Ruperto Concha / resumen.cl
Un misil barato, de sólo de 50 mil dólares, fabricado en Irán con tecnología aportada por Rusia y China, pero adaptada por técnicos iraníes, el jueves por la noche derribó un súper dron espía de 120 millones de dólares, de la marina norteamericana, hecho con tecnología estadounidense que, supuestamente, decía que ese dron "no podía ser derribado".
Suena raro, ¿verdad?… Pero todo el asunto es raro. Es estrafalario. Casi, casi, es cómico. Veamos los hechos netos.
Esa clase de drones son aparatos enormes, del porte de un Boeing 737. De hecho, de punta a punta de las alas, miden 35 metros. Están diseñados para volar hasta la estratósfera, alrededor de 20 mil metros sobre el nivel del mar, y pueden descender velozmente a gran velocidad, cada vez que quieren tomar imágenes o efectuar mediciones detalladas de la superficie terrestre, sus transmisiones, sus ondas electromagnéticas, en fin.
Por supuesto, el aparato está protegido por diseño y química que debieran hacerlo "furtivo", invisible para los radares enemigos. Y, según entendían los jefes del Pentágono, los iraníes jamás podrían estorbarle su trabajo a este súper dron. De hecho, creían que los iraníes ni siquiera se darían cuenta de que los estaban espiando y filmando.
Ese magnífico avión autómata de espionaje despegó a las doce y cuarto de la noche del jueves, desde la base aérea de Al Dhafra, en los Emiratos Árabes Unidos, piloteado por control remoto, y se elevó a cerca de 30 mil metros de altura, dirigiéndose luego hacia el noreste, hacia el estrecho de Ormuz y la costa de Irán.
Las autoridades iraníes entregaron al conocimiento público la filmación de lo que ocurría en la aldea costera de Ko-he-Mobarak, donde una batería de 3 misiles Sayyad-2C había detectado la presencia de aquel súper dron.
Los radares iraníes lo detectaron cuando aún estaba a gran altura. Los sistemas de lanzamiento giraron velozmente a la posición de puntería, y se disparó uno de los 3 misiles con velocidad Mach-4. O sea, algo más de 4 mil kilómetros por hora.
Al llegar a la posición precisa, a una altura de unos 15 mil metros, hizo explosión sólo por proximidad para no desintegrar el dron, derribándolo, en cambio, hacia las aguas del estrecho de Ormuz, a tan corta distancia de la costa que las lanchas iraníes pudieron rescatarlo en poco más de una hora.
El aparato estaba destruido sólo en parte, y sus sabrosos secretos ya están siendo ordeñados y analizados por los equipos técnicos de Irán junto a sus amigos de Rusia y China.
Para los generales y almirantes estadounidenses, lo ocurrido implicaba cambiar muchísimo la noción que tenían sobre el desarrollo de armamento de las fuerzas armadas de Irán. Y, además, la confirmación de que los nuevos radares con tecnología china, realmente son capaces de ver a los aviones invisibles.
La reacción de Washington fue de antología. Instantáneamente el presidente Donald Trump anunció que las fuerzas estadounidenses actuarían en forma devastadora, arrasando de inmediato las instalaciones misileras de la costa de Irán.
Sin embargo, según informó la agencia Reuters, el mismo Donald Trump había enviado secretamente, a través del gobierno de Omán, un mensaje al gobierno de Irán, advirtiéndole que estaba a punto de lanzar un ataque devastador, en pocas horas más, pero que todavía podría parar ese ataque si el gobierno iraní aceptaba negociar la paz en los términos impuestos por Washington.
El ayatollah Alí Khamenei no aceptó la invitación, y, de acuerdo a lo anunciado, se ordenó preparar el ataque, durante la noche, con los aviones de la flota estacionada en el Golfo de Omán.
Pasaron las horas sin tener una respuesta al ultimátum. Llegó el momento establecido. Los aviones despegaron, para iniciar el ataque... y en ese tan último minuto Donald Trump, en persona, ordenó parar toda la operación. Los asombrados pilotos retornaron al portaviones.
Donald Trump enfrentó a los atónitos periodistas poniendo su mejor cara de bonachón y sentimental. Según él, su decisión de parar el ataque se debió a que, en último minuto, se le había ocurrido preguntarle a los generales cuál sería el número de personas que morirían en Irán.
Contó Trump que los generales se retiraron para hacer sus cálculos y luego le informaron que estimaban que el ataque mataría a más o menos 150 iraníes.
Ante ello, Trump sintió que él no quería que muriesen esas personas, que consideraba excesivo uso de fuerza ese castigo letal sobre tantos seres humanos, por la destrucción de un aparato sin pérdidas humanas para Estados Unidos.
¡Mire Ud qué bondadoso, corazón de abuelita!… Pero hubo mucha gente, incluso entre sus propios asesores, que no quedaron muy convencidos por esa explicación.
