gran Bretaña, con 66 millones de habitantes, aparece desgajándose de una Europa que tiene 500 millones de habitantes con óptimo poder adquisitivo.
Con eso, Gran Bretaña está renunciando a su calidad actual de ser el corazón operacional de todo el sistema financiero, bancario y comercial de Europa. En Londres trabaja todavía más de un millón de funcionarios altamente especializados. De ellos, 350 mil personas trabajan en el área financiera y otras 372 mil en otras áreas profesionales. En conjunto, las operaciones económicas en Londres, en negocios netos, tuvieron el año pasado un ingreso neto de 200 mil millones de libras esterlinas.
Ahora que se da por hecho que Gran Bretaña saldrá fuera y de mal modo de la Unión Europea, ya Alemania y Francia se preparan para hacerse cargo ellos de toda esa actividad que estaba en Londres. De todo ese dinero y de todo el poder que representa.
¿Se fija Ud.?… Aquí no hubo ninguna estrategia maquiavélica. Fue simplemente la forma en que el avance tecnológico, la interconexión instantánea de los negocios, los pagos, las inversiones, se suman al abaratamiento de la producción de bienes, mediante el trabajo de autómatas.
Ya Estados Unidos, al aplicar su política de sanciones y guerras comerciales, terminó obligando a que Europa y Asia desarrollaran sistemas alternativos. Y con ello están cambiando rápidamente la política internacional. Un subproducto tecnológico.
Ahora se perfila un nuevo tipo de, digamos, capitalismo en que, al parecer, una multitud de pequeñas empresas, o incluso de personas individuales, podrán operar en forma cooperativa, conectándose entre sí mediante empresas especializadas, como en lo que han llamado la "Uberización".
Aparentemente ese proceso ya está dándose y con notable éxito. De hecho, la mayor parte de la potente industria italiana opera como subcontratista en producción cooperativa con otras empresas.
¿Es eso una economía de izquierda o de derecha?… Como fuere, no es una economía neoliberal, ya que para funcionar con éxito necesita contar con un aparato regulador que sea fuerte, eficaz y muy difícil de embaucar.
O sea, se trata de un sistema de regulación vigilante, que, finalmente, se transforme en una implacable moralidad blindada contra la corrupción.
Quizás le debamos a la tecnología digital la posibilidad de desarrollar una moral y una política en la que todos podamos realmente confiar. Porque las máquinas no son codiciosas ni malvadas. No tienen vanidad ni sienten celos. Ellas funcionan nomás, como si les gustara funcionar bien.
Al parecer, cobra cada vez más fuerza la tesis de que finalmente se instaurará un régimen de salario básico de subsistencia, para todos y sin tener que trabajar. Los que quieran ganar más, ellos podrán encontrar trabajo.
Y el financiamiento de ese salario básico se produciría a través de un impuesto único a las ganancias de las empresas. ¿Qué tal?
Hasta la próxima, gente amiga. Cuídense, hay peligro. Pero la cosa sigue estando muy entretenida.
Y, al menos, pareciera que guerra no va a haber.
*Imagen: Lanchas de los Guardianes de la Revolución, en una zona frente a las costas iraníes el pasado día 2 de agosto. ATTA KENARE AFP