Por Ruperto Concha / resumen.cl
El furibundo ataque contra Siria del sábado 14 tuvo efectos comparables con los de la Carabina de Ambrosio, que, según se cuenta, dispara por la culata. En Europa, el gobierno de Austria denunció que el ataque efectuado por Estados Unidos, con Inglaterra y Francia, había dificultado realizar una verdadera investigación sobre fabricación y uso de armas química. La ministro de Relaciones, Karin Kneissl, recalcó que esa acción había producido un daño muy serio a las decisiones de la Unión Europea necesarias para decidir si sus miembros van de participar en acciones de guerra.
En Italia, en tanto, el alcalde de Nápoles, Luigi de Magistri, prohibió que el submarino nuclear norteamericano, John Warner, que participó en los disparos contra Siria, pudiera navegar por sus aguas territoriales o recalar en ese puerto. El submarino tuvo que alejarse rumbo a Gibraltar donde lo acogieron las autoridades inglesas.
Pero, en términos estrictamente políticos, los efectos han sido más decisivos. Vamos viendo.
En Alemania, el Bundestag, Parlamento de la Nación, condenó también las acciones de Estados Unidos, el Reino Unido y Francia, al atacar a Siria bajo acusaciones carentes de pruebas verdaderas.
El Parlamento alemán hizo referencia a una declaración de la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1970, en que exige a los países miembros abstenerse, en sus relaciones internacionales, de usar presiones o recursos de orden militar o agresivo.
El jefe de la bancada parlamentaria de La Izquierda, Dietmar Bartsch, condenó el ataque occidental. Dijo que agredir a Siria fue una violación del derecho internacional y advirtió de posibles consecuencias para toda la región.
Y enfatizó que «El Gobierno federal debe ya renunciar inmediatamente su lealtad a Washington. Mientras la canciller Ángela Merkel siga aprobando el incumplimiento del derecho internacional Alemania será parte del problema y no de la solución».
A su vez, el jefe de Alternativa para Alemania (AfD), Alexander Gauland, dijo que faltan «pruebas fehacientes de un ataque con gases tóxicos en Duma". A su juicio, solo se podía haber pensado en un «golpe punitivo" una vez que se hubiera sido corroborado «que se hubiera tratado de un ataque con gas tóxico y que el presidente Bashar al Assad fuera el responsable".
Es notable cómo los partidos, tanto de la derecha como de la izquierda, han coincidido en condenar el ataque contra Siria, que consideran impuesto por grupos de intereses financieros que persiguen lucrar con el dominio militar sobre otras naciones.
Y en el seno del Partido Social Demócrata alemán, el ataque a Siria repercutió con el surgimiento de nuevas figuras juveniles y marcadamente centro-izquierdistas, como el nuevo presidente de la Juventud Socialdemócrata, Kevin Kuhner, y la nueva líder Andrea Nahle, que se perfila como posible presidente del Partido. Con ello, se perfila un futuro harto conflictivo para la coalición que sustenta el gobierno de Angela Merkel.
En tanto, en Francia, comenzó una nueva y más amplia movilización de los estudiantes secundarios y universitarios que se han enfrentado con las fuerzas policiales enviadas por el presidente Macron, en un ambiente que hace prever que la movilización juvenil puede aumentar mucho en su intensidad.
Y en Gran Bretaña provocó escándalo la información de que el ataque contra Siria, intensamente promovido por la primera ministro Theresa May, fue un magnífico negocio para la empresa del marido de ella, que es accionista de la BAE Systems, que le vendió al gobierno los misiles empleados contra Siria, por un valor de 9 millones de dólares.
En Estados Unidos, la embajadora ante las Naciones Unidas, Nikki Haley, cobró súbita importancia tras haber anunciado que Estados Unidos aumentaría sus acciones militares, realizando nuevos ataques.
Sin embargo, los anuncios de la embajadora resultaron falsos y de hecho el presidente Trump se enfureció de que ella estuviera haciendo anuncios que no le correspondían.
En ese laberíntico enfrentamiento, ya se comenzó a mencionar el nombre de la Haley como posible candidata presidencial para las elecciones de 2020, desplazando al propio Donald Trump. Por cierto, eso implica que las relaciones entre Trump y su embajadora ya dejaron de ser cordiales y amistosas.
En tanto, uno de los grandes millonarios que financian las candidaturas de los republicanos, ahora se pasó a financiar a los demócratas y de hecho está invirtiendo decenas de millones de dólares en promover la destitución del Presidente Trump..
Sin embargo, ahora los mismos líderes del partido demócrata están rechazando iniciar acciones de esa clase, sobre todo cuando las principales encuestas indican que un 47% de los norteamericanos está decidido a votar en contra de quienes traten de destituir al presidente, y sólo un 42 % apoya el intento de destitución.
