Detrás del escándalo causado por las denuncias de Edward Snowden vamos a encontrar corporaciones militares y la corrupción de funcionarios del gobierno de EEUU: es importante recordar que el exanalista fue contratado por una empresa conocida como Booz Allen Hamilton y conocer cómo pudo este grupo penetrar la Agencia de Seguridad Nacional (NSA por sus siglas) es tan importante como saber cuál es el propósito de recopilar información de las redes de telecomunicaciones en todo el mundo. No se trata de una indagación incauta.
La descripción de Booz Allen Hamilton requiere una enciclopedia indexada, pero sus elementos centrales se resumen en sus propietarios, que sobresalen por constituir un eje de poder sin precedentes que aprovecha la globalización para expandirse e interferir con negocios de seguridad en Europa, Medio Oriente, América Latina y Asia.
El principal dueño de Booz Allen Hamilton es el Grupo Carlyle, que también maneja Dex Media, Freescale Semiconductor, el fondo de imágenes de Getty, Dunkin ‘Brands, HCR Manor Care, Kinder Morgan, la empresa Hertz, Nielsen y también United Defense. En total, los datos oficiales apuntan a que administra 1.570 millones de dólares en 101 fondos y 64 fondos de vehículos. Esta firma temible emplea a 650.000 personas y dispone de 1.500 socios en unos 80 países estratégicos donde ha elaborado una política de circuitos financieros donde lo privado y lo público apenas se distingue.
En general, el intocable Grupo Carlyle se ha ramificado en áreas de defensa y servicios gubernamentales, aeronáutica, ciberseguridad, venta y mercado de productos, publicidad, aseguradores médicas, telecomunicaciones, empresas multimedia, transportes en 32 países y en seis continentes que la convierte a la firma en 2013 en la tercera de mayor rango del mundo.
De las inversiones inmobiliarias Carlyle Grupo se ha adelantado a la crisis general asumiendo casi 600 edificios, centros comerciales, lujosas mansiones, casas, pisos, galpones, instalaciones, gigantescos complejos industriales que no siempre utiliza. Anticipándose a la crisis de 2012-2103, el Grupo Carlyle adquirió Alpinvest, una super-plataforma de gestión activos para comprar acciones de capital en mercados riesgosos, moderados y con problemas sociales en proceso. Asimismo, hizo una pequeña apuesta a las energías sostenibles ante el agotamiento del petróleo mundial en 60 años.
El Grupo Carlyle, como es habitual en su estilo, mantiene discreción porque ha corrompido de tal modo el poder público que no tiene por qué preocuparse de una investigación que concluirá en una comisión del Congreso que la absolverá porque la mayoría de los políticos participan en las ganancias de este tipo de proyectos. Una llamada bastaría para poner en su sitio la insolencia de algún congresista rebelde.
Un antiguo asesor de Jimmy Carter, el millonario David Rubenstein, dirige el grupo Carlyle con la imagen de un hombre noble, filantrópico, pero no debe olvidarse que el inventor de la dinamita financió el Premio Nobel de la Paz que ahora tanto se celebra. De los cientos de asesores que han pasado por el Grupo Carlyle vale la pena destacar a George Bush padre, el mismo que hizo la primera guerra de Iraq y fue el Director de la CIA en los tiempos de Ronald Reagan; también estuvieron el polémico John Major y Frank Carlucci, quien fue Secretario de Defensa de Reagan, de modo que todo queda en casa. Nuevas caras logran distinguirse porque pelean una mínima posición en esta rapiña.
Para aumentar su influencia sobre Washington, el Grupo Carlyle decidió aventurarse y adquirir el lado visible de Booz Allen Hamilton, la competencia de SAIC o la Corporación Internacional de Ciencias Aplicadas que trabaja en conjunto con la NSA y desde su central de operaciones en Virginia maneja 11.229 millones dólares en contratos. La competencia entre las grandes corporaciones es una guerra despiadada que utiliza el estado para fortalecer sus intereses. En esa pelea hay que contar con muchos grupos como la Lockheed Martin, que obtiene el 80% de sus ganancias del sector militar, la Corporación Northrop Grumman que se ocupa del área aeronáutica, ciberseguridad e inteligencia o el Centro de Análisis Incorporado de California o CACI, que salió a la luz pública cuando se descubrió que los interrogadores que torturaban en la prisión iraquí de Abu Ghraib estaban al servicio de esa firma.
Dentro de este escenario, Booz Allen Hamilton se disputa el presupuesto militar que le permite obtener el 99% de sus ingresos repartidos en distintos segmentos: unos 132 millones de dólares en el Departamento de Veteranos de Guerra en Defensa, 156 millones con el Departamento de Seguridad Nacional, 131 millones con el Departamento del Tesoro, 168 millones en el Departamento de Salud y Servicios Sociales, pero esto no es nada. Su mayor fuente de financiamiento es Defensa, donde maneja 3.3 billones de dólares en contratos que van desde el aporte de helicópteros hasta programas sensibles de intercepción de telecomunicaciones en todo Internet.
El grado de complicidad entre militares y contratistas es más escalofriante. James Woolsey, que fue el Director de la CIA durante la presidencia de Bill Clinton estuvo como vicepresidente de Booz Allen Hamilton; y el periódico New York Times ha revelado que Mike McConnell, quien era el Director Nacional de Inteligencia de George Bush hijo, ahora es el Vicepresidente de la corporación. Pero el caso de McConnell es insólito: Director la NSA entre 1992 y 1996, luego pasa a Booz Allen Hamilton donde se mantiene entre 1996 y 2006 y da el salto al poder total en 2007, con una labor de inteligencia que intentó doblegar a las agencias a la sumisión a sus políticas de reforma.
Al parecer, el sistema funciona como sigue: el estado paga el entrenamiento y adiestramiento del personal, arriesga el dinero de los contribuyentes en misiones no siempre legales, y finalmente las corporaciones eligen a algunos oficiales con acceso a las asignaciones presupuestarias y apoyo político como candidatos para integrar sus directorios. Este círculo vicioso aniquila candidatos o los postula para las comisiones de Inteligencia del Senado.
En la lógica corporativista militar se produce el contagio porque la autoridad política sucumbe a la presión de la demanda por la transferencia de intereses invertidos: la condición reguladora del Estado pierde su condición espontánea y la corporación condesciende a disminuir la regulación ciudadana hacia el autoritarismo porque sus intereses se mueven en la misma dirección de beneficios y riesgos.
A diferencia de otras épocas, las corporaciones ya no separan sus presupuestos privados de los públicos, salvo cuando se trata de ganancias. Crean estructuras piramidales para poder articular los canales de mando, que acaban por formalizarse en nodos territoriales subsidiarios. Control sobre el control. Control de gobiernos, control de ciudadanos, control institucional, administración de la gran base de datos colectiva.
Por eso, y digo esto para cerrar, es que no debe nunca dejar de asombrarnos que un hombre tan joven como Snowden haya tenido el coraje de denunciar ante el mundo esta estructura colosal que es Booz Allen Hamilton, el talón de Aquiles financiero de la inteligencia y contrainteligencia militar de una superpotencia nuclear.
Fernando Báez es autor de «El saqueo cultural de América Latina» (2010)