Hoy 19 de septiembre se cumple medio siglo del encuentro de Fidel y Malcolm X en el hotel Theresa de Harlem, Nueva York. Para entender el contexto de esa entrevista, hay que conocer los hechos que lo circundan: la Revolución cubana triunfante, presidida por su joven líder, asistía a una sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas. El Gobierno norteamericano, prepotente, se negaba a darle tratamiento oficial. Los más importantes y suntuosos hoteles de Manhattan cerraron sus puertas o exigieron condiciones inaceptables a la delegación de Cuba. El barrio negro de la gran ciudad, y su hotel Theresa, las abrió sin reparos. Malcolm X facilitó el traslado de los cubanos y organizó una guardia de defensa en los alrededores de la instalación.
El Theresa se transformó en el centro alternativo de una nueva época que se iniciaba: miles de residentes de Harlem se congregaron durante el día y la noche frente al hotel, para aclamar y respaldar la presencia de Fidel. Eran años de abierta segregación racial en Estados Unidos --barrios, escuelas, restaurantes e incluso asientos en los ómnibus urbanos se reservaban de forma exclusiva para los blancos--, y muchos líderes negros luchaban por los derechos civiles de su comunidad. Todavía Malcolm X era un líder negro que enfrentaba de forma prioritaria la discriminación racial.
Por eso es importante señalar el instinto de clase que condujo a esos luchadores por sus derechos a entender que la Revolución cubana también los representaba. Según el reportaje que acerca del hecho publicó la revista Bohemia en octubre de 1960, «cuando millares de ciudadanos negros gritaban anoche ¡queremos a Castro!, lo que decían en realidad era: ¡queremos un Castro!». Malcolm X diría durante el encuentro que mientras el Tío Sam hablara mal de Fidel, significaba que estaba haciendo las cosas bien.
Eran tiempos de cambio y esa semana coincidieron en Nueva York Jawaharlal Nerhu de la India, el egipcio Gamal Abdel Nasser, los africanos Sekou Touré de Guinea y Kwame Nkrumah de Ghana, Nikita Jruschov de la Unión Soviética y Josip Broz Tito de Yugoslavia, entre otros. La Asamblea formalizaba la entrada de 14 nuevos estados soberanos, 13 de ellos africanos. Las calles de Harlem no solo se llenaban de residentes, también de miles de latinoamericanos que expresaban su solidaridad con Fidel y la Revolución cubana. Jruschov y Nasser acudían al hotel para entrevistarse con el revolucionario cubano. «La presencia del líder de la República Árabe Unida hizo más complejo el panorama racial de aquel distrito --anotaba Bohemia en su reportaje--, añadiendo contingentes árabes a la movilización general».
En el edificio de Naciones Unidas transcurrían otras batallas: el desinterés estadounidense por el desarme que proponían los soviéticos; la complicidad del organismo internacional con el imperialismo en la guerra desestabilizadora del Congo, que intentaba derrocar al primer ministro Lumumba (finalmente asesinado); la deuda moral y material de los países occidentales, nunca saldada, con los pueblos africanos; el ejemplo de la Revolución cubana y la palabra afilada de su líder. Fidel rompía el protocolo desenfadadamente, y abría una nueva era de irreverencias sociales y políticas. Su discurso fue interrumpido 30 veces --de forma absolutamente inusual--- por los aplausos. Los árabes, los asiáticos, los revolucionarios cubanos, se encontraban por primera vez, se aplaudían, se apoyaban mutuamente.
La admiración de Malcolm X por la Revolución cubana y la rápida radicalización de su pensamiento tienen de trasfondo ese contexto internacional de luchas populares. De ser líder de los negros, el afroamericano se transformaría en líder de todos los oprimidos, en un luchador anticapitalista. Ese cambio radical le costaría la vida. Su concepto de «revolución negra» adquiriría un sentido clasista: «Ahora la revolución negra se ha estado desarrollando en África, y Asia y América Latina; cuando digo "revolución negra" --son sus palabras de 1964--, me refiero a todos los que no son blancos: los negros, los morenos, los rojos o los amarillos», es decir, a los explotados del Sur (que incluye a los del Norte). Y en 1965 es todavía más claro: «Es incorrecto clasificar la revuelta del negro como un simple conflicto racial de los negros contra los blancos o como un problema puramente norteamericano. Más bien, lo que contemplamos es una rebelión global de los oprimidos contra los opresores, de los explotados contra los explotadores».
En 1964, el Che acudió en representación de Cuba a una sesión de la Asamblea de Naciones Unidas y Malcolm X lo invitó a participar en un acto de la Organización de la Unidad Afro Americana --en el que estuvo también Babu, un alto dirigente de Tanzania, cuyo gobierno presidía entonces Julius Nyerere. El Comandante guerrillero no pudo asistir, pero envió un mensaje solidario que leyó el líder afroamericano. En él recordaba la visita de Fidel a Harlem y terminaba con esta frase: «Unidos venceremos». Tanto la Revolución cubana como Malcolm X estaban preocupados por los acontecimientos del Congo, pues los revolucionarios congoleses, después del asesinato de Lumumba, peleaban en condiciones desiguales contra el gobierno pro-imperialista que había sido impuesto. Pero Malcolm X fue asesinado también, el 21 de febrero de 1965. «Todos los hombres libres del mundo deben aprestarse a vengar el crimen del Congo», había dicho el Che Guevara en Naciones Unidas. Y el propio Che Guevara y un puñado de cubanos estuvieron, entre abril y diciembre de 1965, en las selvas congolesas, peleando codo a codo con sus hermanos africanos.
No pudo ver Malcolm X hasta dónde llegaría el espíritu internacionalista de la Revolución cubana, que una década después se involucraría en el proceso definitivo de liberación de África en tierras angolanas. «Para el pueblo cubano, el internacionalismo no es simplemente una palabra, sino algo que hemos visto poner en práctica en beneficio de grandes sectores de la humanidad», afirmó Nelson Mandela el 26 de julio de 1999 en Matanzas. Un internacionalista norteamericano, negro como Malcolm X, dedicaría también su vida a combatir el injusto bloqueo económico de su país contra el nuestro. Me refiero al reverendo Lucius Walker, recientemente fallecido en Nueva York. Son momentos de la otra historia de las relaciones entre los pueblos de Cuba y Estados Unidos, de la historia de la revolución negra, que alguna vez tendremos que escribir.
Fuente: http://www.juventudrebelde.cu/opinion/2010-09-18/fidel-malcolm-x-y-la-revolucion-negra/