Por Facundo Valderrama
En estos días, en algo que tal vez no sea más que la mezcla entre xenofobia, clasismo y una campaña para deslegitimar la gestión de la alcaldesa de Santiago, ha corrido mucha tinta planteando que el centro de Santiago (que además pareciera ser la única ciudad que importa para los grandes medios) vive una "decadencia", un "far west" o un escenario "distópico". El argumento es el siguiente: delincuencia en aumento, y sobre todo, el comercio ambulante. Por supuesto bajo el falso presupuesto de que lo segundo propicia lo primero.
La solución que dan es donde ya nace el absurdo: intervenir la comuna y barrer sistemáticamente con el comercio ambulante. Pero el asunto es que el problema sigue siendo desde la óptica de la ignorancia de quienes escriben, como el señor Búnker en Ex Ante, o el abogado Cordero en La Tercera. Y no me refiero a ignorantes en términos académicos, sino ignorantes de como funciona la vida y el mundo.
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Acostumbrados a refrigeradores llenos, a compras que no dejan el saldo de su cuenta en cero, a nunca haber juntado monedas para comprar el pan o algo necesario, es que esta gente, desde su torre de marfil de tener la vida asegurada y depender del trabajo doméstico para cualquier cosa básica, es que no entienden que comer para la mayoría de los que habitamos este territorio (seamos nativos o migrantes) no es algo dado, y que, menos aún, comer no es opcional, menos para las y los menores de un grupo familiar. Que para la gran mayoría del país no es darse cuenta que falta comida y llamar a Cornershop, como si el dinero brotase de la tierra.
No es mi intención defender a la alcaldesa Hassler, como tampoco tengo intención de defender edil alguno, pero la solución a este "problema" no es municipal, es mucho más profundo y que no es entendido por los acomodados columnistas de los medios de comunicación, como tampoco lo es por quienes serán erigidos como "expertos constitucionales" por el también oligárquico Senado. Ellos no entienden que la solución es asegurar un mínimo para vivir (como lo podría ser con un Ingreso Mínimo Garantizado) que permitiera a personas no tener que recurrir a todos los medios posibles para llevar pan a su mesa. Claro, para quienes nunca han sentido hambre, el hambre no es tema.
Incluso para el Imperio Romano, que no es caracterizado por su excesivo amor al humanitarismo, entendían eso y por eso señalaban en su máxima "panis et circus" que para que la enorme ciudad de Roma se mantuviera estable, al menos el acceso al pan debería estar asegurado, de lo contrario la ciudad enfrentaría revueltas o una inestabilidad considerable. Chile, un Estado quizás aun más oligárquico, no entiende ni siquiera eso, sólo entiende algo cuando su sistema de privilegios tambaleó, como en aquel octubre del 2019.
Su obsesión es precisamente ésa, condenar a personas que buscan seguir subsistiendo mientras buscan exorcizar los fantasmas del "octubrismo", que en sus lamentables y patéticas lecturas colocan a Boric y Hassler como líderes del Estallido, mientras llaman a un orden, que no es otra cosa que uno insostenible, porque es simple, el comer no es opcional y mientras falte acceso a la cantidad básica de recursos para sostenerse uno y su familia, salir a vender a la calle es lo mínimo, lo lógico, lo responsable.