Una Constitución que «una a todos los chilenos» es el slogan con que la elite intenta ridículamente y tratando de disimular su posición, justificar su alineación con el Rechazo. Pero ¿Qué significa esta frase? Cuando hablan de «unir», no es más que un eufemismo para decir con su arrogancia patronal que tienen que estar de acuerdo con ellos, aunque todas las fuerzas hayan resuelto otra cosa.
Por Alejandro Baeza
El denominado «Acuerdo por la Paz» en que la clase política impuso los términos en que se desarrollaría la institucionalidad del proceso constituyente, obligó a que cada artículo de la nueva carga magna fuera aprobado por un altísimo quórum de dos tercios.
La norma -ratificada posteriormente por la Convención Constitucional- implicó que los artículos fueran resultado del acuerdo de prácticamente todos los sectores representados en el organismo democrático (para bien y para mal). Es más, el promedio con que fueron aprobados fue de 122 votos, es decir, el 79% del pleno.
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Este porcentaje, similar al que los pueblos de Chile aprobaron cambiar la Constitución de Pinochet en el plebiscito de 2020, fue muy superior a los dos tercios impuestos, que equivalía a 103 votos.
Es imposible imaginarse votaciones con quórums más altos, por ello llama la atención el discurso de «unión» que utiliza la elite social y económica. Con todas sus deficiencias, esta propuesta es la única experiencia democrática constituyente que ha tenido toda la historia de Chile luego de 1828 y la única en que han participado las mayorías de clases sociales.
Por eso es que «unión» es el pretexto de la elite para referirse a nadie más que a ellos mismos. Cuando hablan de «grandes acuerdos» en realidad no se refieren a acuerdos con el amplio espectro popular, movimientos sociales o representantes de la clase trabajadora, sino que estén de acuerdos con ellos.
Esta actitud petulante propia de su herencia hacendal y con la que han gobernado al país por 200 años, choca con las nuevas formas de organización y de administrar la política que de poco van surgiendo y que tuvieron recién su primera expresión importante dentro de la institucionalidad del Estado.
Tampoco es que esta triste herramienta sea nueva. El argumento de la «unión» (repito, estar de acuerdo con ellos) es un comodín que han utilizado muchas veces en distintos periodos históricos recientes para retrasar cambios, como lo fue la exigencia de justicia por los crímenes de lesa humanidad de la dictadura, sólo por citar el más lamentable.
Difícilmente una Constitución sea del gusto del 100% de la población de un país en ninguna parte del mundo. Serán los pueblos de Chile quienes decidirán el 4 de septiembre si aceptan la propuesta emanada de la Convención o no, pero esta decisión no tendrá que ver con el llanto de cierta elite por no haber logrado imponer por completo su visión.