La disminución del tiempo destinado a las labores de subsistencia ha marcado las reivindicaciones de la clase trabajadora, sin embargo el incremento de la informalidad laboral, la ausencia de una legislación que establezca garantías contractuales y salarios que aseguren una distribución de la riqueza producida por las y los trabajadores, genera un contexto en que el derecho al ocio está casi fuera de lugar y la denominada «pobreza de tiempo» resulta una noción extraña.
Aniceto Hevia / resumen.cl
El Día Internacional de las y los Trabajadores se conmemora en homenaje a quienes sufrieron la represión y la muerte en el contexto de las protestas posteriores al 1 de mayo de 1886, cuando obreros de la ciudad de Chicago iniciaron una huelga que se extendió "de costa a costa" en Estados Unidos exigiendo reducir la jornada laboral a 8 horas, para así disponer de 8 horas de sueño y otras 8 de recreación. Esta paralización no fue la primera demandando la reducción de jornada laboral. El periodista Camilo Taufic en su CR"NICA DEL 1 DE MAYO. Los ahorcados de Chicago, señala:
«La primera huelga brotó, sesenta años antes de los sucesos de Chicago, entre los carpinteros de Filadelfia en 1827 y pronto la agitación se extendió a otros núcleos de trabajadores. Los obreros gráficos, los vidrieros y los albañiles empezaron a demandar la reducción de la jornada de trabajo, y quince sindicatos formaron la Mechanics Union of Trade Associations de Filadelfia. El ejemplo fue seguido en una docena de ciudades; por los albañiles de la isla de Manhattan; en la zona de los grandes lagos, por los molineros; también por los mecánicos y los obreros portuarios.
En 1832 los trabajadores de Boston dieron un paso adelante en sus demandas y se lanzaron a la huelga por la jornada de 10 horas, agrupados en débiles organizaciones gremiales por oficios. Pese a que el movimiento se extendió a Nueva York y Filadelfia, no tuvo éxito».
Algunos años antes de la gran huelga del 1 de mayo, al otro lado del Atlántico, en 1883, el médico y periodista nacido en Santiago de Cuba, Paul Lafargue, firmaba, desde la cárcel Saint Pélagie de París, la reedición de El Derecho a la Pereza, un texto a través del cual denunció el recrudecimiento de la explotación humana en tanto la técnica se sofisticaba, además de reconocer el valor del ocio para la formación de una cultura de mayor dignidad y alerta ante el atrofio provocado por el trabajo en el marco del capitalismo.
El francés y masón Louis Blanc había publicado en 1849 el ensayo El derecho al trabajo y Paul Lafargue respondió a sus planteamientos, lo hizo interpelando a las propias organizaciones proletarias de su tiempo, sirviéndose también de datos recabados por su yerno Karl Marx cuando indagaba los procesos de transformación productiva en Inglaterra. El autor de El Derecho a la Pereza encuentra en la sobreproducción de bienes las causas de las crisis económicas de entonces, sin que se pudiesen comercializar, cerrándose las fábricas, generando desocupación generalizada y mayor empobreciendo en la clase trabajadora. Así lo expresa:
«Pero aturdidos e idiotizados por sus propios alaridos, los economistas responden: ¡Trabajen, trabajen siempre para crear su propio bienestar! Y en nombre de la mansedumbre cristiana, un cura de la iglesia anglicana, el reverendo Townshend, salmodia: Trabajen, trabajen noche y día; trabajando, ustedes hacen crecer su miseria, y su miseria nos dispensa de imponerles el trabajo por la fuerza de la ley. La imposición legal del trabajo «es demasiado penosa, exige demasiada violencia y hace demasiado ruido; el hambre, por el contrario, es no sólo una presión apacible, silenciosa, incesante, sino que, en tanto el móvil más natural del trabajo y de la industria, provoca también los esfuerzos más poderosos».
Trabajen, trabajen, proletarios, para aumentar la riqueza social y sus miserias individuales; trabajen, trabajen, para que, volviéndose más pobres, tengan más razones para trabajar y ser miserables. Tal es la ley inexorable de la producción capitalista.
Prestando oído a las falsas palabras de los economistas, los proletarios se han entregado en cuerpo y alma al vicio del trabajo, precipitando así a toda la sociedad en las crisis industriales de sobreproducción que convulsionan el organismo social. Entonces, debido a que hay una plétora de mercancías y escasez de compradores, los talleres se cierran y el hambre azota las poblaciones obreras con su látigo de mil tiras. Los proletarios, embrutecidos por el dogma del trabajo, no comprenden que el sobretrabajo que se infligieron en los tiempos de pretendida prosperidad es la causa de su miseria presente [...]
En vez de aprovechar los momentos de crisis para una distribución general de los productos y una holganza y regocijo universales, los obreros, muertos de hambre, van a golpearse la cabeza contra las puertas del taller. Con rostros pálidos, cuerpos enflaquecidos, con palabras lastimosas, acometen a los fabricantes: «¡Buen señor Chagot, dulce señor Schneider, dénnos trabajo; no es el hambre sino la pasión del trabajo lo que nos atormenta!». Y estos miserables, que apenas tienen la fuerza como para mantenerse en pie, venden doce y catorce horas de trabajo a un precio dos veces menor que en el momento en que tenían pan sobre la mesa. Y los filántropos de la industria aprovechan la desocupación para fabricar a mejor precio».
Este exceso de producción sería una de las causas que explicaría la puesta en marcha de campañas coloniales. Si bien Lafargue enfatiza en la necesidad de comercialización de estas mercancías no vendidas en Europa, también podemos considerar los requerimientos de materias primas como otra razón de estas empresas. Desde la perspectiva del autor, se trataría de generar en estas colonias una casta de individuos adeptos y consumidores de sus productos.
