“Colgados” del petróleo: Rusia siendo imperio y colonia a la vez

Los rusos dicen coloquialmente que Rusia está "colgada" de los hidrocarburos como un adicto está "colgado" de la heroína. Quizás la "droga" haya cambiado, pero si nos remontamos en el tiempo, la economía rusa tiene un largo historial de dependencias. El destacado sociólogo y divulgador de la izquierda rusa Borís Kagarlítsky (actualmente preso por su postura antibelicista) explica que, ya desde el siglo XVII, Rusia ocupa en los mercados internacionales un nicho de tipo colonial (en aquella época eran grano, cáñamo, algodón, pieles). La economista Natalia Matiúschenko explica que se trata de un fenómeno conocido como el "mal holandés": "la exportación de recursos naturales genera una gran afluencia de divisas que refuerza la moneda del país, lo que a su vez, perjudica la competitividad de la industria nacional" y dirige las inversiones una y otra vez hacia la extracción y el cultivo.

 

Por Antonio Airapétov

 

Petróleo en el mar

El 15 de diciembre de 2024, en medio de una fuerte tormenta, dos petroleros rusos naufragaban en el Mar Negro con unas 9 200 toneladas de hidrocarburos a bordo. Aquel día habría que lamentar la pérdida de una vida humana y en las semanas siguientes, la mayor catástrofe de este tipo en lo que va de siglo en Rusia. El pegajoso chapapote se extendería por 52 km de costa en la región de Krasnodar y 15 km en Crimea.

En los primeros días tras la catástrofe unos 4 000 voluntarios ya estaban trabajando en la limpieza de las playas y el rescate de aves. Las localidades costeras también reaccionaron con agilidad y pronto la mayoría habían proclamado estados de excepción. Pero sus recursos eran completamente insuficientes. El gobierno central tardó 10 días en declarar la catástrofe federal y enviar maquinaria pesada. Para mediados de enero se habían removido unas 157 000 toneladas de suelo contaminado, pero, como denunciaba el director del Instituto de Hidrología Víktor Danílov-Danilyán, para entonces el grueso del daño ya se había producido. Decenas de delfines y centenares de aves muertas, decenas de miles de especímenes gravemente afectados... Los daños para el ecosistema y la economía local, muy vinculada al turismo y la pesca, van a ser difíciles de estimar.

El propietario de uno de los buques ya ha sido condenado a una multa de 3.150€; el otro está a la espera de una sentencia igual de simbólica. Los capitanes se exponen a penas de hasta 5 años. No obstante, hay buenos motivos para pensar que no todo ha sido mera incompetencia profesional.

Los petroleros siniestrados fueron botados en los años 1969 y 1973. Ambos habían superado ya en mucho lo que se considera la vida útil de un petrolero (25-30 años). La investigación ha puesto de relieve que, además, al ser de tipo marítimo-fluvial, no les estaba permitido salir a mar abierto en el mes de diciembre. Uno de los dos ni siquiera tenía licencia para el transporte de combustibles fósiles.

 

Buques que se hunden

Los accidentes del Mar Negro no han sido los únicos de estos dos últimos meses. El 17 de diciembre otro petrolero del mismo tipo lanzó una señal de socorro por una rotura en el casco. El 24 de diciembre el carguero de un contratista del Ministerio de Defensa naufragaba en aguas mediterráneas. El 10 de enero un petrolero bajo bandera panameña con 99 000 toneladas de crudo ruso quedaba a la deriva enfrente de las costas alemanas. El 23 de enero la tripulación de otro buque ruso también perdía el control de la navegación frente a las costas de Siria por un incendio. El 9 de febrero otro petrolero encallaba en la región de Leningrado con 130 000 toneladas de hidrocarburos a bordo.

Independientemente de que pudiera ser un sabotaje en algún caso, es constatable que la flota rusa se encuentra desfasada y falta de mantenimiento. La corrupción y el ánimo de lucro impiden cualquier control medioambiental o técnico riguroso. El 52% de las embarcaciones tienen más de 30 años. En 1995 ese porcentaje era solo del 7%, algo ilustrativo de cómo, incluso a estas alturas de siglo, el capitalismo ruso sigue parasitando sobre los restos de la economía soviética. Además, según diferentes estimaciones, hasta 1.600 embarcaciones transportan combustibles rusos bajo banderas de otros países por todo el mundo. Una flota fantasma creada para eludir las represalias occidentales y sometida a aún menos controles que la oficial.

 

Reflotando la economía

En el último año embarcaciones del tipo de las siniestradas han transportado unas 800 000 toneladas de productos petroleros por la misma ruta del Mar Negro. El 80% estaba destinado a la mencionada flota fantasma. Al menos otros siete petroleros marítimo-fluviales han repetido la ruta del desastre desde el 15 de diciembre. Pase lo que pase, hay que seguir bombeando. La máquina no se puede dejar de forzar porque el gas y el petróleo son la más destacada fuente de ingresos tanto de la oligarquía como del Estado ruso. Los primeros puestos de la lista Forbes rusa están copados por los magnates del gas y el petróleo. Los otros milmillonarios que les siguen también han hecho sus fortunas vendiendo al extranjero productos de industrias extractivas o poco elaborados como níquel, carbón, acero, abonos agrícolas, etc. La parte de los hidrocarburos en el presupuesto federal no baja desde hace décadas del 30% (con picos del 51%) y en el momento de la invasión de Ucrania estos constituían el 65% de las exportaciones.

