Por Ruperto Concha / resumen.cl
Argentina, la India, Irán, Turquía, Venezuela... en fin las más importantes economías del llamado "mundo en vías de desarrollo", están sufriendo la desvalorización rapidísima de sus monedas... y no se sabe qué otras naciones van a resultar contagiadas de empobrecimiento.
El Tratado de Libre Comercio de América del Norte, ya se salvó al menos entre Estados Unidos y México, donde el presidente López Obrador le sacó a Donald Trump liberarlo de las sanciones económicas sobre el acero. Con eso, el presidente mexicano obtuvo que las plantas automotrices instaladas en México puedan seguir exportando el 75% de su producción a Estados Unidos. ¿Qué tal?
Pero el Tratado con Canadá parece destinado al fracaso. Se esperaba que el viernes pasado se produjera el acuerdo entre Washington y Ottawa. ¡Pero fue al revés y terminaron enojados!
En Corea del Sur, el jefe militar de las fuerzas de Estados Unidos, le cerró el paso a un ferrocarril enviado por el propio gobierno surcoreano con una carga destinada a Corea del Norte.
Y, en Siria, la coalición de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, Israel y los reyezuelos árabes, se están enfrentando ahora cara a cara con Rusia. Si la coalición de Estados Unidos lanza su anunciado ataque contra Siria, las fuerzas rusas actuarán en defensa de Siria y es decir, con ello, podríamos encontrarnos ya zambullidos en la Tercera Guerra Mundial.
Como Ud. puede ver, una granizada de noticias urgentes pareciera estar tendiendo una cortina oscura sobre la verdadera gran noticia trágica de las últimas semanas:
El hundimiento de la Iglesia Católica en un pantano de intrigas, de corrupción y de abusos agravados por denuncias de pederastia que llegarían a varios miles de casos en un tramo de más o menos 70 años, en Estados Unidos, Irlanda, Australia, Escocia, Austria y también México y Chile.
El domingo 26 de agosto, la prensa de Europa y Estados Unidos publicó una carta vitriólica del arzobispo Carlo María Viganó, ex embajador del Vaticano en Estados Unidos, en que acusaba directamente a los Papas Benedicto 16 y Francisco, de ser encubridores de los abusos sexuales, y de haberse negado a castigar a los culpables. Por ello, el arzobispo Viganó exigió nada menos que la renuncia del Papa Francisco.
Después de eso, Viganó desapareció de la escena, aduciendo que se sentía en peligro de que lo asesinaran los esbirros del Papa y las altas jerarquías de la Iglesia.
Para los católicos más conservadores y ligados a las clases de la élite financiera y política, la publicación fue un acto de gran valentía de un arzobispo ante la corrupción y el enajenamiento de la alta jerarquía eclesiástica.
Pero, para el sector más progresista de la Iglesia, incluyendo un gran grupo de los sacerdotes pobres que tienen contacto directo con la gente, el arzobispo no es más que parte de una conspiración apuntada a parar las reformas planteadas por Francisco, incluyendo tolerancia hacia la homosexualidad, respeto a las demás religiones, y compromiso con las reformas sociales y económicas.
En cuanto al propio arzobispo Viganó, lo acusan de ser un rencoroso enemigo del Papa Francisco, que lo destituyó de su cargo de embajador en Estados Unidos y, además, no aprobó su postulación a ser nombrado cardenal.
Ahora, respecto de la acusación de que él mismo, personalmente, había denunciado al cardenal Theodore McCarrick ante el Papa Francisco, sus detractores le replican que, si eso fuera cierto, querría decir que también Viganó sería cómplice y encubridor, ya que él mismo siguió trabajando en equipo con el Cardenal McCarrick. Y, fuera de eso, el mismo Viganó había sido encargado de vigilar, investigar y proponer sanciones en contra de McCarrick. ¿Por qué, entonces, no actuó en cumplimiento de lo que se le había encargado? ¿Por qué en su momento no envió ni siquiera un breve memorándum al Papa Francisco, explicando su inacción ante aquella esa denuncia que afectaba a miles de jóvenes seminaristas y además a un niño de 12 años al que McCarrick habría manoseado?
Para muchos analistas especializados en asuntos del Vaticano, esta ola de denuncias, y el feroz ataque protagonizado por el arzobispo Viganó, son parte de una estrategia del sector conservador y ultraderechista de la Iglesia, para debilitar y paralizar el gobierno del Papa Francisco, que los tiene enfurecidos por su aceptación de la homosexualidad, por permitir que los divorciados sigan siendo miembros de la comunidad católica y no los excomulguen, y, sobre todo, por su llamamiento a que los sacerdotes se integren a las bases sociales en procura de mejorar la vida de la gente más desfavorecida, los más pobres.