«los fabricantes recorren el mundo en busca de salida para las mercancías que se amontonan; obligan a su gobierno a anexar el Congo, a apoderarse de Tonkin, a demoler a cañonazos las murallas de la China, para esparcir allí sus telas de algodón. En los siglos pasados, hubo un duelo a muerte entre Francia e Inglaterra para definir quién tendría el privilegio exclusivo de vender en América y en las Indias. Miles de hombres jóvenes y fuertes enrojecieron los mares con su sangre durante las guerras coloniales de los siglos XVI, XVII y XVIII.
Los capitales abundan tanto como las mercancías. Los rentistas ya no saben dónde ubicarlos; van entonces a las naciones felices que se tiran al sol a fumar cigarrillos, para construir líneas férreas, levantar fábricas e importar la maldición del trabajo. Hasta que esta exportación de capitales franceses se termina una mañana por complicaciones diplomáticas; en Egipto, Francia, Inglaterra y Alemania estuvieron a punto de tomarse de los cabellos para saber a qué usureros les pagarían primero..»
Es el desarrollo de la técnica, que al no estar bajo control político de la clase trabajadora, se vuelve en su contra, exacerbando su explotación y embrutecimiento.
Varias décadas han pasado desde la publicación este opúsculo. Actualmente, en Chile se comienza a debatir la posibilidad de disminuir de 45 a 40 horas semanales la jornada laboral, no obstante su establecimiento no asegura un mayor goce de tiempo libre por parte de los y las trabajadoras del país. De acuerdo al informe Los Verdaderos Sueldos de Chile (Septiembre, 2021) de Fundación Sol, el 50% de las y los trabajadores chilenos gana menos de $420.000 y 7 de cada 10 trabajadores/as menos de $635.000 líquidos, mientras que sólo el 20,4% gana más de $850.000 líquidos. Junto con ello, el 82,4% de las mujeres que tienen un trabajo remunerado gana menos de $850 mil líquidos. En referencia al salario mínimo, en un reciente documento, ha indicado que el monto vigente hasta este 30 abril, de $350.000 bruto, no logra cubrir la línea de la pobreza para un hogar de 3 personas, que equivale a $419.641, pero tampoco la cubriría el salario mínimo bruto de $400.000 establecido desde este 1 de mayo de 2022, más aún considerando los descuentos legales. En el país, 890.573 personas ganan el mínimo o menos, entre las cuales 387.353 ni siquiera reciben la gratificación establecida por ley, señala el informe. Ahora bien, cabe preguntar si en un contexto de insuficiencia salarial, las personas se ven obligadas a sostener otros empleos para subsistir, ampliando ostensiblemente su jornada laboral.
Junto a esto datos, que sólo aluden a quienes laboran de manera formal, resulta perentorio considerar el incremento exponencial de los y las trabajadoras informales, es decir, que carecen de garantías contractuales y sociales en cuanto a la atención sanitaria y pensiones. Particularmente, el Boletín de Informalidad Laboral elaborado por el Instituto Nacional de Estadísticas y divulgado en noviembre de 2021, informó que la cantidad de trabajadoras/es informales en el país fue de 2.307.500 personas, lo cual representó un 27,7% del total de la fuerza de trabajo. La informalidad laboral no solo obstaculiza la posibilidad de acceder a una jornada laboral legalmente establecida, sino que en muchos casos son cuentapropistas, dependiendo exclusivamente de sí mismas para subsistir.
El problema del tiempo para sí, recrudece en el caso de las mujeres. El estudio No es amor, es trabajo no pago de Fundación Sol consignó que la pobreza de tiempo, o sea, bajo estándares mínimos de uso de tiempo que contemplan la realización de actividades básicas de autocuidado, afecta en mayor medida a mujeres que a hombres. Junto con ello, se indica:
«Las mujeres, en el ciclo de inicio de familia (con niñas y/o niños entre 0 y 6 años), dedican en promedio 70 horas semanales al trabajo no remunerado. Una cifra elevada si la comparamos, por ejemplo, con la máxima jornada laboral legal de 45 horas, y con las 31 horas semanales promedio que realizan los hombres en los hogares que se encuentran en la misma etapa del ciclo.
La alta carga de trabajo se manifiesta, incluso, en segmentos etarios avanzados. Particularmente, llama la atención la carga semanal de trabajo que presentan los/as adultos/as mayores en el país. Las mujeres mayores de 66 años están trabajando 59 horas a la semana, mientras que los hombres lo hacen en 52 horas.»
El derecho al ocio y la superación de la pobreza de tiempo constituyen propósitos determinados por diversos factores, marcados por la prevalencia de la vida humana ante la acumulación de capital. En este sentido, en la Convención Constitucional se han plasmado avances cristalizados en el derecho a huelga (hoy reducida a la ineficacia con la imposición de «servicios mínimos» que no se pueden interrumpir) y el derecho a la negociación colectiva, asegurando que «corresponderá a los trabajadores y trabajadoras elegir el nivel en que se desarrollará dicha negociación, incluyendo la negociación ramal, sectorial y territorial», posibilidad absolutamente excluida en la legislación actual. De hecho, los gremios que han practicado la negociación ramal, por ejemplo, la han puesto en marcha por la fuerza de su presión y al margen de la ley (el caso de los trabajadores portuarios). Como siempre ha ocurrido, las y los trabajadores organizados serán quienes determinen su presente y futuro.
Imagen extraída de dt.gob.cl