Por Ruperto Concha / resumen.cl
Los neo-nazis, los ultra-nacionalistas, los supremacistas blancos, aparecen como los habitantes y protagonistas del fenómeno que está llamándose "la ultra derecha".
No hay mucha base ideológica ni teórica para bautizar esos fenómenos con los términos políticos que heredamos de los tiempos de la Revolución Francesa, en el siglo 18, cuando en la sala de sesiones de la Asamblea Nacional, los revolucionarios más duros se agrupaban al lado izquierdo. Los más conservadores, incluyendo a los girondinos, lo hacían al lado derecho, y la mazamorra indecisa se quedaba en el centro.
En estos tiempos la distribución política no es tan simple como entonces. De hecho, con excepción de los comunistas, ya los partidos políticos no representan propuestas teóricas o filosóficas respecto de la administración del Estado y los derechos de los ciudadanos, no. Más bien se limitan a adherir a ciertas nociones de lo que es más conveniente a corto plazo y desde el punto de vista de ciertos grupos de interés.
Ahora la civilización parece estar tomando en exceso de velocidad las curvas inesperadas que nos plantea la realidad ecológica, tecnológica y espiritual. Por eso las diferencias entre esos grupos políticos se están expresando de manera cada vez más amenazante. Cada vez más próxima a la brutalidad.
Ante esto, son demasiados los tontos pillos que le echan la culpa de la violencia a nuestra Santa Madre Naturaleza. Creen que los seres humanos somos naturalmente codiciosos, agresivos, vanidosos y desprovistos de la esencial caridad solidaria que debiera ser la característica esencial de nuestra especie.
Pero están equivocados. Los humanos en realidad no somos así. La Historia, la Antropología y todas las ciencias de la cultura nos demuestran algo muy distinto.
Más allá de la tragedia mundial de las migraciones de gente embriagada de desesperación ilusionada, el panorama noticioso mundial está revelando que la discriminación racial, la discriminación étnica, ha vuelto a ser una fuerza dinámica capaz de movilizar a las masas.
Los miles y miles de hispanoamericanos que están siendo expulsados de Estados Unidos o se apretujan en la frontera mexicana, se hacen hermanos con los semitas y los negros que tratan de penetrar en Europa.
Y las decenas de miles de indocumentados asiáticos interceptados cuando tratan de ingresar a Australia y terminan hacinados en campos de concentración improvisados en una isla chica, fuera de Australia.
En Birmania, o Myanmar, hay 13 millones de personas de la etnia llamada "Rohingya", que son aborrecidos por la mayoría, de raza llamada "Indochina". Los persiguen, les quitan sus bienes y sus tierras, los humillan, violan a sus mujeres y a más de la mitad de ellos los han forzado a asilarse en Bangladesh, otro país pobre que no puede realmente acogerlos.
En China, en el noroeste, en la región llamada Sinkiang, hay 21 millones de habitantes llamados Uigures, mestizos turcomanos y chinos, de religión islámica y ciegamente aferrados a sus costumbres ancestrales. Son el 45% de los habitantes de esa región y odian al restante 55% que son étnicamente chinos, y los acusan de ser "asquerosos comedores de chancho".
En otro lado, en la provincia serbia de Kosovo, 1 millón 800 mil refugiados albaneses que habían sido acogidos como inmigrantes, de pronto, apoyados por la OTAN, se apoderaron del territorio serbio que los había acogido y se declararon república independiente.
Cerca del Mar Negro, en Osetia del Sur, los habitantes, que son de la etnia "alana", realizaron un referéndum en 1992, en el que aprobaron unificarse con sus pares de Osetia del Norte, de la misma etnia, pero luego, en 2008, el ejército de Georgia, los invadió para apoderarse de su territorio.
La sangrienta invasión llevó a la intervención de Rusia, que expulsó a los georgianos y respaldó la independencia del territorio y la etnia de los alanos.