Al juicio de los demócratas, lo más conveniente es dejar que el gobierno de Trump siga cometiendo errores y haciendo el ridículo, confiando en que las elecciones son la mejor manera de sacarlo, a paso de polca, de la arena política.
Para el gobierno de Donald Trump, la única carta que puede prometer triunfo es la de una buena recuperación económica de su país. Y apostando a ello ha trazado su estrategia de proteccionismo en el mercado internacional con miras a disminuir el déficit en su comercio exterior y forzar a otros países a suscribir contratos que sean de veras jugosos y favorables para Estados Unidos.
En ese sentido, Washington ha hecho máximos esfuerzos para obstaculizar, por ejemplo, la venta de petróleo y gas de Rusia a Europa, con la esperanza de, en cambio, vender los hidrocarburos estadounidenses extraídos mediante fracking.
Además de sus intentos de bloquear a Rusia, Trump se ha empecinado en desconocer el tratado internacional con Irán, que también será un proveedor de gas y de petróleo.
El costo de producción de petróleo en Estados Unidos es del orden de los 35 dólares por barril o su equivalente en gas, aunque algunas empresas han logrado reducir los costos a algo menos de 30 dólares por barril.
Sin embargo, la producción en Arabia Saudita y Rusia tiene un costo de menos de 10 dólares por barril, lo que les da una ventaja abrumadora sobre Estados Unidos.
Por otro lado, la amenaza de imponer nuevas sanciones contra Irán puede representar que la oferta de petróleo en el mercado disminuya en muchos millones de barriles, lo que ya está se está expresando en un alza de precio del petróleo que ha llegado a sobrepasar los 72 dólares por barril y se mantiene en torno de los 70 dólares.
Los acuerdos de los países productores de petróleo, incluyendo a Rusia, Venezuela y Arabia Saudita, permiten ahora regular el abastecimiento, evitando una sobreproducción como ocurrió en años anteriores.
Según Trump, ese control de la oferta de petróleo es inaceptable y produce un encarecimiento que no va a tolerar. Para Rusia, los enojos de Washington ya han pasado a ser como un zumbido de moscas. Pero, para Arabia Saudita, las acusaciones de Trump merecieron una simple respuesta: "Señor Trump, ¿no sabe Ud. que los precios los regulan los mercados?"
Por supuesto la amenaza de guerra comercial con China y las arremetidas en el tema del petróleo, han echado aún más agua a las ya desabridas relaciones de este momento entre Washington y los países europeos. De hecho, ningún país de la Unión Europea se ha aliado con Estados Unidos en un enfrentamiento comercial con China o en imponer nuevas sanciones contra Irán o contra Rusia.
Dentro de ese enfriamiento, resulta patética la protesta del Presidente Trump, diciendo que los gobiernos europeos lo habían engañado induciéndolo a expulsar a 60 diplomáticos rusos mientras que los demás países sólo expulsaban a tres o cuatro, con excepción de Gran Bretaña que expulsó a 23.
Con ello, Estados Unidos sabe que prácticamente arruinó cualquiera posibilidad de reanudar un diálogo de cooperación con Rusia, en momentos en que, según los propios altos mandos militares de Estados Unidos, ya prácticamente todo el Medio Oriente está bajo el control y la tutela de Rusia, Irán y China.
En cuanto a la anunciada guerra comercial con China, también Europa entera anunció su neutralidad. Y, hasta ahora, el efecto ha sido empeorar las posibilidades de exportación de productos estadounidenses. De hecho, el déficit comercial con China, se acentuó en vez de disminuir.
Ahora ya se sabe que se está preparando un viaje a China del Ministro de Hacienda estadounidense, Steven Mnuchin, con la misión de hacer las paces entre Washington y Pekín. El problema para el ministro Mnuchin es que todavía no sabe qué puede ofrecerle a China para negociar la paz.
Eso nos lleva a otra de las incertidumbres que acongojan a Estados Unidos. El dólar y su supervivencia como divisa dominante del comercio mundial.
Ya es un secreto a voces que China, Rusia, y sus aliados están empeñados en poner término a la dominación monetaria del dólar estadounidense, que en estos momentos no tiene más respaldo que el dominio político y militar de Estados Unidos, el cual ya está sumergido en un endeudamiento superior al Producto Interno Bruto de esa nación.
Por una parte, ya alrededor del 15% del comercio mundial se está realizando en otras monedas, principalmente en yuanes chinos. Pero la aparición de las criptomonedas, que comenzó con el Bitcoin, ha cobrado ya un ímpetu inimaginable, generando grandes fortunas para los que invirtieron en ellas, y sobre todo imponiendo un comercio mediante pagos crípticos, que pueden burlar las sanciones políticas internacionales.
