Por Ruperto Concha / resumen.cl
Todos. Políticos, empresarios, trabajadores, estudiantes, todos los que tienen al menos dos dedos de frente, tienen muy en claro que desde fines del siglo pasado hasta 2013, los gobiernos progresistas de América Latina estaban construyendo un modelo nuevo de desarrollo en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Nicaragua y Venezuela. Y en general lo estaban haciendo bien, a pesar de la caída generalizada del comercio mundial por la crisis de Estados Unidos que estalló en 2008.
El frenazo de la economía, en el caso de Chile, por ejemplo, implicó que el cobre perdiera más del 30% de su precio. De allí que los ambiciosos programas de desarrollo social se vieron estancados.
Para Venezuela, la verdadera crisis catastrófica en realidad se produjo en junio de 2014, cuando el precio del petróleo, que había llegado a 115 dólares el barril, se derrumbó brutalmente al extremo de que en diciembre de 2015 ya se había reducido a sólo 37 dólares. O sea, en 18 meses los ingresos de Venezuela por sus exportaciones petroleras habían caído a menos de la tercera parte. Sus ingresos cayeron, de 287 millones de dólares diarios, a sólo 92 millones.
Por cierto esa pérdida descalabró la mayor parte de los programas de desarrollo del gobierno. Y, también, por cierto, la oposición acusó al gobierno bolivariano de ser el causante del descalabro.
En ese contexto, el gobierno de Caracas, bajo la conducción del presidente Nicolás Maduro, no apareció encarando la situación lo suficientemente bien. Las debilidades, contradicciones y varios casos de corrupción, tuvieron por efecto que en las elecciones parlamentarias de 2015, la oposición obtuviera una victoria abrumadora, de 112 escaños, contra sólo 51 del gobierno y 2 diputados socialistas que se pasaron a la oposición.
Esa enorme mayoría podía y debía permitirle a la oposición negociar con muchísima fuerza con el Ejecutivo, forzándolo a hacer concesiones y a moderar el programa de reformas socialistas.
Pero, en vez de eso, la oposición, desde el primer día, optó por jugarse nada menos que a derribar por completo al gobierno. De hecho, recién efectuada la elección, la oposición se declaró en rebeldía ante la Corte Suprema, que había objetado la elección de 6 candidatos por irregularidades graves, y ordenaba repetirla en los distritos dudosos. Con ello, la Asamblea se puso en desacato, y provocó de inmediato el desastroso enfrentamiento del Poder Legislativo, contra el Poder Judicial y el Poder Ejecutivo.
Durante todo un año, el gobierno de Nicolás Maduro intentó infructuosamente entablar el diálogo político. La oposición se negó, sin darse cuenta de que con ello estaba generando las condiciones para un desenlace exactamente opuesto a lo que ellos esperaban.
En realidad la increíble tozudez de la oposición venezolana en gran medida fue generada por la manipulación de los grupos transnacionales que han retomado en Estados Unidos la llamada Doctrina Wolfowicz de control mundial de la riqueza por parte de las grandes corporaciones con sede en Estados Unidos, y apoyados por la supremacía militar de Washington.
Venezuela es un país que no sólo cuenta con las mayores reservas mundiales, comprobadas, de petróleo y gas natural. Además, sus extensos llanos fértiles y bien regados tienen la posibilidad de desarrollar una agroindustria descomunal, y, fuera de ello, en la cuenca minera del oeste del gran río Orinoco se ha comenzado ya la explotación de ricos yacimientos de esmeraldas, diamantes y oro, además del mineral coltán, que un compuesto de los elementos columbita y tantalio, de altísimo precio e indispensable para toda la industria electrónica avanzada.
Desde el inicio del gobierno bolivariano, bajo la presidencia de Hugo Chávez, Venezuela desafió los intentos de entregar esas riquezas a las transnacionales. En cambio, pactó acuerdos de inversión y asociación de joint venture, con Rusia y con China, que hasta ahora han invertido en el país más de cien mil millones de dólares.
