Los resultados de las recientes elecciones dieron un respiro significativo al Gobierno. Cuando todos los aparatos del statu quo anunciaban una aplastante victoria de la derecha, atribuida a la mala gestión del Ejecutivo, las elecciones municipales terminaron en un empate generalizado entre oposición y oficialismo. Por otro lado, tras la segunda vuelta para gobernadores, la oposición quedó aún peor parada, logrando apenas 6 de las 16 regiones. En Santiago, perdió por más de 10 puntos, a pesar de haber convertido esta elección en una suerte de plebiscito sobre Boric, lo que resultó en un «tiro por la culata». También perdió su bastión en La Araucanía y retuvo Biobío, que si bien tenía a un Rodrigo Díaz «independiente», su postura era ideológicamente (y en la práctica, con trabajo con militantes de partidos del sector) completamente de derecha, tanto así que dio su apoyo al candidato también «independiente» proveniente de la UDI.
Por Alejandro Baeza
Y es que precisamente pareciera que está siendo la Región del Biobío el único resultado al que se está aferrando la derecha como bandera para celebrar algo, con el 72,65% obtenido por Sergio Giacaman, exintendente de Piñera, frente al 27,35% de Alejandro Navarro, quien no logró ganar en ninguna comuna, ni en primera ni en segunda vuelta. Es más, los datos indican que en el balotaje sólo consiguió sumar los votos de Javier Sandoval, sin aumentar significativamente su apoyo. Es decir, votantes tradicionales de la Concertación prefirieron a un UDI.
¿Qué pasó en Biobío? La explicación simplista --y moralista-- podría señalar que «la región se volvió de derecha». Algunos incluso recurrirían al desprecio hacia el electorado, afirmando que «la gente es tonta» o culpando al importante porcentaje de población evangélica. Sin embargo, estas interpretaciones no capturan la realidad.
Las explicaciones van por otro lado. Primero, lo más superficial. La elección en sí misma, donde la centro-izquierda fue con un candidato que si bien tiene arraigo en la región, resulta muy complicado. Y es que Alejandro Navarro debe ser -junto a Jadue- uno de los personajes más maltratado por los medios, más aun este año con todo lo que significaron las elecciones en Venezuela para una figura que no teme defender al chavismo e incluso alinearse con éste geopolíticamente, tanto así, que la contracampaña fue tratarlo de «soldado de Maduro», frase que en todo caso pertenecía a Diego Maradona.
Navarro estuvo solo, sin apoyo del Gobierno y de ninguna de sus figuras, es más, con algunas de ellas derechamente llamando a no votar por él, hasta el presidente de un partido, que por muy pequeño y poco relevante, era de la propia lista en que se presentó. Además, realizó una pésima campaña, prácticamente suplicando un debate a un contrincante que lo ignoraba olímpicamente y que estaba lleno de flancos, pero del que no aprovechó ninguno hasta casi el final, cuando ya era demasiado tarde.
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Sin embargo, la explicación más importante tiene una raíz mucho más material ¿Por qué la población del Biobío debería votar por la centro-izquierda en un gobierno progresista que dejó caer Huachipato, una de las principales fuentes de trabajo de la región, empresa que se calcula ofrecía más de 20 mil empleos directos e indirectos? Según el Observatorio Laboral del Biobío, se estima que el desempleo regional podría llegar a casi un 11% a causa de este catastrófico cierre, transformándola en la región con más cesantes de Chile, un año después del fin de Fanaloza en Penco, otra de las históricas industrias del Biobío con 124 años de historia. Si bien se trata de empresas privadas, su impacto además de económico es social, por lo que el Estado debió intervenir para evitar su quiebra, con préstamos, seminacionalización, nacionalización o la estrategia que sea, pensando incluso en la soberanía nacional. Sin embargo, se dejó caer como si nada al mismo tiempo que rescataba a las ISAPRE, algo que ciertamente no hubiese ocurrido si la planta hubiese estado más cerca de Santiago.
Hablando de centralismo, los habitantes del Gran Concepción ven molestos cómo se siguen inaugurando nuevas estaciones y líneas del Metro, relegando por enésimo año la demanda de extensión del Biotren a Lota y a Lirquén con una crisis vial que no hace sino empeorar, deteriorando la vida de la clase trabajadora de Coronel y San Pedro principalmente. Si bien esto es transversal a cualquier gobierno, ha sido estos últimos años luego de la pandemia donde la situación llegó a un punto insostenible y no está ni de cerca de ser tema para las autoridades centrales.
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Pareciera ser que el único interés que tiene el Gobierno en la región es mantener a toda costa la militarización de la provincia de Arauco que comenzó Piñera y seguir fortaleciendo el extractivismo forestal, como manifestó el ministro Grau de Economía para intentar compensar la catástrofe de Huachipato, una actividad que no solamente acabó con la biodiversidad e identidades campesinas de la zona, sino que nos deja sin agua y seca los territorios, nos amenaza con mega incendios cada verano e inundaciones cada invierno, el continuo y comprobado empobrecimiento de las comunidades locales y que de vez en cuando sigue generando muertos por algún miembro de alguna rama de los uniformados.
¿Nos merecemos tanto maltrato? Se dice que la izquierda abandonó la región, pero en realidad, lo que hace es golpearla.
Echarle la culpa a que la gente es tonta, que la región se puso facha o a la presencia de evangélicos es la respuesta de a quien le da flojera pensar, de perezosos y elitistas (peor si lo hacen de la comodidad de un profesional en una comuna santiaguina).
La misma Zona del Carbón en la región debería ser el mejor ejemplo: la capital de los evangélicos en Chile (que han habido siempre), de raigambre tremendamente popular, durante todo el siglo XX fue el lugar con más votos de izquierda de todo el país, incluso era llamada la «Zona Roja», pero fue la misma Concertación quien cerró las minas sin ningún plan de mitigación ni de reconversión laboral, dejando a su total suerte a toda la clase trabajadora de Lota, Coronel y Curanilahue, provocando una catástrofe social de la que aún no se recupera y que daría para una columna en sí misma, pero que a grandes rasgos disparó las tasas de pobreza y extrema pobreza, alcoholismo e incluso transmisión de VIH. Ante este total abandono y maltrato, terminó siendo ahora el bastión de la extrema derecha en el país.
¿Será que ahora toda la región del Biobío, también de histórica votación de izquierda, se está transformado en una «zona del carbón»? ¿Hay alguien dispuesto a aprender alguna lección?