La asamblea catalana Brot Bord, que lucha contra la homofobia y la transfobia, hace llegar a Resumen un nuevo artículo en motivo del Primero de Mayo.
La internacional será el género humano.
Eugene Pottier
En el mundo de los movimientos políticos y sociales transformadores es habitual encontrarse discursos de liberación sexual y de género que oponen al sujeto a emanciparse (ya sea la mujer, gays y lesbianas, la persona, etc.) a un gran enemigo abstracto, omnipresente y casi mitológico: el patriarcado, o heteropatriarcado (que viene a ser la misma cosa definida con un poco más de exhaustividad).
Si bien no se puede decir que esto sea mentira, porque no lo es, sí se puede decir que se trata de una definición del enemigo algo muy general e incluso benevolente, ya que eso de «el enemigo está en todas partes» nos acaba recordando mucho lo de «el enemigo no está en ninguna parte», y este es el camino más rápido hacia el relativismo.
Las personas que luchamos por la liberación sexual y de género, contra quien luchamos? Contra qué otras personas luchamos (si es que lo hacemos)? ¿Quién se beneficia del sistema patriarcal? A quién interesa política y económicamente que sigan existiendo «hombres» y «mujeres», «homos» y «heteros», «normales» y «desviadas»?
La respuesta no es tan sencilla como puede parecer a primera vista ya que muy poca gente a día de hoy se atreve a defender públicamente los salarios inferiores de las mujeres, la homofobia o la violencia física patriarcal, y quizá algunas que se atreven a defenderlo públicamente lo hacen por ignorancia, por limitaciones cognitivas o por simples ganas de provocar … más allá de ser un mero «beneficiario» real del sistema.
Sin duda una lectura económica del sistema de sexo-género da alguna pista de por dónde van los tiros. Hay cierto consenso en la comunidad científica en afirmar que la primera división del trabajo es la sexual, el cambio de una forma de vida nómada a una de sedentaria, la invención de la agricultura, la acumulación primitiva de capital, etc. , son procesos que acompañan el surgimiento del patriarcado y las clases sociales estamos en sistemas hegemónicos de dominación; aquellos sistemas que afectan a todos, colgando una etiqueta a las personas y estableciendo relaciones de dominación política entre estas etiquetas. La imposición del hombre (macho) sobre la mujer (hembra) genera un resultado positivo en términos de mercado y de maximización de beneficio económico para unos grupos pequeños de población que poco a poco irán configurando aristocracias y, más tarde, burguesías . La especialización y diferenciación entre trabajo productivo y reproductiva es la primera y más genuina división en el trabajo humano, se trata de un sistema diseñado para el beneficio de quien se encuentra arriba de la pirámide económica.
Esta distinción en el trabajo humano, el productivo y el reproductivo, que encontramos en la historia de nuestra especie desde los primeros prototipos de civilización (el hombre cazador y la mujer paridera), profundizará y modificará en cada bache importante en el sistema económico. Con la industrialización, en pañales de nuestra modernidad, la mujer que trabajaba en el campo dejará de hacerlo para ponerse a parir y cuidar de la prole («hijos» en lengua latina) y generar el proletariado de las ciudades , la mujer tendrá la función específica de preparar el hombre para una jornada laboral eficiente, proveyéndolo de salud física y afectiva.
Del mismo modo, la incorporación de la mujer al mercado laboral en Europa después de la primera guerra mundial, ya sea en la construcción de armamento, en sanidad y más adelante en el sector de los servicios, también son fenómenos que obedecen a lógicas de mercado. Dada la falta de mano de obra barata a los empresarios contratarán mujeres y los pagarán sueldos más bajos, amparándose en la ideología machista que el hombre es el «bread» (ganador del pan, cazador, etc.), Y que, por lo tanto, el salario de la mujer «tampoco es tan necesario para la familia … es más bien un extra «.
