Hoy se cumplen 3 años de aquel enorme 18 de octubre de 2019. Tres años en que las demandas del Estallido Social han quedado sin solución mientras la clase política se ha consolidado y hoy se regocija sobre un pueblo enfurecido, pero dormido.
Pensiones, salud, educación, desigualdad, salarios, corrupción, entre otros, fueron las fuerzas motrices de meses de movilizaciones que mantuvieron a un pueblo entero en las calles exigiendo, de una vez por todas, solución a las profundas problemáticas que les afectaban, con la determinación de incluso hacer caer al presidente Piñera.
La clase política había dejado de ser noticia, los grandes medios no podían hablar de otra cosa que no fuera el clamor popular, esta vez hecho público. La indignación fue la voraz protagonista que puso contra las cuerdas al sistema de dominación político.
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Pero las postergaciones, las traiciones, la pandemia y las elecciones hicieron que se transitara a una suerte de encausamiento institucional de la ira popular. O eso se pretendió.
Hoy, ese encausamiento no se refleja en un país distinto: las elites siguen viviendo como millonarios de Medio Oriente, mientras el pueblo sufre el flagelo de una crisis inflacionaria arrolladora. Y esta vez, sin esperanza.
Así, la clase política no interpreta al pueblo, no lo entiende ni le interesa. No lo hizo ayer ni tampoco lo hace hoy. No es así como reacciona.
Es por eso también que un Gobierno autoerigido como representante de ese 18 de octubre se ha equivocado. Porque invitar al pueblo a callarse, a manifestarse como corresponde, a respetar los códigos de la clase política, es insultarlo.
Las posibilidades de tener un Gobierno transformador, no solo en Chile, sino también en América Latina, guardan directa relación con que este gigante sea una amenaza para las elites. Y eso se hace dejándolo ser protagonista y no espectador de lo que sus presuntos representantes deben solucionar.
Resumen.