Cuando las personas comenzaron a vender su mano de obra, lo único que tenían, a un capitalista, es decir, a un hombre que poseía suficiente dinero para instalar una fábrica, dinero habido por vías tan diversas como la venta de bienes raíces o producto del expolio de alguna comunidad campesina indígena en Europa o América es que el mundo comenzó a asemejarse a lo que hoy conocemos.
Las personas han perdido libertad en el transcurso del desarrollo del capitalismo, a cambio de aumentar sus posibilidades de sobrevida, todo ello a la par de la emergencia de la ideología de la modernidad. Ya las fábricas textiles de Flandes en el siglo XIV son contemporáneas a las obras de los florentinos que hacían aparecer al hombre y sus deseos tras largos siglos supeditado a la omnipresencia de dios, abriendo la posibilidad a reconocer el mundo ahora desde la mirada humana: capitalismo y humanismo están unidos desde ese momento. El capitalismo aprovechará la aparición del humanismo en cuanto entenderá que la dominación de los sujetos a través de sus necesidades le permitirá su desarrollo exponencial, por lo tanto hay una cosmovisión del mundo que se estructura en un proyecto histórico que marcará las vidas de millones de seres por siglos.
En ese intertanto aparecen nuevas formas de relación, dadas por esa nueva ideología en el mundo occidental, a eso más tarde se le llamará modernidad, sí, la misma palabra que denota lo mejor y bueno que de la vida se puede esperar. Las formas de relación social como el amor, la amistad, la juventud o el poder, por dar algunas de las construcciones humanas estudiadas por la historiografía en las últimas décadas, modifican su carácter en este nuevo mundo moderno.
La nuevas relaciones modernas implicarían la emergencia de otras identidades y nuevas formas de canalizar los deseos y necesidades humanas, surgen el matrimonio y la familia tal y como hoy las conocemos, con ello el trabajo se convierte en la extensión económica de esa compleja estructura matrimonial familiar; firme el patriarcado, fue responsabilidad del hombre proveer a través de la venta de su fuerza de trabajo los bienes que el mercado ofrecía y que permitía reproducir esa sociedad, preparando nuevos brazos para el sistema productivo y nuevas reproductoras de esos brazos.
Todo ello implicó una organización social que se fue afianzando cada vez de mayor y mejor manera, en la medida en que el capitalismo afinó sus mecanismos y desenvolvió sus capacidades productivas; gracias a esa inmensa acumulación se pudo desarrollar la tecnología y la ciencia, haciéndolo más eficiente aún, pero implicando necesariamente, el sometimiento absoluto de los sujetos a ese proyecto.
El ocio tan apreciado en las culturas latinas e indígenas de América, fue rápidamente reprimido y estamos tentados a creer que fue colocado en el terreno de la utopía, del futuro por venir en cuanto alcanzáramos el desarrollo y se abriera la ilimitada senda del progreso. Muchos caminos progresistas y socialistas también coincidieron con esa mirada.
El ocio entonces quedó postergado y negativizado en el devenir del tiempo, postergado en cuando esa visión lineal y finalista del progreso, también fue negativizado para neutralizar las resistencias de quienes no aceptaron ese proyecto y quedaron marginalizados, como ocurrió en Europa hasta el siglo XIX, en América fue un discurso que se etnizó, en cuanto los indios flojos o los negros parranderos, los que no querían trabajar fueron asociados a ese concepto, eran ociosos en cuanto grupos y sujetos sin conciencia de la modernidad, bárbaros en la visión liberal de Sarmiento.
Cuando los trabajadores, aquellos que aceptaron el proyecto del capitalismo, ya porque no les quedaba otra o porque vieron en ello la posibilidad de sobrevida, desarrollaron proyectos liberacionistas, ya de carácter socialista, comunista o anarquista, lo hicieron reivindicando aspectos esenciales del ocio en su concepción más latina: la cultura, la diversión y el deporte, alimentar el cuerpo y la mente, así como experimentar el placer a partir de los sentidos, como lo habían experimentado y explicado los griegos hace siglos atrás.
Hoy vemos que el ocio se ha convertido en una negación del mismo, el capitalismo ha entrado a mercantilizarlo y segmentarlo, creando productos que vienen a dejar preparado, tal cual comida congelada, cómo y qué debemos consumir para divertirnos o culturizarnos, utilizando esos dispositivos para aumentar la hegemonía de la ideología dominante, tal cual lo comprendió Gramsci.
El ocio subjetivo debe ser reivindicado como parte de los derechos de los trabajadores, derecho en cuanto es una parte de la vida que se le ha arrebatado por tener que dedicarle demasiado tiempo a producir, espacio que han tenido que asumir también las mujeres, debido a la necesidad ingente del capitalismo por acumular más capital, en pos de una competencia feroz, toda vez que los grupos trasnacionales no tienen ningún control, como si lo tenían en el período fordista, cuando los estados nacionales o imperiales si podían hacerlo.
El ocio es un derecho de los trabajadore/as porque significa conquistar nuestro espacio mental y físico con nuestro cuerpo, hasta ahora secuestrado por el capital. A través del dominio de nuestro tiempo y espacio, el trabajo obliga a estar en un lugar (el computador también cuenta) durante un lapso de tiempo que es determinado por quien detenta el poder.
El ocio es un derecho que poco a poco vamos descubriendo como la esencia del ser humano/a, es además todo un territorio por descubrir e inventar, lejos de los objetos que nos venden en forma de televisión, videojuegos, gimnasios, internet; cruzado además por la capacidad de pago, el ocio gratis es hegemonista y el acceso a la alta cultura requiere de más dinero, lo que también pone en entredicho su criticidad.
Tal vez y aludiendo a esos obreros/as de cien años atrás, sea el momento de volver a los ateneos y ligas deportivas, de los clubes de lecturas y sociedades de resistencia, de las escuelas libres, de las formas autoconstruídas de inventar el mundo desde los humildes, desde los dueños solamente de sí mismos.
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