Afirman sus adeptos que la Teología de la liberación es más actual que nunca. A pesar de que las situaciones que la motivaron, como el intrusismo estadounidense en los gobiernos latinoamericanos o la propagación de las tesis marxistas entre los clérigos de un pueblo oprimido durante siglos quedaron atrás, su ideología parece haber madurado al compás de un mundo con un abismo cada vez mayor entre ricos y pobres.
El Vaticano, con el primer papa Francisco a la cabeza (referencia a Francisco de Asís, que eligió renunciar a las propiedades materiales y vivir en la más estricta pobreza) se acerca cada vez más esta ideología, que defiende que las necesidades de los desamparados deben tener prioridad sobre las de la Iglesia como institución. La audiencia personal de Francisco con Gustavo Gutiérrez, considerado el padre de la Teología de la Liberación, en septiembre de 2013, fue un rayo de esperanza para sus seguidores. Esperanza que se confirmó este lunes con el perdón papal a Miguel D’Escoto, ministro de exteriores de Nicaragua durante el Gobierno sandinista.
«Es un acercamiento a estos teólogos y teólogas, muy perseguidos por los dos anteriores papas, que muestra que la actitud de Francisco es diferente», afirma Juan José Tamayo, uno de los principales adeptos españoles de esta ideología y director de la cátedra de Teología de la Universidad Carlos III. «No puede ser considerado un teólogo de la liberación --aclara en en una conversación Público-- pero está muy influido por la corriente argentina, una vertiente de la Teología que reconocía una importancia especial dentro de sus análisis al concepto de ‘pueblo’, considerado desde el punto de vista cultural, mientras que la otra corriente, la mayoritaria dentro de la Teología de la Liberación, acentuaba más el componente ‘clase social’ y la realidad económica como elemento a denunciar».
La Teología de la Liberación tuvo su auge en los años sesenta y setenta del pasado siglo en América Latina. Conectando el servicio al pueblo con la política, numerosos eclesiásticos participaron en movimientos de revolución y emancipación nacional, para después ocupar puestos de relevancia en los nuevos gobiernos. Fue el caso de D’Escoto. «Aceptó participar en el Gobierno sandinista porque era posiblemente la persona más adecuada, viene de una familia de diplomáticos y es una persona con gran capacidad de diálogo», explica Leonardo Boff, otro de los más destacados teólogos de la liberación, sobre el religioso de 81 años nacido en Estados Unidos.
Tanto Karol Wojtyla como Joseph Ratzinger, anteriores cabezas de la Santa Sede, castigaron duramente a los teólogos de la liberación, cercenando la propagación de esta ideología. La primera reprobación llegó cuando Juan Pablo II, que llegó a manifestar que la liberación era «necesaria» para la Iglesia, increpó severamente a Ernesto Cardenal, monje y ministro nicaraguense, cuando éste le recibió arrodillado en una visita al país del entonces papa. Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (nombre actual del órgano inquisitorial de la Iglesia) antes que papa, manifestó que las «consecuencias» de la Teología de la liberación, «hechas de rebelión, división, ofensa y anarquía», aún se hacen sentir, «creando gran sufrimiento y grave pérdida de fuerzas vivas».
La sombra de la ideología comunista preocupó tanto a Juan Pablo II como a Benedicto XVI. El primero fue clave en la caída de la Unión Soviética. «Juan Pablo II nunca se liberó de su obsesión por el comunismo, cosa que podemos comprender por su situación en Polonia», sostiene Boff en declaraciones a Público. Tanto él como Juan José Tamayo fueron castigados por la Santa Sede por su cercanía con las tesis de la liberación. Sin embargo, el teólogo brasileño explica que los religiosos que participaron en los gobiernos de izquierdas latinoamericanos «no buscaron el poder sino el servicio al pueblo».
«El gran problema de América Latina no era el marxismo sino el capitalismo salvaje y las dictaduras militares que oprimían a todos», opina Boff, que asegura que aunque «la Teología de la liberación no es tan visible como cuando era polémica», eso «no quiere decir que esté ausente». De hecho, la crisis económica ha renovado la vigencia de sus teorías. «Es una Teología viva, especialmente como Teología de referencia de los grupos de base, de los grupos protierra, techo, derechos humanos, indígenas o mujeres», prosigue, destacando su presencia en África o Asia, además de en America Latina y países «del Primer mundo».
Las tesis de la liberación, opuestas al modelo de desarrollo capitalista, han encontrado un aliado en la cabeza de la Santa Sede en un momento inesperado. Tras dos papas que defendieron la ortodoxia, la primera encíclica de Jorge Bergoglio condenó el «capitalismo sin restricciones» como «una nueva tiranía» motivada por el «ideal egoísta».
Algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando», escribía Francisco en 2013.
Si Francisco continúa con los perdones papales a los teólogos de la liberación, «se podría empezar a hablar del encuentro entre el Vaticano y sus teorías», expone Tamayo. Boff, por su parte, reconoce los teólogos se sienten «identificados y rescatados» en los «discursos y gestos» de Bergoglio. «Francisco es más que un nombre. Es un nuevo proyecto de Iglesia sencilla, pobre, abierta a todos y un proyecto de humanidad que busca convergencias en la diversidad, el cuidado por la Madre Tierra y la paz tan violada en tantas partes del mundo», conluye.