El número total de muertes y los efectos para la salud a largo plazo ocasionados por el escape radiactivo de Chernobil siguen suscitando un intenso debate 25 años después. Si en Fukushima se diera el peor escenario, tampoco sería fácil poner cifras a sus daños.
¿Y si todo saliera mal? ¿qué número de personas podría verse afectada por un escape nuclear? Fácil pregunta de difícil respuesta predecir hasta dónde llegarían los efectos primarios y secundarios de esa radiación. Dependerá no ya sólo de la cantidad emitida a la atmósfera sino también de su rumbo. Y el único referente aproximado para hacerse una idea es el de Chernobil, desastre del que el próximo 26 de abril se cumplirá un cuarto de siglo. Sin embargo, más que aclararnos algo, los estudios no se ponen de acuerdo.
«Una niña en mi escuela tenía seis dedos en una mano. Mi glándula tiroides está permanentemente agrandada y el miedo a sufrir cáncer es una constante en mi familia». Nastassia Astrasheuskaya ni siquiera había nacido cuando explotó, pero su legado letal la ha atormentado estos años. «Los niños nacidos hoy, casi 25 años después de la explosión, siguen estando amenazados, al igual que estarán sus hijos y sus nietos, porque la radiación no desaparece tan rápido», relata estos días este «niña de Chernobil».
El 27 de abril -al día siguiente de la primera explosión en la planta ex soviética- se encontraron partículas radiactivas en las ropas de los trabajadores de la central nuclear sueca de Forsmark, a unos 1.100 km de la central ucraniana. Mediciones similares se fueron sucediendo en Finlandia y Alemania. Según el informe «definitivo» que en 2005 presentó el Foro de las Naciones Unidas sobre Chernobil -en colaboración con los gobiernos de Bielorrusia, Rusia y Ucrania-, en torno a un millar de personas sufrieron una exposición intensa a altos niveles de radiación el primer día del accidente. Tres murieron directamente por la explosión.
Pero la pregunta es, ¿cuántas personas se han visto o se verán afectadas desde entonces de forma indirecta por aquella radiación? Y aquí comienzan las discrepancias.
El primer informe datado en el año 2000, a cargo del Comité Científico de Naciones Unidas sobre los Efectos de la Radiación Atómica, apunta, en coincidencia con otros estudios posteriores, que una treintena de personas directamente expuestas fallecieron en los siguientes tres meses. A partir de ahí, y más allá de un aumento de la incidencia de cáncer por tiroides en niños, sostiene que «no existe evidencia de un impacto importante en la salud pública que esté relacionado con las radiaciones 14 años después del accidente».
Dos años después, fue la Agencia para la Energía Nuclear la que presentó su propio informe, confirmando el aumento de cáncer de tiroides infantil en Bielorrusia y Ucrania. Y citaba un aumento mínimo de cánceres a futuro entre la población.
En 2005, ve la luz el estudio del Foro de la ONU sobre Chernobil, calificado por sus redactores como «verdadera escala del accidente». Su conclusión minimiza la repercusión de la que venían hablando los antinucleares: «El número total de defunciones atribuidas a Chernobil, más las muertes de trabajadores de servicios de emergencia y residentes de las zonas más contaminadas que se producirán en el futuro, se estima en 4.000 aproximadamente». Una revisión hecha un año después elevó la cifra a 9.000 defunciones.
Esta cantidad comprendería los 50 «limpiadores» que sucumbieron al síndrome de irradiación aguda y nueve niños que murieron de cáncer de tiroides, así como un total de 3.940 defunciones por cáncer y leucemia entre los trabajadores de los servicios de emergencia que actuaron entre 1986 y 1987, las decenas de miles de evacuados y los miles y miles de residentes en las zonas más contaminadas.
«La confusión acerca del impacto real se ha creado porque miles de personas de las zonas afectadas ya han muerto por causas naturales. Además, la creencia generalizada de que se acabará teniendo problemas de salud y atribuirlos a la radiación, hacen pensar que la pérdida de vidas humanas fuera mucho mayor de lo que realmente fue», argumentó la ONU.
Greenpeace frente a la Onu
Este controvertido informe fue contestado por voces que consideraban los datos anticuados o que dudaban de la objetividad del mismo al participar también en él la Organización Internacional de la Energía Atómica. En 2006, el Partido Verde alemán presentó su propio balance, cuestionando que la ONU no hubiera analizado las consecuencias en otros países europeos, y achacando al accidente entre 30.000 y 60.000 muertes por cáncer, o aumentos mayores por cáncer de tiroides.
Un estudio, el ecologista, criticado a su vez por su falta de rigor, pero que fue el preludio del hecho público por Greenpeace en respuesta al de la ONU. ¿Su balance? Estimaba unos 270.000 casos de cánceres atribuibles a Chernobil, y unas 200.000 muertes adicionales entre 1994 y 2004 en los países más afectados, haciendo hincapié en las muertes por cáncer pero también por otros problemas del corazón, respiratorios o del sistema inmunológico, entre otros.
Ese mismo año, la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer publicó su propia conclusión, llegando a afirmar que era improbable que los casos de cáncer debidos al accidente pudieran ser detectados entre las estadísticas nacionales de cánceres. Sí estimaba que se podrían esperar 16.000 muertes por cáncer hasta 2065.
El último en terciar ha sido un libro publicado por un equipo de científicos rusos y bielorrusos en el 2009 por la Academia de Ciencias de Nueva York, que argumentó que los estudios previos tenían errores por alteraciones en las estadísticas soviéticas.
«Un número más preciso estima que casi 400 millones de seres humanos han quedado expuestos a la lluvia radioactiva de Chernóbil y, por muchas generaciones, ellos y sus descendientes sufrirán las devastadoras consecuencias», defendieron. Sus autores sostienen que la cifra total de muertos hasta 2004 era cercana al millón.
El mayor daño, en la salud mental
Fred Mettler es un experto de renombre internacional, que estudió los efectos de las explosiones de Chernobil y ha pasado décadas investigando y escribiendo sobre la exposición a la radiación. Aclara la dificultad de explicar el aumento del cáncer en la población general a causa del accidente nuclear a que muchos tipos de tumores «no tienen una forma específica» que permita establecer su origen en la radiación. «No estamos diciendo que no haya efectos, sólo que actualmente, si hay un efecto, no podemos verlo aún, acorde con los hechos y estadísticas que tenemos», añade.
Respecto a lo sucedido en Fukushima, Mettler cree que los científicos japoneses han tenido más de 60 años desde la II Guerra Mundial para estudiar los efectos sobre la salud del envenenamiento por radiación. «Estas personas tienen más conocimientos sobre la radiación que nadie», afirma.
Parece claro que no sólo los informes no se ponen de acuerdo sino que no resulta fácil cuantificar esos daños. Sin embargo, lo que nadie duda es que, como apunta Fred Mettler, tras accidentes nucleares como los de Chernobil «los efectos psicológicos fueron los mayores efectos de salud». El miedo a la contaminación y la ansiedad sobre los efectos de la radiación contribuyeron a altos niveles de pensamientos suicidas y trastornos de ansiedad, mientras que se duplicaron las tasas de depresión, precisa Mettler.
El propio informe de la ONU de 2005 corrobora esa idea: «Los efectos de Chernobil en la salud mental son el mayor problema de salud pública desencadenado por el accidente hasta la fecha». Y de él seguro que no se va a librar la sociedad japonesa, haya fuga o no.