En medio del ruido propio del centro penquista, un sonido disputa por escucharse. El volumen no lo ayuda, una micro o el erupto de un carro policial lo pueden diluir en ese mar de ruidos. La disputa de este sonido expresa la pugna de sus autores, por seguir haciendo música.
Muchos de los que pasan frente a los músicos callejeros, no se quedan a escuchar, pero lo que alcanzaron a oir les basta para creer que es necesario que sigan y gracias a eso, lo han hecho. Resumen conversó con Doris Diaz, Manuel Flores y Alejandra Rojas, quienes tocan música barroca en la calle O’higgins y nos hablan de sus intentos por hacerse escuchar.
No pasan los veinte años y su formación inicial la hicieron en el conservatorio Laurencia Contreras, dependiente de la Universidad del Bío Bío. Las dificultades, no coinciden con la supuesta solvencia que cualquiera podría atribuir a una universidad del Estado, de hecho tuvieron que dejar de asistir a éste luego de que les aumentaran los aranceles que terminaron siendo impagables.
Las dificultades de los músicos para poder serlo radica en lo económico. Doris explica, «el estado impulsa varios proyectos de orquesta y está lleno de orquestas chicas y que de ahí salimos todos nosotros», pero para después no hay financiamiento que permita seguir desarrollando las capacidades adquiridas. Alejandra cuenta que «nuestro profe ha hablado con el Seremi de cultura y nos ha dicho que nos van a ayudar con proyectos, pero nunca nos han aprobado uno. Nunca nos han ayudado. Incluso a nuestro profe que es super conocido, nadie lo ayudó, porqué nos ayudarán a nosotros».
Doris retoma «es triste porque nosotros conocemos a varios compañeros que empezaron a nuestra misma edad y dejaron de tocar, por lo mismo, estaban en un conservatorio y no pudieron seguir porque no tenían plata y tuvieron que devolver los violines o cualquier otro instrumento porque no eran de ellos. Son talentos, que por plata, se dejan».
Está claro que, por parte del Estado, la música no tiene prioridad y valdría la pena preguntarse qué áreas lo tienen. La no mediación del Estado, abre a los músicos, al igual que a oficiantes de otras artes, el desafío de buscar organizadamente la menera de entrar en la comunidad, poder defenderse mutuamente y arrancarle conquistas a un Estado que pareciera convertir en favor, lo que es su deber.