[resumen.cl] Durante las festividades de fiestas patrias, la gente se viste, desde la infancia en el colegio, con «trajes tradicionales» ¿pero qué es el «traje de huaso» y a quiénes representa?. En el caso de los hombres, pretende ser una representación de las tradiciones del campo, aunque sería incómodo tener esas ropas y espuelas para labrar la tierra y cosechar. La ropa del patrón del valle central, construida por el Estado como la figura de identidad nacional, invisibiliza el montón de actores que tenía el campo, entre ellos, el bandido, figura importantísima en la historia de Chile.
Durante la Colonia y hasta las reformas agrarias del Siglo XX, el mundo rural chileno se estructuró en torno a la vida campesina desarrollada en grandes haciendas. El huaso, la figura del patrón de éstas, se apoderó de la identidad del campo del valle central y se presenta como lo chileno para un talquino, un penquista, tarapaqueño, chilote o magallánico, pasando por encima de identidades locales y de clase. Pero de esta zona, hay figuras históricas mayoritarias que han sido invisibilizdas por la tradición, como son labradores, rotos, inquilinos, esclavos, gañanes, vagabundos y, los que rescata este artículo, bandidos.
Fuera de los límites de las haciendas, estos personajes fueron los protagonistas, perdurando un arraigado bandolerismo durante siglos, representando tanto el peligro como la vida en libertad. Al respecto, el sitio «Memoria Chilena» presenta un texto sobre los bandidos rurales que reproducimos a continuación:
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Durante todo el siglo XIX, las zonas rurales del país sufrieron el azote de un persistente y arraigado bandolerismo, fenómeno que perduró durante las primeras décadas del siglo XX a pesar de los esfuerzos que el Estado y los propios hacendados realizaron para contenerlo.
Desde mediados del siglo XVII el mundo rural se estructuró a partir de grandes haciendas que controlaban la mayor parte de la tierra y los recursos, sistema que adquirió su madurez a partir de la segunda mitad del siglo XIX. La vida campesina giraba en torno a ellas, puesto que el grueso de la población trabajaba en las mismas haciendas, ya fuera como inquilinos permanentes o como peones de temporada. Era un orden bastante estable, en el que sólo la actividad de los bandidos llegó a presentar una amenaza seria. Este sistema se mantuvo sin demasiadas variaciones hasta ya avanzado el siglo XX y sólo fue sacudido momentáneamente por las guerras de Independencia.
El caos provocado por las luchas entre patriotas y realistas fomentó la aparición de grandes bandas de salteadores que luchaban por uno u otro bando y que sembraron el terror durante la llamada Guerra a muerte, como es el caso de los hermanos Pincheira, (1819-1833). Una vez consolidado el nuevo orden republicano con los gobiernos conservadores, el bandolerismo persistió, pero sin la fuerza y extensión que había alcanzado en los años anteriores.
Los bandidos fueron figuras de gran importancia en el campo chileno. En algunas ocasiones llegaron a ser tan poderosos que los mismos hacendados debieron llegar a acuerdos con ellos para evitar asaltos y robos. Todas las medidas tomadas por el Estado para erradicarlos fueron definitivamente inútiles debido a una superestructura policial deficiente. Sólo a fines del siglo XIX se logró reprimir con efectividad al bandidaje gracias a la creación en las provincias del sur del Cuerpo de Gendarmes para las Colonias(1896).
En el mundo popular los bandidos fueron personajes rodeados de leyenda; representaban la vida libre del que escapa de las normas sociales y desafía al poder establecido, pero al mismo tiempo, eran percibidos como sujetos peligrosos y brutales. Esta imagen, violenta y trágica, estuvo representada por bandidos como Juan de Dios López o los Hermanos Mendoza. Otros sin embargo, como Ciriaco Contreras o Pancho Falcato llegaron a ser verdaderos héroes populares cuyas hazañas el pueblo celebraba en décimas y romances.
Figuras desmesuradas, los bandoleros tuvieron por lo general un final trágico, en el que el imaginario popular vio la huella de un destino inmutable al que era casi imposible escapar. Sus tumbas se convirtieron muchas veces en objeto de veneración popular -la animita- que otorgaba favores milagrosos a sus fieles a cambio de oraciones que permitieran su tránsito definitivo al otro mundo.
La literatura nacional ha recogido en numerosas ocasiones el tema de los bandidos, desarrollando una narrativa de los bandoleros que ha dado cuerpo a la leyenda ya presente en el mundo popular.