[resumen.cl] El 2 febrero comenzaba la celebración de «las Challas», estas fiestas que consisten en arrogarse agua entre integrantes de la comunidad, un juego en que todos y todas eran parte. Pese a que O’Higgins las prohibiera por considerarlas «inmorales», sobrevivieron en la cuenca del carbón en el Biobío hasta que la privatización del agua elevó los costos de ésta a niveles nunca vistos.
La minería del carbón presente durante más de un siglo y medio en nuestra región, dejó un legado cultural muy rico y diferenciador, principalmente en la denominada cuenca del carbón, desde Schwager a Lebu, pasando por Coronel, Lota, Arauco, Curanilahue y Los Álamos, y en alguna forma menor en Penco y Lirquén. La idiosincrasia característica de los "cholloncas", que pasaba por costumbres, formas de vida, religiosidad e incluso identidad política, una cultura tan propia que llegó a desarrollar su lenguaje: la jerga minera, así como una gastronomía, música, folklore (del que Oreste Plath dejó registro), pasando por la literatura e incluso el deporte.
La supervivencia en las difíciles condiciones de vida y unas faenas productivas en donde la muerte estaba presente en cada momento -muy bien representadas en las obras de Baldomero Lillo– produjeron una forma comunitaria de vivir y de apropiación del espacio público, que hasta hoy se puede apreciar en muchas de las ciudades que antiguamente fueron campamentos carboníferos, siendo una de las cuestiones tal vez menos tratadas, las fiestas populares.
Si bien era una zona marcada cada cierto tiempo por grandes tragedias al interior de las minas subterráneas, hasta la muerte tenía un significado de alguna forma festivo, en la jerga minera al funeral se le denominaba malayeo, palabra derivada de la malaya, la carne cocida con verduras, los funerales eran sitios donde se comía mucho y entre otras cosas se violaba la ley seca impuesta por la compañías carboníferas, era la oportunidad para poder beber, tragos como el chuflay, el canario, pero también los vinos contrabandeados desde Santa Juana y del norte del Biobío: San Rosendo, Yumbel y el Itata, pues a pesar de ser una zona donde las bebidas alcohólicas estuvieron prohibidas durante mucho tiempo, esta región fue el gran consumidor de la producción de vinos y aguardiente de los valles del Biobío y el Itata.
El 2 de febrero es el inicio de las fiestas de carnavales en casi toda América del Sur, famosos son los de Brasil, Montevideo en Uruguay u Oruro en Bolivia, sin embargo en Chile a diferencia de America Latina la tradición de carnavales no está muy desarrollada, quizás desde que O’Higgins los prohibiera. Una excepción es la Cuenca del Carbón, en donde se desarrolló una tradición de mucho arraigo popular, las «Challas de Agua». En cada ciudad, barrio, campamento o caleta pesquera circunscrita a este región se desarrolló esta festividad que coincide con las fechas de carnavales (ligada a historia de los afroamericanos y la esclavitud) pero que deriva de una palabra quechua: Challay (rociar). Aunque cómo y dónde pudo haber surgido esta fiesta, es algo sobre lo que sólo podemos especular.
Cada 2 de febrero niños, hombres y mujeres, desde primeras horas de la mañana y hasta que sonaran las sirenas de los bomberos al mediodía, salían a las calles a lanzarse agua, nadie estaba libre de ello, ni autoridades, ni policías, ni el transporte público. Incluso en dictadura, la gente se atrevía a mojar a los carabineros, que en esos años adquirieron ínfulas de autoridad a partir del temor infundidos por sus crímenes tras el golpe militar de 1973.
La historia del carbón, estuvo siempre asociada al norte del país, en Lota Alto existe un Barrio Fundición, porque allí habían fundiciones de cobre, también durante el desarrollo del movimiento obrero fue fluida la comunicación y el tránsito entre la zona del carbón y las ciudades y campamentos del norte salitrero (Recabarren recorría ambas zonas en numerosas oportunidades).
Otra de las fiestas del carbón, eran las ramadas en Playa Blanca después de año nuevo, que festeja precisamente la liberación de Recabarren, detenido en Curanilahue, pues en esta playa por un grupo de mujeres que bloqueó la linea férrea exigiendo su libertad.
Si bien con la dictadura se vieron disminuidas las expresiones de cultura obrera, las fiestas, y el uso de espacio público en general, las Challas se siguieron realizando con importante masividad. Pero lo que no logró ni el terror de la dictadura, lo consiguieron los gobiernos postdictadura: con la privatización de las empresas sanitarias, el agua adquirió un costo que golpeó duramente el bolsillo de estas comunidades, subiendo el precio y con una boleta mensual, en lugar de cada dos meses como era hasta entonces, además, el desierto verde de pinos y eucaliptus que también vio una expansión sobre todo Nahuelbuta fue secando las fuentes naturales de agua. El liberalismo fue más brutal que la propia dictadura en el plano cultural, el individualismo promovido por el sistema comenzó a terminar con la cultura colectiva de le ex cuenca minera. El golpe fatal fue el cierre de los yacimientos mineros, principalmente el de Schwager en 1994 y Lota en 1997.
Hoy algunos municipios hacen recreación en la plaza de la ciudad de lo que fue esta fiesta, pero sin duda es sólo eso, una recreación, ya no es la cultura viva que inundó cada calle, cada plaza cada pasaje, cada barrio de esta fiesta que tanto disfrutó el pueblo minero.