Por Rodrigo Aguirre Araya y Jorge Aillapán Quinteros
Tras el estallido social, la clase política y la academia universitaria que le provee conocimientos a aquella, han realizado un mea culpa indicando que el fenómeno jamás lo vieron y, por ende, no lo pudieron prever. Nosotros, sin embargo, desde nuestra posición periférica y consciente, nos permitimos cuestionar ese mea culpa e interpelarlos: sinceramente ¿no lo vieron? Y si su respuesta es franca, entonces: ¿qué estaban investigando?; ¿para quién estaban investigando?
Sin perjuicio de la falta de previsión estatal -desde políticas de seguridad social hasta la inteligencia policial-, el mea culpa realizado por la academia universitaria, por franco que sea, solo se justifica en un contexto de segregación y exclusión. Y es así, pues son innumerables las señales, reclamos, indicaciones, advertencias y propuestas generadas desde la periferia político-social que nunca fueron consideradas, pero que ahora recién -estallido social mediante- son tenidas en cuenta.
Por eso nos permitimos dudar: estos reclamos históricos por dignidad, justicia, y buen vivir ¿jamás los vieron? o quizás, y ensimismados en un ambiente universitario clasista, arrogante y vanidoso ¿decidieron invisibilizar los reclamos para no incomodar al modelo? Salvo contadas excepciones, hoy vemos que la academia y sus intelectuales toman posición de espectador cuando, en realidad, también forman parte del problema. Y es problemático pues, existían ya sendas críticas a la cantidad de millones invertidos, durante décadas, en investigación y formación de capital humano solo para generar conocimiento que tuviese aplicación industrial patentable o, cuando menos, anexable en alguna revista científica.
Evidentemente, esta opción puso en la marginalidad, entre otras muchas materias, a la educación cívica, la filosofía, la geografía y todo aquel conocimiento no industrializable, conocimiento del que sí se hizo cargo un importante sector de la población, pero que al no responder a los estándares epistemológicos, políticos y metodológicos -trazados por las élites occidentales- fue constantemente negado y menospreciado. Hasta hoy.
Considerando lo dicho y la actual coyuntura es que manifestamos nuestra preocupación respecto a la cartografía, investigación académica, tratamiento político y futuras sanciones judiciales a las múltiples violaciones a los derechos humanos, cometidas por agentes del Estado, en estas últimas semanas. Desde ya, por las evidentes disputas epistemológicas y políticas manifestadas durante estos días en torno a conceptos básicos como "violencia", "sistematicidad", o "derechos humanos", aunque especial preocupación nos causa el uso del tradicional método del "caso emblemático", es decir, medir, trabajar y proponer en consideración a prototipos. La construcción de "casos emblemáticos" para dar soluciones globales en políticas públicas y, específicamente, respecto a la administración de justicia, en el ámbito de los derechos humanos, solo incrementa la marginalización de vastos sectores de la sociedad.
Esto es así pues la construcción de estos casos o modelos demanda enormes esfuerzos políticos, jurídicos, económicos e, incluso, mediáticos que no toda la población dispone. Y así como el ejemplo de vida profesional del futbolista Arturo Vidal no sirve para justificar ni avalar el mercado laboral del fútbol, el juzgamiento de un agente del Estado por cegar a un muchacho universitario no alcanza para calmar la sed de justicia de miles de personas que no consiguen aparecer en los medios de comunicación masivos, precisamente por no calificar de "caso emblemático". Por esto, no es de extrañar que esos cientos o miles de violaciones a los derechos humanos, ocurridas durante estos días, en esos sectores marginales donde no alcanza a llegar la televisión -como aquellos adolescentes obligados a comer carne cruda, tras un saqueo a un frigorífico en Concepción; o esa casa incendiada, por Carabineros, en Lo Hermida-, estén destinados a naufragar en un mar de relatos perdidos, esperando que alguna organización, un partido político, algún intelectual o la academia decida erigirlo como un "caso emblemático".
Como señala Milton Santos, la corporalidad del sujeto es un instrumento de acción y, en dicha perspectiva, la lógica del "caso emblemático" termina por eclipsar cientos y miles de violaciones a los derechos humanos subalternas, ofreciéndose como otra expresión fáctica del Estado neoliberal en su afán por la invisibilización de quienes se manifiestan en las calles o resisten en las poblaciones como, asimismo, el sacrificio de territorios a conveniencia del capital.
Para nosotrxs y todxs aquellxs que no gozamos de una historicidad ahistórica, general y permanente, la invisibilización propuesta por la clase política en su praxis, el poder judicial en sus sentencias y la academia universitaria en sus resultados investigativos, implica que a nuestro respecto el Estado no funciona y, por ende, se diluye. Por ello, el surgimiento de diversas formas autonómicas que ante el esquema político-académico chileno atentan contra la institucionalidad, pero que -en verdad- solo son expresiones de sobrevivencia, autotutela, autocuidado y autogestión para hacernos cargo de nuestras vidas, precisamente porque el Estado no llega, no existe.
Reconocemos que habitamos un espacio árido, sin derecho a escribir nuestra historia, que plasme nuestros relatos, vivencias y decisiones sobre la producción del espacio; por lo mismo, recordamos a la academia y sus intelectuales: ¡posemos los verbos y vivencias, pero no las palabras y plataformas para decir nuestra realidad histórica! Entonces, para que su mea culpa tenga sentido y contenido les pedimos que sus investigaciones apunten al buen vivir, no solo a lo comerciable; que el esfuerzo intelectual los lleve a abandonar la zona de confort que les permiten los "casos emblemáticos" y aventuren a ir más allá de lo evidente; que asuman que para sufrir violaciones a los derechos humanos no es requisito militar en un partido u organización política.
En síntesis, cambien de paradigma, reconociendo e integrando a los sectores marginados, pues nosotros no somos solo objetos de estudio: tenemos conciencia, compromiso, conocimientos y dignidad.