En los días que siguieron el desastre de la planta en Fukushima, el lobby pro-nuclear dio un giro positivo a las malas nuevas.
Se dijo entonces que si la planta había resistido un terremoto de 9 grados, eso significaba que la tecnología nuclear era realmente segura. Seguía después una retórica sobre cómo el tsunami había rebasado todas las predicciones y que habría que tener cuidado con el diseño y localización de nuevas plantas, etcétera. Pero el mensaje era claro: no había por qué sobredimensionar el «episodio» y que el renacimiento de la industria nuclear continuaría.
Hoy tenemos datos frescos desde Fukushima que desmienten todo lo anterior. El 24 de mayo el operador de la planta de Fukushima admitió que en tres de los seis reactores de la planta se produjo la fusión del núcleo. TEPCO, el operador de la planta, había reconocido en abril que eso había ocurrido en la unidad 1, pero ahora tenemos confirmación de lo mismo en otros dos reactores.
Ésta es una noticia de primera magnitud. Sin embargo, a dos meses de distancia del terremoto y cuando la crisis es parte del paisaje, ha pasado casi desapercibida en los medios. A TEPCO le funcionó bien el encubrimiento de las malas noticias.
La fusión del núcleo de un reactor es el accidente más grave porque las barras de combustible se funden y normalmente se precipitan al fondo de la vasija del reactor. Ésta puede dañarse, lo que permitiría la liberación de una gran cantidad de material radiactivo. Es muy difícil retomar el control de un reactor que ha sufrido fusión del núcleo. La idea de cubrirlo con un domo o aislarlo con un sarcófago (como el de Chernobyl) ni siquiera es viable porque el material nuclear sigue en estado de fisión. En términos simples, el desastre en Fukushima dista mucho de estar bajo control.
Otra noticia importante: los reactores de la planta fueron dañados antes del tsunami. Es decir, el terremoto fue una causa de los problemas en por lo menos el reactor de la unidad 1 y la alberca de almacenamiento de combustible radiado en el reactor 4. TEPCO mintió desde el principio diciendo que los reactores habían funcionado bien y que las barras de control se habían insertado de manera correcta en los reactores, interrumpiendo la reacción de fisión.
Es decir, la secuencia según TEPCO fue la siguiente. Primero, el terremoto dejó indemne la integridad de los reactores. Segundo, el tsunami interrumpió el flujo de energía en la zona e inundó las salas de máquinas de los generadores de respaldo en la planta. Tercero, la pérdida de refrigerante provocó el sobrecalentamiento, la acumulación de hidrógeno y las subsiguientes detonaciones en las unidades 1, 2 y 3. Ahora sabemos que esa versión de los acontecimientos es inexacta.
La orden de los acontecimientos es importante porque si las unidades de la planta fallaron debido al terremoto, la normatividad anti sísmica debe ser revisada en todas las plantas, y no sólo la relacionada con riesgos de tsunami. Las plantas existentes deben adecuarse a una normatividad más estricta y eso es un duro golpe para la industria nuclear.
Una de las implicaciones de estas dos revelaciones (fusión del núcleo y daños por el terremoto) es que los diversos sistemas de la planta sufrieron daños severos que explican la liberación al ambiente de cantidades muy importantes de material radiactivo, tanto en el mar, como en la atmósfera. Hoy se sabe que los acuíferos subterráneos corren peligro.
En materia de salud, se puede decir que Japón ha corrido con suerte. Durante las semanas más críticas del desastre, los vientos se llevaron las emisiones de materiales radiactivos hacia el Océano Pacífico. De haber cambiado de dirección, como sucede con cierta frecuencia, los meandros de la nube radioactiva habrían cubierto una amplia superficie del norte de la isla de Honshu, dejándola inhabitable por décadas. «Estuvimos a un paso de perder el norte de Japón», dicen algunos.
En el futuro escucharemos voces en el sentido de que en el desastre en Fukushima no se perdieron muchas vidas. No hay que engañarse. La dirección de los vientos es la clave para explicar el aparentemente reducido número de casos fatales en este desastre. Es decir, la casualidad (o la suerte si usted prefiere) es la explicación, no la seguridad de la tecnología nuclear. Además, la diseminación de material radiactivo en una zona de hasta sesenta kilómetros alrededor de Fukushima significa que mucha gente fue expuesta a dosis inaceptables de radiactividad. Es evidente ahora que Fukushima es Chernobyl con esteroides, como dice Arnie Gundersen, ingeniero nuclear y fundador de la consultora Fairewinds Associates (www.fairewinds.com).
Esta semana en Bonn se reanudan las negociaciones sobre el régimen global de cambio climático. La acumulación de gases invernadero no se detiene. Pero la opción nuclear es claramente inviable, a pesar del encubrimiento de la triste verdad de Fukushima por parte de la industria nuclear y sus agencias regulatorias.
La Jornada