Cinco siglos después de la masacre de Noain y 75 años tras la de Gernika, los soberanistas vascos demostraron ayer en Iruñea que no solo sobrevivieron, sino que llegan al siglo XXI reforzados, seguros de que la independencia es una opción muy factible en una Europa cuyos mapas siguen cambiando.
Ramón SOLA- Martxelo DIAZ
Fue un Aberri Eguna cargado de simbología y de referencias. En primer lugar, del pasado, ya que se apoyó en las conmemoraciones de los 500 años de la conquista castellana y los 75 de los bombardeos franquistas, dos de los momentos más crudos en la historia de este país curtido en la supervivencia. También del presente, porque era la primera fiesta nacional tras la decisión de ETA que ha volcado el escenario político y porque además retornaba a Iruñea, la capital histórica de Euskal Herria. Pero sobre todo del futuro, porque los mensajes incidieron en que la independencia no es una quimera ni un objetivo en un horizonte lejano, sino algo razonable, deseable y factible para lo que cada vez hay más razones, dado que a las políticas se les suman con mucha fuerzas las económicas.
Tampoco fue un Aberri Eguna de partidos, como ha sido norma en los últimos años y décadas, sino una celebración en red: la de Independentistak, que llenó la capital navarra con sus pañuelos verdes, estrellas de ocho puntas y gritos de «Independentzia», sin duda los más coreados junto a los de «Jo ta ke irabazi arte» y «Euskal presoak etxera».
La potencia de la demanda se plasmó en una manifestación colorida, animada… y larga. De hecho, estuvo a punto de completar todo el recorrido. Cuando la cabeza de la movilización entró en el Paseo de Sarasate, punto de destino, la cola se situaba en la confluencia entre la Avenida de Baiona y Monasterio de Belate, es decir, apenas unos 300 metros más allá de la salida, fijada en los cines Golem. Traducido a cifras, unas 16.000 personas según el cálculo habitual de GARA, lo que marca una tendencia al alza tras varias ediciones en las que el Aberri Eguna había perdido afluencia, en gran parte debido al cambio en los usos sociales y la evidencia de que la Semana Santa ha pasado a ser un periodo de éxodo vacacional generalizado, también en Euskal Herria.
«Izarren hautsa» y «L’estaca»
Así que el Paseo de Sarasate se quedó muy pequeño para acoger a tal multitud. Los más rezagados tuvieron que esperar bastante para echar a andar desde los Golem, hasta el grupo abierto por los joaldunak se estiró. En cabeza, miembros de Independentistak de muy diferentes sensibilidades políticas; detrás, representantes políticos, sobre todo de la izquierda abertzale, EA y Aralar, al igual que el diputado general de Gipuzkoa, Martin Garitano; y a continuación, miles y miles de independentistas con ikurriñas, banderas navarras, arrano beltzak, y otras enseñas de países que comparten batalla: Sáhara, Palestina, Galicia, Països Catalans…
La comitiva se puso en marcha a los sones de un «Hator, hator» entonado por txistularis; fue solo uno de los detalles que recordaban que no todos los independentistas estaban en Iruñea y que se echaba en falta a presos y exiliados.
A la movilización no le faltaron músicas precisamente: si unos manifestantes se arrancaban con el «Ikusi mendizaleak», otros más allá optaban por «Egun da Santimamiña». El acto final se abrió con el himno de Nafarroa y se cerró con el «Eusko Gudariak». Entre medio, un canto a la persistencia y la continuidad de este viejo país que quiere ser nuevo estado: «Izarren hautsa». Otro más dedicado la independencia, que llevaba consigo un guiño añadido a Catalunya: «L’Estaca», entonado en euskara y catalán. Se disfrutaron también los bertsos de Julio Soto llamando a coger las agujas y tejer la independencia con los cientos de hilos que ya existen, y los de Alaia Martin recordando a Arnaldo Otegi y animando como él a «sonreír, porque ya estamos ganando».
Con dos navarros, uno de Tafalla (Floren Aoiz) y la otra de Ortzaize (Mailys Iriart), como conductores, el acto final resultó ameno, de nuevo con momentos para el pasado, el presente y el futuro. Ruidos de cañones y bombas recordaron primero aquellas tragedias de 1512 y 1937. Se oyó a Fadrique Álvarez de Toledo, duque de Alba, exigir la rendición a los navarros, y al al narrador del NO-DO intentar echar la culpa de la destrucción de Gernika a los «dinamiteros». «Mentiras, siempre mentiras» acompañando a cada ataque, recordaron Aoiz e Iriart.
Pero tras la muerte, siempre la vida floreciendo en este país. «Gu sortu ginen enbor beretik sortuko dira besteak», se coreó con ganas. Para entonces caía un pequeño chaparrón que no amilanó a nadie. «No nos hemos reunido para alabar lo que fuimos, sino para reivindicar lo que queremos», explicó Iriart. Recordaron que Euskal Herria no esta sola en este viaje: Escocia, Flandes, Islas Feroe, Groenlandia, Cerdeña, Córcega, Quebec, Galicia, Palestina, Kurdis- tán, Irlanda, Catalunya… Luego Verónica Domingo, argentina de origen y vasca de adopción y convicción, añadió que no solo quienes viven en Euskal Herria participan de esa lucha. Se encargó de lanzar un abrazo a todos los que, por todo el planeta, extienden «el nombre y la esencia de Euskal Herria» (izena eta izana). Domingo evocó dos canciones de su país: el himno argentino que saluda la independencia frente a España con su «oíd el ruido de las rotas cadenas» y el canto popular de Jorge Cafrune a la «estrella» de la esperanza. Esa estrella que, según apuntaría Txutxi Ariznabarreta, brilla ya en el amanecer vasco.
Al portavoz de Independentistak le tocó profundizar en los argumentos, y resumió cinco, a cual más contundente. En primer lugar, dijo, la independencia «es factible, no es una quimera ni una locura». También «nos conviene. Con ella Euskal Herria gana, gana democracia, gana una república, gana justicia social, gana solidaridad con el resto del mundo…» Además, «es necesaria para hacer frente a los retos actuales», afirmación que completó con esta pregunta: «¿Quién nos ha metido en esta burbuja que revienta? Lo ha hecho sin tener en cuenta a Euskal Herria». En cuarto lugar citó que la independencia «es una decisión democrática, no es una imposición». Y como colofón remarcó que es una fórmula que «avanza en el mundo».
«Sí, nos vamos, nos vamos de España y de Francia, donde nunca nos han preguntado si queremos estar», dijo Ariznabarreta en sus dos lenguas, para que le entendieran mejor. «No será fácil, pero sí, nos vamos», añadió. Y acabó así su discurso: «Se lo debemos a quieren defendieron la independencia de Navarra, a quienes sufrieron el bombardeo de Gernika, a quienes han sufrido todos los ataques de España y Francia, a todos los que han alimentado el sueño de la libertad [punto en el que fue interrumpido con muchos aplausos y nuevos gritos por los presos]. Pero sobre todo nos lo debemos a nosotros, porque es la mejor opción». Para entonces la lluvia había cesado y el sol pugnaba por salir para terminar de alegrar la fiesta independentista.