La transformaron en incógnita
Y el álgebra cerró los ojos
Y la teoría le volvió la espalda
Molécula de tiempo
Mileva Maric
Presente en cada partícula
Que Einstein ensayó en su piel
Duele la ciencia de no ser
Y eres la única exacta
En su relativa mentira
Rosy Saez, poeta penquista
Así comienza el poema tan magistralmente escrito por Rosy Saez, quien se inspiró en nuestros «relatos de vida» para crearlo. Como organización conformada exclusivamente por mujeres dedicadas al quehacer científico, realizamos un trabajo introspectivo donde hurgamos en nuestra propia historia, en búsqueda de situaciones a lo largo de nuestra carrera (como estudiantes y/o trabajadoras) donde nos hayan violentado por el hecho de ser mujeres... TODAS tuvimos algo que contar. En nuestros relatos autobiográficos se plasman experiencias en torno al abuso de poder, al acoso y la discriminación, situaciones normalizadas por demasiado tiempo en el entorno científico, situaciones que no solo han relegado a la mujer a sitiales secundarios, sino que también se han configurado como una forma de actuar, avalada tanto por las políticas de funcionamiento de las universidades, como por las políticas públicas.
La investigación científica ha sido por siglos altamente patriarcal y androcéntrica, hecha por y para hombres. En este sentido, está muy permeada por características altamente masculinas, como son la competencia y las jerarquías de poder. Es usual percibir un sistema casi feudal en el ambiente científico nacional.
Existen científicos (en general hombres, ya que las mujeres sólo hacemos cerca del 30% de la actividad científica en Chile) que "dominan" el rubro, con sus altos índices de productividad y su permanente adjudicación de fondos para llevar a cabo sus proyectos de investigación. Estos científicos, con sus abultados sueldos y múltiples reconocimientos, mantienen en sus grupos de trabajo a personal con sueldos discretos, comúnmente sin contrato, y estudiantes agradecidos por la "oportunidad" de hacer sus tesis en sus laboratorios y/o grupos de investigación. Si sumamos a esta estructura de poder la nefasta imagen que aún tienen muchos, respecto a que las mujeres tendrían biológicamente menores capacidades intelectuales para el desarrollo de actividades científico-lógicas, nos enfrentamos entonces a un caldo de cultivo perfecto para el abuso de poder y la violencia de género.
Acoso sexual
"Me sentí violentada por ser mujer, a causa de un profesor acosador. Igual que mis compañeras, me vi enfrentada a su mirada lasciva, a sus comentarios sexualizados y su comportamiento inapropiado. Su misoginia y sexismo era recibido con jocosidad por el resto de nuestros compañeros, minimizando la seriedad del asunto. Era una situación completamente normalizada por todos, aun cuando la mayoría nos sentíamos incómodas. Supimos de muchas historias, incluso hubo relaciones "formales" con estudiantes y tesistas, varias amigas cercanas sufrieron acoso verbal. Era vox populi, todos sabían. Incluso se decía, a modo de broma, que nosotras al menos teníamos otras opciones para pasar sus ramos, que teníamos ventaja".
Esta situación se repite una y otra vez en muchos relatos de mujeres estudiantes y académicas universitarias. Sin embargo, muchas denuncias quedan en nada, ya sea por incredulidad de otros ("seguramente te lo buscaste" o "tal vez lo provocaste") o porque hay una política de protección tanto de la "integridad de los docentes" como de la "imagen de trayectoria intachable de las universidades".
Un estudio publicado por Lizama-Lefno y Hurtado (2019), señala que en la Universidad de Santiago de Chile un 39,9% de personas encuestadas (de las cuales un 70% eran mujeres) dice haber vivido alguna situación de acoso sexual. Lo más frecuente fue el acoso verbal, es decir, haber recibido piropos o comentarios no deseados; seguida del acoso gestual, esto es, haber recibido miradas o gestos sugestivos que molestan; le sigue el acoso físico, que significa que alguien ha propiciado roces o contacto físico no deseado; y finalmente amenazas que afectan negativamente la situación académica o que llevan a realizar actos sexuales no deseados.
Más preocupante aún, el 60% no denunció dicho acoso, debido al desconocimiento de los procedimientos, el temor de sufrir represalias o a que se viera afectada su carrera, así como también estuvo presente la desconfianza en la institucionalidad universitaria y sus mecanismos de investigación, situación que se repite en otras universidades.