También medios periodísticos como la FOX, que han mantenido una línea noticiosa más bien favorable a Trump, ahora señalan que la historia simplemente no encaja. Que parece ridículo que el presidente afirme que ignoraba que el ataque iba a provocar bastantes muertos. Y menos aún se puede creer que los generales tuvieran que hacer un conciliábulo entre ellos, para poder calcular el número de posibles víctimas.
Y menos aún justifica que la orden, la contraorden la diera cuando ya los bombarderos llevaban 10 minutos en el aire, listos para entrar en acción.
Varios de los más respetados analistas de estrategia han estado viendo por dónde puede encajar esa decisión que a simple vista no es más que un antojo sentimental del mismo gobernante que ha comprometido a su país en mantener guerras sangrientas y que además es cómplice en la guerra de Yemen, donde no han muerto 150 adultos, sino más de dos mil niños yemeníes.
Y, fíjese Ud., el ángulo donde encajan los verdaderos motivos de parar una guerra ya comenzada, es precisamente el estrecho de Ormuz, por donde pasa más de un tercio de todo el petróleo y sus derivados que se consumen en el mundo.
Las más grandes entidades financieras, incluyendo la Goldman Sachs, coinciden en que el cierre del estrecho de Ormuz aniquilaría la economía de Estados Unidos con pérdidas de billones y billones de dólares, y provocaría en la economía mundial una pérdida de más de 80 billones de dólares.
Según algunas de las proyecciones realizadas por la Goldman Sachs, el cierre del estrecho de Ormuz podría elevar el precio del petróleo, hasta la inimaginable suma de mil dólares el barril.
Por supuesto, eso provocaría el colapso general de la economía del mundo. Todos los países quedarían arruinados.
Bueno, pero, ¿cómo se cerraría el paso por el Estrecho de Ormuz?…
La verdad es que, si Trump no hubiera parado el ataque contra Irán el jueves en la noche, el Estrecho se habría cerrado, sin importar cuánto daño le causaran a las defensas iraníes…
De hecho no importa mayormente de qué manera podría producirse el cierre del estrecho. Bastaría que Irán se sienta tan acosado que decida bloquearlo por la fuerza.
Toda la costa de Irán sobre el Golfo Pérsico, el Golfo de Omán y el Mar Arábigo, está defendido por una fuerza estimada ya en unas 1.600 bases de misiles hipersónicos.
Un par de barcos que se hundan, o simplemente el hecho de que Irán declare que el estrecho es zona de guerra, sería suficiente para que ninguna empresa naviera, ninguna compañía de seguros, y ningún comprador de petróleo quiera hacer negocios a través del Estrecho de Ormuz.
Y en cuanto al costo militar de esa guerra para Estados Unidos, incluso en caso de alcanzar una victoria rápida, tendría un costo abrumador, aún si los potentes aliados de Irán, China, Rusia, Turquía y también hasta cierto punto a India, resolvieran permanecer inmóviles mientras Irán es destruido.
Según Trump, es posible que el derribamiento del súper dron haya sido una acción torpe y equivocada de algún estúpido militarucho iraní.
Y es posible que haya mucha gente dispuesta a creer esa tontería.
Pero bastaron esos dos días en que la guerra parecía inevitable e inmediata, para que el petróleo tuviera un alza del orden del 5%, y el oro pasara la barrera de los 1.400 dólares la onza.
Por cierto, la situación estratégica global ha quedado haciendo precarios equilibrios que asoman en situaciones conflictivas en cada uno de los países del mundo.
Tropas estadounidenses desembarcaron en Honduras, para apoyar al presidente atornillado, reelecto en unas votaciones que ni siquiera la OEA se atrevió a aceptar.
En Colombia, en menos de un año, ya suman centenares los asesinatos de ex guerrilleros y sus familias, junto a otros activistas de derechos humanos y dirigentes indígenas.
Son síntomas de que hay una fiebre oculta. Una presión que, en ausencia de una canalización política racional, buscará, está buscando caóticamente cualquiera otra salida.
Hoy en Estambul, la parte europea de Turquía, se está repitiendo la elección municipal en que había aparecido vencedor el candidato de oposición.
En Francia, los Chalecos Amarillos parecen estar ya transformándose en un nuevo, potente y desconcertante partido político.
En Hongkong, las protestas contra la ley de extradición hacia China se están transformando en un intento de derrocar al gobierno a la manera de lo que pasó en Ucrania
En cada rincón del planeta se está enconando alguna crisis. ¿Habrá suficientes voluntades lúcidas que busquen darle cauce a esa fuerza?
Ya somos más de 7.800 millones los especímenes de la llamada Humanidad. Y, por obra de África, Centroamérica y el Medio Oriente, seguimos aumentando y aumentando en número. 78 millones de personas más cada año.
Hasta la próxima, gente amiga. Al menos por ahora parece que no habrá guerra.
Hay que cuidarse. Hay que tener limpias las orejas del alma, pues de repente, ¿quién sabe?… Alguien aparece con la respuesta necesaria.
*Imagen: Portaaviones USS Abraham Lincoln. U.S. Navy | Reuters