Pero la más dramática crisis étnica es la que está afligiendo ahora a los kurdos, una etnia poderosa que siempre fue decisiva y creativa en el mundo árabe entre Irán y el Mar Mediterráneo.
Los kurdos, étnicamente, son indoeuropeos y no semitas como los árabes y los israelíes. Pero su integración con los demás pueblos fue muy completa, incluso con los étnicamente turcos.
Durante más de mil años convivieron dinámicamente, y de hecho el más brillante de los monarcas del mundo árabe, el sultán Saladino, logró reunificar a las naciones islámicas de lo que hoy llamamos el Cercano Oriente, Turquía, Siria, la mayor parte del suroeste de Irán, Jordania, Irak, el Líbano, Palestina, Egipto, Arabia Saudita y Yemén.
De hecho, fue ese kurdo llamado Saladino el que logró derrotar a los ejércitos de los cruzados europeos, y recuperar Jerusalén, en 1187.
Sin embargo, llegado el siglo 20, la intervención de las potencias occidentales, especialmente Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, se repartieron los territorios del Cercano Oriente como botín de guerra después de la Primera Guerra Mundial.
Siguiendo los Tratados de Lausanne y Ankara, en 1925, esas potencias trazaron a su antojo las fronteras de Irán, de Turquía, Irak y Siria, omitiendo por completo a la nación de los kurdos, que hasta hoy siguen siendo el caso único de constituir una nación sin patria.
En América, las etnias indígenas fueron irremisiblemente abrumadas, sometidas, aculturadas y en muchos casos exterminadas por los invasores europeos. En Chile y Argentina, la etnia de los Mapuche logró sobrevivir, en número estimado de dos millones y medio de individuos.
En Bolivia, la reforma constitucional de 2009, impulsada por el Presidente Evo Morales, definió al Estado como Plurinacional, admitiendo como naciones integradas a más de 15 grupos étnicos con idioma propio.
En su mayoría son etnias que reúnen un grupo escasísimo de individuos, siendo los más numerosos los de habla Aymara, 2 y medio millones de personas; los Quechua, dos millones; los Guaraní, con 134 mil personas; los Chiquitano, con 85 mil, y los Mojeño, con 77 mil.
Sin embargo, incluso en Bolivia, existe la percepción de que las etnias originarias, aunque constituyan un aporte esencial con pleno derecho a preservar su cultura y sus tradiciones, no pueden sin embargo desgajarse de la idea de nación en un sentido más amplio y actual.
Toda América, desde el Ártico hasta el Cabo de Hornos, pasó a ser poblada más por inmigrantes que por conquistadores o indígenas. De hecho, en términos estadísticos a partir de ADN, el 80% de los habitantes de Estados Unidos, por ejemplo, presenta características de diversos mestizajes.
Y, para horror de los supremacistas blancos, más del 70% de los blancos de Estados Unidos tiene evidencias de mestizaje africano.
Es decir, en la realidad dinámica de América entera, el verdadero desafío no es buscar la mantención y la pureza étnica, sino, por el contrario, asumir el fruto de la mixigenación étnica, racial y cultural como enriquecimiento de la especie humana.
En realidad, los paleontólogos y arqueólogos no han logrado determinar cómo, dónde, cuándo y por qué la especie humana desarrolló razas distintas.
Hasta ahora, los paleontólogos han logrado reunir miles de fósiles de simios muy evolucionados, y también de homínidos, es decir, de simios que ya traspasaron el marco evolutivo que caracteriza a la especie humana.
Y sin embargo hasta ahora no se ha encontrado ni un solo fósil, ni uno sólo, que exhiba la etapa misma en que el simio está en el proceso neto de convertirse en homínido.
Eso que el gran paleontólogo y sacerdote Teilhard de Chardin, llamó el "eslabón perdido" entre simio y humano.
Desde los más antiguos fósiles de homínidos, están presentes los rasgos humanos de caminar erguidos, con los pies ya adaptados para el paso y la articulación del fémur fuertemente desarrollada en la cadera, como ocurre hoy, como seguimos teniéndola hoy.
