El último parapeto

Los patronos y sostenedores del modelo de dominación en la clase política siguen haciendo maniobras para salvar la pervivencia de su sistema. Todavía el presidente en funciones y su gobierno no terminaban de asimilar la derrota sufrida a raíz del episodio de Tercer Retiro cuando ya sus socios de la supuesta oposición se ofrecían solícitos para organizar una nueva cocina como último parapeto para cuajar artilugios legales y formales que permitan mantener las apariencias y la esencia del modelo.

La oferta de la mal llamada oposición de establecer acuerdos sobre la base de los "Mínimos Comunes" en que concordaran con el Gobierno, no es otra cosa que un desesperado intento de los dueños del poder de salvaguardar su tan rentable modelo de la arremetida social que ya no se muestra disponible a seguir siendo mansamente explotada ni se conforma con las migajas que le otorgan los administradores políticos del sistema. Plataforma de acuerdos que apunta a hacer retoques de fachada basados en concordar un ingreso solidario de emergencia, concordar mecanismos para el aumento de la recaudación fiscal, y concordar formas de generar apoyo a las pymes, al turismo y cultura.

Los acomodos y arreglos que puedan cuajarse en esta oportunidad, en la cocina de la clase política, ya no resultan suficientes ni oportunos para contener las necesidades y demandas de la población. Los anuncios de generar un "ingreso solidario de emergencia", además de ser una forma elegante de escabullir la responsabilidad de establecer una Renta Básica Universal, más parece una promesa de otro bono plagado de letra chica y de dificultades para acceder al beneficio, como ha sido la tónica de las ayudas otorgadas por el Gobierno en esta crisis sanitaria. De igual modo, se le escabulle el bulto a una real y efectiva reforma tributaria que no pase por hacer retoques ("ajustes", "modernizaciones") sino por abordar una real y profunda reforma mediante la construcción de un nuevo sistema de recaudación tributaria. Lo de las pymes, dada su condición de eslabón flexible en la economía, es usado como colchón que sirve para amortiguar todos los golpes.

Ante el vacío de poder generado por la incapacidad del gobierno en funciones, la colusión de administradores pretende hacer un pacto de gobernabilidad, proteger y mantener la institucionalidad, que parece ser el último bastión en que pueden refugiarse. Se niegan a asumir el hecho definitorio de que en octubre pasado el pueblo chileno ya decidió que necesitaba dotarse de una nueva institucionalidad, que el obsoleto y corrupto actual ordenamiento fue desechado por una categórica mayoría ciudadana.

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La crisis es terminal y definitiva. Pero los poderosos se niegan a aceptar la derrota y asumir el fracaso de un modelo tan bien montado y conservado a lo largo de 40 años de abusos. Se terminó, se acabó, y sólo resta ver cómo la sociedad chilena puede encaminarse en un genuino proceso constituyente a construir un nuevo modelo de desarrollo a partir de valores democráticos, participativos, igualitarios, justos y dignos, en donde lo central y determinante sea la preservación y continuidad de la vida, de las personas, las comunidades, el ambiente, el planeta.

El fracaso del modelo no se debe a circunstancias fatales de la humanidad, ni a una casual conjunción de críticas condiciones externas, ni siquiera a la simple sumatoria de situaciones sociales internas que se fueron acumulando a lo largo de los años. El fracaso del modelo se debe a que desde su concepción y sus orígenes ha sido basado en la explotación y en el abuso, en la opresión y desigualdad endémica que instaló, consolidó y profundizó durante décadas de dominación arbitraria. No podía esperarse otra cosa de un engendro fraguado con la bota militar, fusiles y bayonetas en ristre sobre la cabeza de un pueblo inerme, de un plan cimentado en la injusticia y diseñado con la finalidad de perpetuar la dominación de los poderosos.

Lo único que no consideraron los enfermizos cerebros de este engendro dictatorial es que los pueblos se rebelan, tarde o temprano se sacuden de los yugos y se liberan de la esclavitud de las cadenas, por muy bien amarradas que éstas hayan sido. Lo propio parece ocurrir en el presente con el menguado mundillo de predicantes y escribientes que se desvelan concibiendo estrategias para sostener la figura del decadente presidente en funciones, Sebastián Piñera, y de idear discursos para amortajar la imagen del difunto modelo. La realidad, sin embargo, no es puro verso ni paráfrasis de citas hermosas, sino que es más cruel, pero al mismo tiempo más simple y poderosa: los pueblos se rebelan ante la injusticia y tienen derecho a hacerlo.

Lo cierto y definitorio es que el sistema de dominación ideado y construido por la dictadura, sostenido y perfeccionado por los gobiernos posteriores, llega a su fin. Se acabó, se derrumbó. Fue consumido en la propia esencia de avaricia y codicia de los poderosos, y en su propia esencia de desdén y sometimiento de la población. La nueva cocina que se instala para cuidar de una difunta institucionalidad, desprovista de gobernabilidad, no es más que un último parapeto sostenido en la inercia del poder y en el peso específico de la servil represión.

Así como hace unos días, la coalición gobernante no fue capaz de asumir la realidad, y optó por intentar el salvataje del prestigio de su Gobierno, fracasando estrepitosamente en ese objetivo, en lugar de obligar a su presidente a someterse al veredicto de la propia institucionalidad que hoy pregonan, así también la mal llamada oposición repite el fracasado camino del salvataje por la mediación de la presidenta del Senado, la democratacristiana Yasna Provoste.

La clase política, en lugar de exigir la dimisión del presidente en funciones, Sebastián Piñera, y convocar a elecciones anticipadas para tratar de sanear la situación de desgobierno, opta por ir en auxilio del modelo a través de la figura del mandatario. Un nuevo chanchullo para proteger los intereses de los poderosos dado que el actual gobierno no fue capaz de hacerlo por sí solo. La gestión de Piñera resulta ser deplorable hasta para los potentados, pese a que han sido los grandes protegidos y beneficiados de ella, y recurren a los otros administradores para que ayuden a salvar el armatoste institucional.

Piñera, por su parte, se aferra a los manidos métodos del contubernio político para cocinar una nueva pantalla protectora. El mandatario en funciones es un zombie solitario en La Moneda, el que movido por su vanidad sólo puede interesarle llegar al término de su mandato legal, sin querer reconocer ni aceptar que en política no manda nada ni a nadie y solamente es un estorbo encapsulado en el palacio de gobierno.

Puede ufanarse de sus "victorias" construidas de la mano de una cruenta y criminal represión uniformada sobre la población, de las veces que hizo repintar la Plaza de la Dignidad, de las fotos que se hizo posando fatuo en la misma, del búnker metálico de cuatrocientos metros cuadrados que mandó construir para impedir el acceso del pueblo a la plaza, pero todo eso no le sirve más que para su vanagloria. Seguirá siendo amo en sus empresas, pero en política y más aún en la gestión gobernante, es un muerto andante, un zombie.

La agenda de la clase política sigue estando muy distante de la agenda de necesidades y demandas de la población. Los intentos de fraguar nuevos cocimientos y lavados del modelo son mecanismos que ya no surten el efecto adormecedor de hace unos años. Desde octubre de 2019 en adelante, reafirmado en el plebiscito de octubre de 2020, la población chilena ya evidenció que no se deja engatusar por sonrientes engaños ni se conforma con promesas vacías, sino que apunta a construir su propio programa de máximos posibles. Ese es el futuro que la población se apresta a construir desde sus propias realidades, aunque le duela a los fanáticos y fundamentalistas enquistados en la clase política y a los sirvientes administradores del modelo.

Resumen

 

 

 

*Imagen de Agencia UNO

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