Fuera de ello, Venezuela ha adquirido poderoso y moderno armamento de Rusia, incluyendo aviones y helicópteros de combate., y una gama de misiles de alcance medio, transportables, para la defensa antiaérea, marítima y terrestre
Siendo el mismo Hugo Chávez un oficial de ejército y, de hecho, habiendo surgido precisamente de círculos militares el proceso llamado "Revolución Bolivariana", las fuerzas armada venezolanas han participado directa y profundamente de todos los programas de desarrollo de su país.
De ahí que, durante más de un año de crisis política e institucional, marcada por la violencia, el sabotaje y las más intensas presiones internacionales, las fuerzas armadas se han mantenido invariablemente leales al gobierno y a la Constitución de su país.
Durante este período de enfrentamientos, los dirigentes de la oposición, y también numerosos líderes políticos latinoamericanos, lanzaron llamamientos invitando a las fuerzas armadas a dar un golpe militar y hacerse partícipes de la privatización de las riquezas.
De cerca de 500 mil efectivos militares y otros tantos efectivos de la Guardia Nacional, los tentadores no han logrado tentar más que a una docena de individuos patéticamente insignificantes.
Pues bien, fue en esta coyuntura, que la semana pasada, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, amenazó directa y concretamente con una intervención militar en Venezuela. Y, por supuesto, el resultado fue tan desastroso como era de esperar.
Ya el viernes, el senador republicano Ben Sasse, del Comité de Asuntos Militares del Congreso, declaró secamente que, obviamente, el Senado no le va a autorizar a Trump lanzarse a una guerra contra Venezuela.
De hecho, Trump se había limitado, una vez más, a lanzar amenazas terribles, sin especificar, y posiblemente sin saber, qué acciones concretas podría ordenar.
Lo que está claro es que, si Washington se metió en Siria para encontrar su propia derrota, una Siria venezolana sería realmente muchísimo peor y más sangrienta, y los aliados de Caracas, Rusia, China e Irán, no permanecerían como simples espectadores mientras su aliado latinoamericano es atacado.
Igualmente, de inmediato los gobiernos de Perú, México y Chile, que habían condenado al gobierno venezolano, ahora rechazaron también, por políticamente impresentable, la amenaza de intervención militar estadounidense.
O sea, al cabo un año de crisis, el gobierno bolivariano de Venezuela aparece fortalecido, aplicando estrictamente las disposiciones constitucionales, y, ahora, adelantando para octubre la elección de gobernadores de las 23 provincias de la nación.
La otra gran tragicomedia de Washington, también inspirada en la Doctrina Wolfowicz, se está desarrollando en Corea, con el grotesco intercambio de amenazas entre el Goliat norteamericano y el gordo David norcoreano.
A juicio de la mayoría de los analistas, incluyendo a los estadounidenses, la culpa de que Corea del Norte se haya armado de misiles y bombas atómicas, recae directamente en los amenazantes gobiernos de Estados Unidos. De hecho, está muy claro que, si Corea del Norte no sufrió el mismo destino que Libia, fue sólo porque alcanzó a dotarse de armas nucleares.
Al decir de la Gran Prensa de las transnacionales, Estados Unidos podría lanzar en cualquier momento la lluvia de fuego y furia prometida por Donald Trump. Pero ya se sabe que eso no ocurrirá. De hecho, China declaró oficialmente que se mantendrá neutral si Corea del Norte lanza un ataque contra Estados Unidos. Pero, fíjese bien, agregó que si es Estados Unidos el que ataca, China ayudará a Corea del Norte.
Es fácil entender, entonces, por qué, detrás de las bambalinas y las ferocidades resonantes de Donald Trump y su gobierno, ya se han mantenido desde hace tres semanas, conversaciones secretas con representantes norcoreanos, tratando de encontrar una salida que no sea tan patética al bataclán de esa supuesta guerra inminente.
También, como corolario en torno de la guerra en contra del gobierno de la República de Siria, el pintoresco presidente Donald Trump se encuentra en un desinfle de sus amenazas de lanzar una guerra devastadora contra Irán.