El Director del Centro de Religión y Cultura de la Universidad de Fordham, en Nueva York, sacerdote David Gibson, señaló que resulta obvio que la carta de Viganó y la secuela de operaciones de denuncias y peticiones de indemnización a las víctimas de abusos sexuales, fueron programadas hábilmente y de acuerdo al programa internacional que le esperaba al Papa Francisco en las últimas semanas.
Según Gibson, el objetivo real de esta campaña de odio contra el Papa, en realidad, apunta a preparar el terreno para el próximo cónclave. El propósito es desprestigiar y manchar el legado del Papa Francisco, de quien se sabe que está delicado de salud, antes de que se muera o tenga que retirarse por enfermedad. O sea, esta feroz arremetida, en que se está acusando a la Iglesia Católica entera de estar corrompida, en realidad busca que el futuro papa que suceda a Francisco, sea un conservador de línea dura, completamente opuesto al Concilio Vaticano II, a la doctrina social de la Iglesia, y al Humanismo Cristiano.
También el arzobispo italiano Tomaso Valentinetti subrayó cómo se había calculado con precisión que el Papa Francisco estuviera volando hacia Irlanda, para pedir perdón por décadas de abusos y crueldades sobre niños por parte de curas y monjas, para lanzar justo entonces a la publicidad el nuevo escándalo, acusándolo directamente a él de complicidad por encubrimiento.
Incluso el cardenal estadounidense Raymond Burke, que es un conservador contrario al pensamiento del Papa Francisco, admitió que las denuncias contenidas en la carta de Viganó eran tan graves que lo habían dejado atónito.
Entrevistado por periodistas del diario italiano La Reppublica, Burke señaló que Viganó tendrá que presentar pruebas muy válidas de sus acusaciones.
Ello, porque la campaña que se lanzó en contra del Papa Francisco no sólo está cargada de un odio corrosivo en su contra, sino, además, está cargada de acusaciones demoledoras en contra de la propia Iglesia Católica como un todo.
Durante los más de mil 500 años de existencia, la Iglesia ha tenido que enfrentar crisis sucesivas y falsedades terribles, pero, hasta ahora, siempre logró salir delante de sus peores escándalos. Y no sólo logró sobrevivir: además salió siempre fortalecida.
Documentos históricos, que incluyen publicaciones de la propia Enciclopedia Católica, de Farley, muestran que la narrativa contenida en lo que llamamos "El Nuevo Testamento" se origina en textos escritos muchas décadas después de la supuesta fecha de la crucifixión de Jesucristo. Y, en un apartado, la misma Enciclopedia Católica admite, fíjese Ud., que el más antiguo de los manuscritos existentes del Nuevo Testamento, es de mediados del Siglo IV después de Cristo.
O sea, se tratan sólo de recopilaciones de relatos no siempre bien memorizados, sobre asuntos maravillosos o legendarios que habrían ocurrido cientos de años atrás.
La misma Enciclopedia católica señala que el famoso Concilio de Nicea, convocado por el emperador Constantino, en el cual se estableció la base de la Religión Cristiana, fue básicamente un acto político, ya que el emperador no era ni teólogo ni filósofo. Constantino era un gran general y un político dispuesto a sostener la unidad del gigantesco Imperio Romano.
El que realmente era un sacerdote culto y conocedor de las corrientes religiosas del momento, era el obispo Eusebio, que pasó a ser San Eusebio, y quien vivió entre los años 260 y 339 después de Cristo.
Según la descripción de San Eusebio, el conjunto de los que se hacían llamar presbíteros de la doctrina del Mesías y Redentor, formaban una masa de miles de caudillejos extremadamente ignorantes, y cada uno entendía a su manera una leyenda de milagros y esperanzas, bien sazonada con objetos mágicos y ceremonias estrambóticas. De hecho, según el santo, esos presbíteros solían odiarse mucho entre sí.
En realidad, en casi toda la extensión del Imperio Romano había proliferado un gran número de pequeños líderes religiosos que habían tomado algunos conceptos de diversas religiones mayores, y los adaptaban a su bajísimo nivel cultural. De hecho, en su inmensa mayoría eran analfabetos.
Para el emperador Constantino era muy necesario, muy útil, poder lograr que esa multitud burdamente religiosa pudiera unificarse en una religiosidad coherente. De hecho, la persistente referencia a un mesías podía asimilarse bien a la tradición romana de dar una cualidad divinizada a los emperadores muertos.
De ahí que el emperador y su consejero San Eusebio tomaran la decisión de invitar y reunir en la ciudad de Nicea, en la provincia de Bitinia, Asia Menor, a un gran número, varios miles, de aquellos presbíteros de esa mal definida religión que incluía el concepto de Mesías, o sea, un líder a la vez espiritual y político. Es decir, esa gente era justamente el terreno fecundo para instituir una Religión Estatal, supra-nacional y marcadamente jurídica.