Igualmente, desde los más antiguos homínidos, se exhibe el uso de las manos hábiles, que de inmediato fueron capaces de crear los primeros instrumentos de piedra, en la llamada "peeble culture", o cultura de lo guijarros quebrados.
Asimismo, la paleontología ha determinado con precisión que la transición del simio al humanoide se produjo en lugares costeros del sudeste de África, desde donde partieron sucesivas migraciones de estos nuevos seres ya dotados de herramientas y armas suficientes para explorar y colonizar victoriosamente nuevas tierras.
Por cierto, entre las diversas oleadas sucesivas de migraciones transcurrieron largos años, larguísimos años, lo que implica diversos procesos en la evolución de la especie adaptándose a los nuevos territorios y ambientes donde se iban instalando.
Pero lo más notable para nuestra percepción actual, es que los sucesivos encuentros de aquellos seres humanos primigenios no parecen haber sido hostiles entre sí. Por el contrario, los hallazgos más recientes exhiben muestras de mixigenación. Es decir, grupos de homínidos primigenios distintos tuvieron sin embargo intercambio sexual.
De hecho, hay indicios de que las razas humanas de ojos claros, celestes, verdes o grises, pueden haber recibido esa característica genética de los Homo sapiens neanderthalensis, mixigenados con los recién llegados de Cromagnon y otras especies que están recién siendo identificadas.
Otro elemento profundamente significativo es que ninguno de los hallazgos arqueológicos del paleolítico antiguo exhibe indicios de armas, o sea, de instrumentos mortíferos diseñados específicamente para atacar a otros seres humanos.
Hachas, lanzas e incluso flechas, existen en abundancia, pero como instrumentos de caza. Las primeras armas verdaderas aparecen recién en el neolítico, hace alrededor de unos 25 mil años nada más, e incluyen las características innegables del arma de guerra, como la aparición de cascos y escudos, y hachas con diseño de combate, muy distintas de las otras hachas usadas como herramientas.
¿Se fija Ud?… Las huellas que nuestros antepasados más remotos dejaron para nosotros, no dan indicios de ferocidad ni de hostilidad entre humanos con distintas características raciales, como fueron los Neandertahl, los Cromagnon y las otras razas de Homo sapiens primitivo.
Más bien hay indicios de que los enfrentamientos belicosos y las primeras guerras comenzaron a producirse muchos miles de años después, cuando la agricultura comenzó a generar alimentos duraderos como los cereales, que ciertamente habrán tenido carácter de tesoro en los inviernos de escasez y de hambre.
O sea, cuando se enfrentaron grupos humanos ricos con grupos humanos hambrientos.
Los aportes que siguen haciendo los científicos en relación a nuestros orígenes, nuestras tradiciones y nuestras creencias, encierran las claves para comprender la caótica descomposición de la civilización humana, justo ahora, cuando los humanos somos más poderosos que nunca.
Así es que, en estos momentos, el caso del inverosímil suicidio del multibillonario pedófilo Jeffrey Epstein, parece encerrar secretos abominables de corrupción criminal en las más altas cúpulas de la riqueza y el poder mundial. Tan abominables que, si realmente llegan a revelarse, van a provocar una revolución contra las actuales estructuras e instituciones políticas de todo el llamado "Mundo Occidental".
En estos momentos estoy traduciendo un vasto documento elaborado por la extraordinaria periodista investigativa estadounidense Whitney Webb, con el título de «The Jeffrey Epstein Scandal: Too Big to Fall», "El escándalo de Jeffrey Epstein, demasiado grande para diluirse"
Espero tenerlo traducido antes del martes. Si Uds. desean conocerlo, háganmelo saber y lo enviaré por correo.
Oiga... Es realmente escalofriante.
Hasta la próxima, gente amiga. Cuídense. Realmente el peligro se ha vuelto extremo ahora.