Hannah Arendt fue una destacada filósofa alemana de origen judío que al examinar los crímenes nazis observó que para la ejecución de estos, intervino una maldad sin precedentes ya que el régimen de Hitler se caracterizó por la organización sistemática y planificada del genocidio de millones de personas. A esta práctica del mal le denominó el mal radical; un tipo de mal que nos conecta con lo inhumano y que cuenta con la precaria capacidad reflexiva del ser humano.
Fidel Astaburuaga
Arendt nos dice que hay una estrategia del mal radical para hacer al ser humano superfluo con el objetivo de socavar la garantía de los derechos fundamentales del individuo, desconocer su condición moral y promover el exterminio. La práctica del mal radical supone, en la experiencia concreta de nuestra filósofa, la gestión estatal del genocidio; esto es, logística, ingentes recursos económicos y humanos para el exterminio de una población definida como objetivo militar.
El mal radical es una expresión del ejercicio de una soberanía corrupta que atenta contra su propio pueblo. Sin duda, el análisis de Arendt nos es útil para la interpretación de los acontecimientos que hoy recordamos con pesar. En efecto, hace 50 años se daba el golpe militar y comenzaba la oscura noche de la Dictadura, los crímenes de Estado, las violaciones a los DD.HH., los estados de excepción y de sitio, desapariciones forzadas, violencia sexual, tortura, fusilamientos, etc. Recordamos también, la ejecución planificada de esos crímenes por sectores políticos determinados, anclados al aparataje estatal y opositores al gobierno de turno.
A 50 años recordamos también que un tercio de los detenidos y detenidas desaparecidos tenían entre 14 y 18 años, casi la mitad tenía entre 18 y 24 años y apenas un tres por ciento tenía más de 35 años. En suma, las víctimas de desaparición forzada se estiman en 1.469 personas, de las cuales 1.092 corresponden a personas detenidas desaparecidas. Esas son las cifras de sangre de la violencia de Estado, de esa expresión del mal que la Arendt nos advertía en la década del 50 del siglo pasado.
Quizás, una de las cuestiones más desconcertantes de los acontecimientos que recordamos hoy, es que no es excepcional que los horrores de los regímenes totalitarios y de las tiranías son de larga data y paradójicamente siguen ocurriendo, cabe preguntarse por qué. Arendt ya nos dio una clave, el mal radical triunfa en la medida en que el ser humano se vuelve superfluo; esto es, el horror retorna toda vez que el ser humano huye del pensar, renuncia a reflexionar, a concepciones filosóficas como la dignidad humana. De ese caldo de cultivo surge la impunidad.
Esta falta de pensamiento adquiere dimensiones macabras cuando el individuo no actúa inmoralmente por motivaciones ideológicas u odio hacia el otro. Arendt señala que muchas veces se cometen actos monstruosos sin motivaciones monstruosas, sino que los motivos resultan de la más llana banalidad, como por ejemplo, ganar un incentivo salarial, conseguir un nuevo empleo o simplemente hacer su trabajo; es lo que denominó banalidad del mal. Así, podemos comprender que muchos perpetradores de múltiples crímenes contra la humanidad resultan ser personas cuya vida privada es como la de cualquiera de nosotros. No son monstruos, han sido personas abrumadoramente normales, aman a sus hijos, se divierten con los amigos, buscan su desarrollo personal en sus vocaciones. Arendt nos dice que es en ese no pensar donde se encuentra su mayor responsabilidad. La falta de pensamiento no exculpa a nadie de sus responsabilidades. El mal, el que fuera, necesita de ejecutores, pero sobre todo de burócratas y cómplices. Y no hay complicidad más efectiva que la indiferencia, nos dice el filósofo argentino Darío Sztajnszrajber.
A 50 años del golpe militar, hoy, la radicalización política de los sectores que ayer fueron a golpear las puertas de los cuarteles, la crisis política institucional, la impunidad de los poderosos y la falta de reflexión de una sociedad embobada con el consumo, crea las condiciones idóneas para el retorno a la noche del militarismo, de la violencia de Estado y la violación a los DD.HH. Pudimos constarlo en los hechos durante la revuelta de octubre del 2019. De ahí la relevancia de la memoria, pero también de la necesidad de verdad, de justicia y de castigo a los responsables de la violencia de Estado. Lo anterior es un axioma ya viejo, incomprendido por aquellos que ocupan las altas esferas del poder.