El mandato del emperador Constantino fue acatado, a veces bajo amenaza militar, y durante más de dos años esa multitud heterogénea y en su mayor parte analfabeta no logró ni siquiera ponerse de acuerdo en cuál sería el nombre del Mesías y el nombre de la nueva religión.
Finalmente, el emperador, aconsejado por San Eusebio y otros representantes de las Islas Británicas, eligió dos de los nombres que eran más populares entre los que se habían mencionado. Uno era el nombre del Gran Dios de los Druidas, Hesus, y el otro era el del dios salvador Krishna, de los arios.
Llamados votar los obispos y presbíteros del Concilio, se encontró con que ninguno de los dos nombres de la nueva divinidad alcanzaba una mayoría fuerte y clara. Entonces Constantino habría optado por unir ambos nombres: Hesus y Krishna. Hesus-krishna, lo que inevitablemente derivó en el nombre latinizado JesusCristo. El nuevo Dios del Imperio Romano, Jesucristo.
Uniendo las tradiciones y leyendas, tanto de los celtas como de los arios, se generó una síntesis que unió religiosamente a grupos enormemente distintos entre sí, una nueva religión que finalmente consiguió crear una especie de Patria Espiritual, con un sentido más hondo que el que podría alcanzar el concepto de patria meramente geográfica.
Bajo las órdenes del obispo Eusebio, siguiendo la estrategia del emperador Constantino, fueron contratados numerosos escribas profesionales consumados en su arte, para escribir 50 copias en pergamino de alta calidad, con caracteres claros y bien legibles, y en un tamaño conveniente para transportarlos y leerlos, de la síntesis de tradiciones religiosas de Hesus-Krishna. Esos fueron los llamados "Nuevos Testimonios", encuadernados al fin en el año 331 después de Cristo, y es la primera vez que se menciona históricamente el "Nuevo Testamento".
Por decreto imperial, Constantino estableció que esos Nuevos Testimonios serían llamados "La palabra del Dios Salvador Romano", y que a esos textos debían atenerse todas las prédicas de todos los presbíteros, pastores y predicadores, en todo el Imperio Romano. Ordenó también el emperador que todos los escritos y recopilaciones más antiguos, así como los registros sobre el desarrollo del Concilio de Nicea, fueran quemados, y que cualquiera persona que fuese hallada en posesión de una escritura antigua, sería condenada a muerte por decapitación.
Durante los siglos restantes, los Nuevos Testimonios, o Nuevo Testamento, fueron extendidos, se les agregaron interpolaciones e incluso les agregaron otros escritos adicionales. Por ejemplo, según la Enciclopedia Católica, edición Farley, el año 397 después de Cristo, San Juan Crisóstomo reescribió una versión propia de los pensamientos del griego Apolonio de Tyana, escritos 200 años antes, y los adaptó como un agregado del Nuevo Testamento. Según ello, Apolonio sería el autor real de los textos que, modificados, fueron atribuidos a San Pablo, convirtiendo Apolonio en Paulo.
Ciertamente esa relación histórica y documentada sobre el origen del Nuevo Testamento, que es el origen histórico del Cristianismo, puede resultar decepcionante para las personas "creyentes", imbuidas de fe religiosa. Pero, en términos reales, el Cristianismo, desde su comienzo mismo, fue mucho más que una forma religiosa más, agregada a las innumerables que competían entre sí en aquella época.
El Cristianismo, más que una religiosidad, fue capaz de crear y de proporcionarnos un paradigma cultural, un sentido de la justicia y de la ética, capaz de impregnar nuestras vidas y nuestros sentimientos con un sentido de lo que está bien, y lo que es una conducta buena y hermosa a la vez.
Fue Santa Teresa de Jesús la que, en un momento, describió el sentimiento espiritual del cristianismo, diciendo, fíjese Ud.: "No me mueve, Señor, para quererte / el cielo que me tienes prometido, / ni me mueve el infierno, tan temido, / para dejar por ello de ofenderte".
¿Se fija Ud.?… No se trata de un asunto de premio ni de castigo, no es un negocio ni un sometimiento. Es otra cosa: es percibir una forma de vivir que por ser buena es bella, y por ser bella es también buena.
¿No resulta suicidamente irresponsable poner en juego, en una apuesta mezquina, ese misterioso entendimiento de la realidad que llamamos Cristianismo Universal, esa Iglesia Católica, con su arquitectura, su música, y la severa pero dulce disciplina de la poesía de San Francisco de Asís?
Hay errores gravísimos y hay crímenes terribles. Pero también hay la posibilidad de enfrentar el error y el crimen, de una manera mejor que la venganza.
Hasta la próxima, gente amiga. Hay que cuidarse. Hay peligro. Pero también hay esperanza... todavía.