Inicialmente, los países con economías fuertemente planificadas, como China y Rusia, intentaron impedir el uso de ese cripto dinero, que parecía imposible de rastrear en innumerables transacciones comerciales.
Sin embargo, el desarrollo de tecnologías aplicadas a ese dinero y las operaciones legítimas que se realizan, además del respaldo en oro, petróleo y otros valores físicos, han hecho que ya China, Rusia, la India, Japón y otros numerosos países del sudeste asiático estén elaborando una nueva legislación que oficialice el comercio en criptomonedas.
En el momento en que esas iniciativas se concreten, habrá llegado el crepúsculo final del dólar, pues su participación en el comercio mundial presumiblemente caería a menos del 30%.
Eso, para los países económicamente ligados al dólar estadounidense, puede ser una crisis ruinosa, un verdadero colapso económico.
Ya es impredecible lo que pueda producirse en el futuro político de Estados Unidos a muy corto plazo. Ni siquiera está claro si el propio Donald Trump podrá llegar a las elecciones de 2020, o si, en caso de llegar, será él el candidato del Partido Republicano.
En términos de supremacía militar, ya los propios altos mandos de las fuerzas armadas estadounidenses tienen claro que su país no tiene posibilidad de ganar una guerra contra China, Rusia y sus aliados. De hecho, se sabe que la poderosa marina de guerra de los Estados Unidos, cuyo valor supera los 5 billones de dólares, puede ser completamente aniquilada en un ataque de misiles hipersónicos.
Es por eso que son precisamente los jefes de las fuerzas armadas los que están sosteniendo como pueden la alternativa diplomática para resolver de manera estratégicamente controlada, el término del predominio mundial de Estados Unidos.
¿Qué significa el final del imperio estadounidense?… La Historia de la Humanidad nos ha mostrado que cuando un imperio, con un buen timonel, logra gobernar su propio derrumbe, incluso sufriendo sangrientas derrotas militares, el resultado final puede incluso ser beneficioso y conveniente.
Eso ocurrió con la caída del Imperio Ateniense, la caída del Imperio Macedónico y, sobre todo, con la caída del Imperio Romano, que, tras su desintegración a manos de los bárbaros, convirtió a Italia en la región más rica y más culta de todo el mundo occidental durante casi mil años más.
Pero, ¿podrá Estados Unidos llegar al fin de su imperio con la sabiduría que tuvieron los griegos y los romanos? Como dijo el poeta Virgilio, "Llegar a su fin como el sol a su ocaso". O sea, una muerte que no es más que una noche.
Cuando conocemos el diálogo entre el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, con el destituido Director de la CIA, James Comey, no parece que el ocaso de Estados Unidos pueda tener tanta dignidad.
En su libro "Una Lealtad Más Alta", James Comey se muestra a sí mismo como una especie de apóstol heroico, siempre dispuesto al sacrificio en defensa de la Verdad. Una verdad que, para él, es lo que a él le "parece" que es la verdad, ya que, según él, es algo superior al contexto, a las circunstancias, a la historia y al juicio. O sea, es una verdad más bien mesiánica, en que él se auto atribuye el rol de mesías.
En esa perspectiva, Comey muestra al presidente Trump como igual a los capos mafiosos de la Cosa Nostra, que basaban toda su fuerza y su razón de ser en la Lealtad. Según Comey lo repugnante de esa lealtad mafiosa no estriba en que los mafiosos sean asesinos. No, lo repugnante y perverso es que faltan a la verdad. Mienten.
Es así que Comey acusó a Donald Trump de ser, esencialmente, igual a un capo mafioso que exige lealtad en vez de respetar la verdad suprema. Por cierto, en este caso, la verdad suprema era la de él y de la CIA.
Ante el chaparrón de insultos del resentido cuasi mesías Jame Comey, el presidente Donald Trump respondió muy sumamente enojado, llamándolo "Mentiroso bolsón de porquerías" y "debilucho, cobarde y traicionero bola de inmundicia". Bueno, en inglés americano "bola de inmundicia" se dice "slime ball", que es, por ejemplo, el pelotón de mugre que obstruye el desgrasador de un lavaplatos. Pero también es un juguete de esos inofensivamente asquerosos, babosos y, de algún modo, un poco divertidos.
Capo mafioso y pelotón de inmundicias... ¿Cree Ud. que se puede esperar que de esa clase de diálogo surja el manejo sereno de un desenlace histórico que no tendría por qué ser tan horrible?
Hasta la próxima, gente amiga. Hay que cuidarse. Hay peligro.