Por lo pronto, los aliados de Estados Unidos en la OTAN, simplemente han desechado de antemano no sólo una acción militar contra Irán, sino también rechazan revocar el acuerdo que elimina las sanciones internacionales en contra el país islámico, por el tema del armamento nuclear.
Para Europa, Irán cumplió, y Estados Unidos no tiene atribuciones para desconocer un acuerdo internacional vinculante. Más aún, la Unión Europea y los principales gobiernos de ese continente, han advertido a Washington que una guerra contra Irán derivará en un conflicto enorme, que pondrá en peligro de muerte tanto a los aliados de Arabia Saudita como al mismo Estado de Israel.
En esa perspectiva, se entiende por qué el Congreso de Estados Unidos, con los votos unidos de republicanos y demócratas, ya impusieron por ley límite a las atribuciones de la Casa Blanca no sólo en términos de declarar la guerra, sino también en gran parte de las relaciones internacional de Estados Unidos.
Pero, ¿es verdad o es mentira que Donald Trump tiene la culpa de la oleada de situaciones de inminente guerra, seguidas de desinfle y la consiguiente pérdida de credibilidad de la supuesta Súper Potencia de Estados Unidos?
Ya son muchos los importantes líderes políticos estadounidenses que están reconociendo que su país ha sido incapaz de adaptarse a la nueva realidad mundial que fue generada tanto por la crisis económica sin solución, como por el avance explosivo de las nuevas tecnologías y la inteligencia artificial.
De hecho, importantes medios ligados tanto a la derecha republicana como al liberalismo demócrata, están anunciando que la base social, esa inmensa clase media de los Estados Unidos, está llegando a un grado de resentimiento contra la clase política, que puede conducir al país a salidas inesperadas y eventualmente desastrosas.
Esta semana, la importantísima revista Newsweek, afin al partido Demócrata, publicó un gran artículo advirtiendo que, pese a los escándalos y el ataque mediático en contra de Donald Trump, en estos momentos hay peligro de que en las elecciones de 2018 los republicanos no sólo logren mantener su dominio sobre las dos cámaras del Congreso, sino, además, que puedan sentar las bases para que Donald Trump vuelva a ganar las elecciones de 2020 y el Partido Demócrata quede sumido en un larguísimo período de oscuridad y derrota.
Por su parte, en Yahoo News, el analista Matt Bei señala que se está haciendo sentir una presión muy potente de las bases del partido Demócrata, que exigen que se ofrezca a la nación un programa político y social derechamente populista, ateniéndose a las propuestas del senador Bernie Sanders y a toda una falange de políticos y activistas jóvenes que dicen estar hastiados con los viejos y gastados discursos ideológicos, que están vacíos en términos de lo que tiene exasperado al pueblo.
De hecho, señala que un enfoque populista es esencialmente económico, una rebelión de la gente en contra de los amos abusadores de las grandes corporaciones. Pero, también, exige que las instituciones demuestren su autocrítica y asuman la corrupción de la burocracia y los abusos de una policía que parece cada vez más una fuerza de esbirros al servicio de la banca y las grandes corporaciones.
En general, estos análisis enfatizan que, mayoritariamente, la gente exasperada está tendiendo a sentirse más a gusto con el tosco pragmatismo de la ultraderecha republicana, y eso puede tener un efecto incalculable en la política y la economía de Estados Unidos.
Así, pues, son muchos los que coinciden en que el tema del dinero, de la exigencia económica de la gente, se está sumando, se está agregando a un darse cuenta de que Estados Unidos ya no es el gran proveedor del Sueño Americano, ni el garante de la paz y la libertad mundial.
Pero, ¿podrá ese pueblo exasperado hacerse escuchar en las alturas donde viven los semidioses que dirigen los directorios de las gigantas corporaciones transnacionales?…
Al menos ya en parte la gran prensa internacional parece estar comenzando a darse cuenta.
Por lo pronto, al parecer, los terroríficos anuncios de sacrificios humanos en las guerras del Nuevo Orden Mundial y la doctrina Wolfowicz, están diluyéndose como una fea música.
Hasta la próxima, amigos. Cuídense. Es necesario.