Queimada y La batalla de Argel siguen siendo -al decir de Edward Said- "las dos películas de tema político más extraordinarias que se hayan hecho jamás".
Reví no hace mucho La batalla de Argel, film que dirigió Gillo Pontecorvo y que pinta con mano maestra la lucha del movimiento de liberación argelino contra el represor colonial francés. Se estrenó en 1966 y desde entonces se han producido no pocas películas de tema político -algunas en torno de personajes como Truman, Stalin o Patton, otras sobre el asesinato de Kennedy o la corrupción en la Casa Blanca-, pero con pocas excepciones, la de Ken Loach, por ejemplo, nadie osó internarse en el subsuelo de esas luchas como Pontecorvo.
El director italiano no conseguía financiación y tuvo que formar su propia compañía, la Igor Film, para acometer la empresa. La cumplió con un presupuesto de apenas 800.000 dólares. Filmada en blanco y negro con cámaras manuales, la película se asemejaba tanto a un noticiario que su distribuidor en Estados Unidos se sintió obligado a anunciarla como "una reconstrucción dramática de la batalla de Argel" y a asegurar que ni un solo centímetro de la obra era documental. Corría la década de los 60 y el film tuvo efectos. Se prohibió en Francia. Los fascistas franceses cruzaban el Canal para poner bombas en los cines donde se proyectaba. Los críticos franceses que la vieron estimaron que Pontecorvo alimentaba simpatías por el teniente coronel Philippe Mathieu, jefe de los paracaidistas coloniales. El fiscal de un proceso contra 13 miembros de los Panteras Negras que tenía lugar en Nueva York la mostró completa al jurado argumentando que los acusados la utilizaban para entrenarse en tácticas de guerrilla. Había para todos los disgustos.
La batalla... fascinó al productor yanqui David Puttnam y su éxito lo movió a pensar que Pontecorvo debía dirigir un film épico sobre la Larga Marcha que en 1934-35, bajo la conducción de Mao Tse-tung, llevó a cabo el Ejército Rojo chino. Fue -y es- un tema verdaderamente épico: 100.000 hombres partieron del sureste de China, cruzaron 18 cadenas montañosas y 24 ríos bajo el bombardeo constante de la aviación nacionalista de Chiang Kai-shek, y caminaron 10.000 kilómetros hasta instalar una base roja en el noroeste del país. Llegaron 8000, el núcleo de las fuerzas comunistas que 15 años después entrarían victoriosas en Beijin. Para convencer a varios ejecutivos de Hollywood de que Pontecorvo era el director que el film necesitaba, los invitó a una proyección de La batalla de Argel. Cuando se encendieron las luces, se retiraron sin decir una palabra.
United Artists, sin embargo, contrató a Pontecorvo para dirigir Queimada, la historia de una rebelión independentista negra en una isla caribeña bajo sujeción española. El film rebasó el presupuesto fijado y la empresa se sintió en condiciones de imponer cambios: temiendo que se prohibiera en España, tornó portugués el dominio colonial -aunque Portugal nunca tuvo posesiones en el Caribe-, exigió que se editara en un plazo de ocho semanas y cortó 25 minutos de la versión final mediante el simple procedimiento de guillotinar metros de película de la terminación de cada rollo. Aun así, Queimada y La batalla de Argel siguen siendo -al decir de Edward Said- "las dos películas de tema político más extraordinarias que se hayan hecho jamás".
Pontecorvo conocía en carne propia los avatares de la lucha guerrillera: afiliado al Partido Comunista italiano en 1940, a los 19 de edad, ingresó dos años después en la resistencia antifascista armada y terminó comandando la Tercera Brigada de partigiani que liberó Milán del yugo nazi. La película Paisà de Rossellini lo impresionó de tal modo que abandonó sus quehaceres periodísticos y fotográficos y empezó a filmar documentales en 16 mm sobre la vida de los pescadores y campesinos junto a los cuales había combatido. En 1959 dirigió Kapo, una de las primeras películas sobre la Shoah, que todavía influye en el abordaje del tema.
Esto es advertible en La lista de Schindler, con una diferencia: Kapo notiene héroes individuales, sino colectivos. Otros directores -Eisenstein, Fritz Lang, Rossellini- practicaron las escenas de masas, pero ninguno como Pontecorvo les dio a éstas el papel protagónico que tuvo el coro en la tragedia griega. Para ello prefería gentes reales en vez de extras. Ese personaje-coro reapareció en Queimada con un solo actor profesional entre sus filas, el francés Jean Martin.
Diez años después Pontecorvo dirige Ogro, film fallido sobre el atentado de la ETA que terminó con el almirante Carrera Blanco, ministro del Interior de Franco.
Y luego, el silencio. En un documental de 1990 para la TV francesa, Edward Said especuló que las preferencias de Pontecorvo -temas políticos y actores no profesionales- asustaban a los productores.
Habrá algo de eso. Y, sin duda, algo más.
Después de Ogro y de abandonar en 1975, a los dos semanas de iniciada, la filmación de Mister Klein- -no le parecía que Alain Delon tuviera el tipo de judío perseguido por los nazis en París-, Pontecorvo rechazó más de 60 guiones, 35 de ellos, propios. "Empiezo a escribir un argumento -confió a un amigo- y me entusiasmo. A los dos meses me pregunto ¿para qué hacer este film? Ahí se termina".
Tal vez se habían terminado, además, otras cosas. Preguntado por qué nadie en Italia -y no sólo- hacía películas de tema político serias, contestó: "Nuestras certeza se han disipado. Y para hacer una película épica, aunque uno esté equivocado con la idea en que se basa, es imprescindible creer firmemente en ella. Existe entonces la posibilidad de una comunicación. Hoy todo el mundo tiene dudas". Sí. Eduardo Galeano recordó esa pintada impresa en una pared de Quito que decía hace años: "Cuando tenía respuestas para todas las preguntas, me cambiaron las preguntas". Padecemos la globalización y el socialismo real se ha derrumbado. Habrá que imaginar otro.