El consumo interno también está fuertemente orientado a los hidrocarburos. Mientras la proporción de las energías renovables en la generación de energía se multiplica en todo el mundo (inclusive China, EEUU y UE), en Rusia la producción solar y eólica es completamente residual (0,5% entre ambas) y la hídrica se mantiene estable en torno al 17% desde hace décadas. Como consecuencia, las emisiones no han dejado de incrementarse (+26% desde el año 2000) a contracorriente de la tendencia global.

 

Imperio y colonia

Los rusos dicen coloquialmente que Rusia está "colgada" de los hidrocarburos como un adicto está "colgado" de la heroína. Quizás la "droga" haya cambiado, pero si nos remontamos en el tiempo, la economía rusa tiene un largo historial de dependencias. El destacado sociólogo y divulgador de la izquierda rusa Borís Kagarlítsky (actualmente preso por su postura antibelicista) explica que, ya desde el siglo XVII, Rusia ocupa en los mercados internacionales un nicho de tipo colonial (en aquella época eran grano, cáñamo, algodón, pieles). La economista Natalia Matiúschenko explica que se trata de un fenómeno conocido como el "mal holandés": "la exportación de recursos naturales genera una gran afluencia de divisas que refuerza la moneda del país, lo que a su vez, perjudica la competitividad de la industria nacional" y dirige las inversiones una y otra vez hacia la extracción y el cultivo.

Un círculo vicioso con consecuencias sociopolíticas de gran calado. Para mantener este tipo de producción fue necesario inmovilizar grandes masas de campesinos, reforzando la servidumbre, el equivalente funcional de la esclavitud de las grandes plantaciones coloniales. A su vez, el mantenimiento de este régimen de trabajo forzado exigió el desarrollo de un imponente aparato represivo y la consolidación de un estilo autoritario de gobierno. Aunque a diferencia de las plantaciones esclavistas no era una fuerza colonial externa sino las propias élites del país quienes sometían a su población al dictado del mercado internacional. Rusia estaría condenada a ser así, señala Kagarlítsky, a ser imperio y colonia a la vez. Por un lado, es un imperio no sólo capaz de defender sus fronteras de la injerencia exterior, sino también de expandirse para ampliar la producción y controlar las vías de tránsito. Por otro, su función en el orden económico internacional es subalterno, el de una colonia cuyas élites están profundamente implicadas en la comercialización externa de las riquezas del país.

 

La gran transformación

La historia de Rusia está jalonada de autoproclamados "modernizadores" y "soberanistas" que aseguran tener la clave para romper este círculo vicioso. La mayoría de estos proyectos no han sido sino ajustes que optimizaban el ejercicio del poder. El último ejemplo lo tenemos en la retórica putinista: desde sus impostadas apelaciones anticoloniales a los pueblos del Sur hasta los tan repetidos como infructuosos planes de "sustitución de importaciones". Si algo ha transformado la economía rusa no ha sido la voluntad del Kremlin, sino las represalias occidentales. Veamos qué ha sucedido desde la invasión de Ucrania de 2022.

El volumen de crudo exportado prácticamente no ha variado y el de gas se ha desplomado (en 2024 ha sido en un 54% inferior a 2019). Pero el gran cambio no corresponde a los volúmenes sino a los destinos de exportación. Si en 2021 el 48% del petróleo tenía como destino la Unión Europea, en enero de 2025 el 84% iba hacia China e India. En el mismo período los gasoductos destino Europa pasaban de transportar el 72% al 39%, mientras la parte de China y Turquía se elevaba hasta el 54%.

Según los últimos datos el 87% de las exportaciones rusas a China son productos de las industrias extractiva y maderera (con gran predominio de los hidrocarburos), mientras el 70% de las importaciones son de vehículos, maquinaria, textil y otras manufacturas. De la misma forma, antes de la invasión el 70% de las exportaciones rusas a Europa lo constituía la industria extractiva, mientras el 45% de las importaciones eran vehículos, maquinaria y productos farmacéuticos.

En conjunto, desde el comienzo de la invasión el comercio ruso con la Unión Europea ha bajado en un 65% mientras el comercio con China ha aumentado en un 66%. Si a eso añadimos que, tanto para la UE en 2021 como para China en 2024, Rusia apenas supone el 5% de su comercio exterior, podemos decir sin miedo a equivocarnos que Rusia no ha hecho sino mantener su posición de periferia semicolonial. Lejos de suponer un cambio de modelo económico, el gran cambio de rumbo geopolítico de Vladímir Putin ha servido a su perpetuación.

 

¿Un cambio de orientación?

Un cambio de orientación geopolítica que, por otro lado, veremos en qué queda. El 18 de febrero, durante el encuentro ruso-estadounidense en Riad, Kirill Dmítriyev, miembro de la delegación rusa y presidente del Fondo Nacional de Inversiones Directas, se mostraba así de complaciente al hablar de las petroleras estadounidenses: "Estamos convencidos de que en algún momento volverán. ¿Por qué iban a rechazar la oportunidad de acceder a los recursos naturales rusos que les estamos ofreciendo?" Más claro no se puede decir.

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