Pero no sólo la explotación de la mujer beneficia a la clase capitalista; también lo hace la homofobia y la transfobia: el control sexual. Si se retrocede unos cuantos años atrás, en nuestro país, cuando la percepción social de que «el sexo sólo es legítimo si tiene fines reproductivos» era imperante y hegemónica (y no hace tanto de eso …) la homofobia se entendía totalmente legítima para que los «hombres» que follaban con «hombres» y las «mujeres» que follaban con «mujeres» lo hacían sólo por placer, sin ninguna finalidad reproductiva. Todas las formas de sexualidad no exclusivamente reproductivas no entraban dentro de la lógica del mercado que existía entonces. Además, la posibilidad de contagio de esta concepción placentera de la sexualidad en el resto de la población era muy peligrosa ya que podía poner en entredicho este control sexual y al mismo tiempo hacer peligrar la obediencia política. La represión sexual es, por tanto, una herramienta útil para mantener el statu quo.
Recientemente en nuestra sociedad esta concepción de la sexualidad válida meramente como herramienta de reproducción humana ciertamente ha entrado en crisis. No sólo gays y lesbianas, también heteros disfrutan hoy día de relaciones sexuales por el simple placer de tenerlas. ¿Cuál ha sido el papel del mercado en todo esto?
Al igual que cuando el sistema económico le resultó rentable asimilar las mujeres como fuerza productiva (antes lo eran de manera diferente, a través del trabajo reproductivo, ahora hacen o pueden hacer ambas cosas), el sistema económico ha incorporado las sexualidades gays y lesbianas a su lista de ofertas en el mercado porque así puede manipular unas pautas de consumo que le son muy rentables (hinks: high income no kids, es decir, una pasta) y, al mismo tiempo, apoyándose en estas demandas creadas y estereotipos capitalistas para seguir ganando mucho dinero (y ya no sólo con gays y lesbianas), puede seguir controlando la conducta de las personas incluso mejor que antes, cuando el control sexual era más duro.
A pesar de estos cambios, podemos ver día tras día que ni la homofobia ni el sexismo han dejado de existir en nuestras sociedades. Los cambios que ha habido no han ido dirigidos a una mejora de las condiciones de vida de la población, sino a reforzar el capitalismo, las mejoras que ha habido, que sin duda ha habido, o bien son consecuencias colaboración laterales (no perseguidas) de los efectos del mercado o bien las ha conseguido la gente que ha luchado desde los movimientos de base y desde la guerrilla diaria contra las actitudes sexistas, heterosexistas, machistas y homófobas.
Tanto el patriarcado como el sistema de clases benefician a los que poseen los medios de producción, los que están en lo alto de la pirámide. La división de clases o de género se hace sobre la misma base: la producción. Un «hombre» trabajador que no lucha por la emancipación de la mujer lo está haciendo contra sus intereses individuales y de clase, ya que está permitiendo la perpetuación de un sistema económico que no le beneficia. Del mismo modo, una persona «heterosexual» que no lucha por la liberación de sexo y género está luchando contra sus intereses, ya que reproduce también el sistema económico imperante, que no la beneficia.
La explotación de género y por razones de opción sexual (sexismos, homofobia, transfobia, misoginia …) son herramientas para mantener un sistema económico y de valores que beneficia a una pequeña parte de la población. Todos estos sistemas (igual que el sistema generacional y el poder adulto, por ejemplo) existen por motivaciones económicas de esta pequeña parte de la población, la formula para lograr avances reales y fuertemente radicados en la sociedad no pasa por vender la liberación como un producto atractivo para esta población (como ha pasado con la incorporación de la mujer al mercado laboral o con la incorporación del euro rosa en el mercado del ocio) sino que pasa por el hecho que esta pequeña minoría de población deje de existir como tal, y que no haya diferencias económicas entre la población. La lucha por la liberación de género y sexual sólo puede existir como lucha genuinamente socialista.
Por todas estas razones queríamos sacar un artículo como éste por un Primero de Mayo, día en que las personas al margen de la norma, como parte de la mayoría de este planeta, salimos a defender nuestros derechos y a luchar por el mundo que anhelamos: porque la destrucción del género no es un proyecto viable bajo una economía capitalista, para que la igualdad real entre individuos requiere de condiciones materiales que la sustenten y, sobre todo, porque nos negamos que sea un mercado diseñado por empresarios aquel que nos diga qué tenemos que hacer y como hemos de ser.
Como escribió Eugene Pottier en junio de 1871: L'Internationale será le genre humain.
Jordi Morales, activista del Brot Bord