Violencia de género
"Durante mis estudios de magíster, luego de tres meses desde el nacimiento de mi hija, viajaba por casi 2 hrs, partía a las 7am y volvía a las 17-18 hrs. Comencé a tener problemas cuando parte de los experimentos no salían como se esperaba. En reuniones, mi tutor de tesis perdía el control, y como yo no tenía problemas en responder y enfrentarlo, se ensañó conmigo. Todo el tiempo me decía que no me esforzaba, que no me comprometía con el trabajo, que llegaba tarde y me iba temprano, que no tenía las competencias para hacer el trabajo y que nunca sería una buena científica, esto acompañado por el silencio cómplice de mis compañeros de laboratorio. El desgaste físico y emocional fue tanto que lloraba todo el tiempo, la poca leche que producía terminó por agotarse, dormía poco y ese estado estaba afectando a mi guagua".
La discriminación y violencia que se ejerce contra las mujeres que son madres es una práctica normalizada en nuestra sociedad, desde el costo de los planes de salud, hasta la posibilidad de ser despedida. Existen muchos relatos en las universidades en los que tutores condicionan su apoyo académico a la planificación familiar de sus alumnas. Es más, a partir de múltiples fuentes sabemos que en prestigiosas universidades nacionales preguntan en sus entrevistas de postulación a programas de postgrado acerca de los planes de tener hijos, por supuesto, solo a las postulantes mujeres; la visión de muchos es que una estudiante de postgrado que se embaraza no sirve, tiró su carrera por la borda. Sin embargo, la violencia de género abarca mucho más que la maternidad. Nos referimos a las agresiones sexistas, prácticas arraigadas en nuestra sociedad, que se enseñan desde la niñez y se repiten en la cotidianeidad, pero inexistentes e indefinidas en protocolos, encuestas y políticas públicas.
A lo largo de la historia de la ciencia, las mujeres dedicadas a esta actividad hemos sido subestimadas, ignoradas, rechazadas y violentadas. Más grave aún, la misma ciencia, que se supone nos debe acercar a la comprensión de la realidad, ha sido utilizada en el pasado como excusa para este comportamiento, esgrimiendo argumentos científicos para considerar a las mujeres derechamente como seres intelectualmente inferiores. Afortunadamente, hoy la evidencia científica ha demostrado que niñas y niños tienen la misma capacidad neurobiológica para el desarrollo del pensamiento lógico, por lo tanto, es posible afirmar que las desigualdades de género que existen en la ciencia, como actividad social, son netamente socioculturales.
Las niñas en edad escolar se sienten inseguras de sus habilidades en matemáticas y ciencia, y sus propios profesores esperan menos de ellas (a pesar de tener mejor rendimiento). A partir de los 6 años, niñas y niños asocian la inteligencia al género masculino, lo que se manifiesta luego en el ámbito laboral, donde frecuentemente se asume que una mujer no será capaz o no estará a la altura de tal o cual cargo.
No se sabe, o no hay un registro concreto estadístico a nivel nacional, de los casos de acoso y/o abuso sexual y de poder. Sin embargo, es evidente que a partir del "mayo feminista" (ocurrido en nuestro país el 2018), donde cientos de estudiantes universitarias alzaron la voz para terminar con la violencia sexual y la estructura machista en las universidades, y luego del fenómeno a nivel mundial que representó la potente y liberadora performace del colectivo feminista chileno LasTesis, son cada vez más las mujeres que se atreven a hacer públicos sus casos. De esta forma, las autoridades universitarias no han tenido otra alternativa que empezar a hacerse cargo de dichas denuncias, aunque, hasta aquí, lo han hecho, repitiendo la lógica patriarcal de protección de imagen, tratando los casos "internamente", revictimizando y exponiendo a quienes denuncian, ya que, en la mayoría de los casos, el cuerpo académico no acepta denuncias anónimas ni protege la identidad de las denunciantes, argumentando que se debe dar seriedad a la investigación.
Como mujeres dedicadas al quehacer científico nos unimos al grito fuerte y claro de ¡No Más! No más del abuso normalizado del sistema patriarcal imperante, ese abuso cuyos máximos actos de dominación son la violación y el femicidio. Los casos de Nabila Rifo, Gabriela Alcaíno, Antonia Garros, Ambar Cornejo, Antonia Barra y las miles de mujeres que el siniestro sistema patriarcal capitalista tiene a su haber, nos han hecho entender que más allá de mostrar nuestras experiencias, tenemos el deber de evidenciar cualquier tipo de abuso sin miedo. Porque, como muy bien lo expresan Vivir Quintana y el Palomar, ya nada nos calla, ya todo nos sobra… si tocan a una, ¡Respondemos Todas!
Escrito por Ariana Bertin Benavides, Dra. en Ciencias Biológicas;
Silvana Collado Fabbri, Dra. en Oceanografía;
Patricia Hanna Pazmiño, Dra. en Ciencias Biológicas
ONG Conciencia Sur
Ilustración: Annais BJ