A pocos días del aniversario del Estallido Social en Chile las historias pasan la cuenta. Como si de un hecho irreal se tratara, y con las intenciones de muchos sectores de borrar la historia, los/as lesionados/as y heridos/as han quedado como una huella en el tiempo imposible de ignorar. Albano, Cheo y Marcela son algunos de los testimonios que resuenan en Tarapacá. Ahí donde la llamada 'zona cero' marco el octubre negro entre manifestaciones, solidaridad y represión.
Por Valentina Luza
Fotografías por Johan Berna
Según el último reporte del INDH se recuentan en Chile 3.765 heridos, de los que 29 de ellos pertenecen a la región de Tarapacá. Muchos a la espera de soluciones que contemplen sus demandas contra el abuso policial vivido y las querellas que se han visto masivamente en pausa.
En tanto, los fallidos programas de ayuda para heridos de traumas oculares y más de 2.000 causas de heridos por diferentes impactos son el ejemplo latente de políticas públicas insuficientes que no han dado abasto y de un sistema que perpetúa el olvido en la impunidad. Así lo han expresado desde la Coordinadora de Victimas de Trauma Ocular, quienes han apuntado directamente al gobierno de turno de dejarlos en completo abandono.
Ahora, en el mes de conmemoración del Estallido Social, todas estas interrogantes han venido a aparecer en medio de un proceso constituyente que promete, y al mismo tiempo, exige respuesta a los aparatos del Estado.
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Marcela (40) era una de las tías que siempre acompañaba a los "Primera Línea" en los enfrentamientos ocurridos entre navidad y año nuevo en Iquique. "Algo poco recuerdo del día exacto", comenta ahora cuando el tiempo permite otra perspectiva del momento.
Ese día la Zona Cero, que se compone por una cuadrícula de calles entre el supermercado Líder de Iquique, el pasaje "Las Rosas" y una Petrobras, estaba rodeada de piquetes en las esquinas: "eran tantos que no podía ni contabilizarlos", cuenta.
Ella se encontraba en compañía de "otra tía", y al ver el escenario frente a sus ojos empezaron a buscar la forma de salir de lugar. Estaban rodeadas "habían cortado la luz, no se veía cuántos eran, no se veía nada", recuerda. En ese entonces, se conocía entre los manifestantes la estrategia de Carabineros de suspender la luz del sector para evitar la movilidad e interceptar de paso. Un modus operandi que también se replicaría en Santiago y otras regiones.
Marcela ese día vestía de blanco, es una de las cosas que recuerda al detalle, razón por la que cree que -quizá- era más visible. Se dispuse a avanzar, mientras se arrinconó hacia una pared, a tientas entre la oscuridad absoluta, buscando poder llegar hacia un lugar más tranquilo antes que "se pusiera más brígido".
"En ese momento me percato que uno de los Carabineros del piquete de al frente de donde caminábamos se escondía entre el retén y la puerta, preparándose para disparar. Ahí sentí un impacto. Me llegó una lacrimógena directo a mi pecho". Para Marcela, ese momento fue una confusión total.
Entre el shock y la desesperación de la fuerza que le llegó de pronto y la empujó hacia atrás, gritó pidiendo ayuda: "Era tan fuerte el dolor que no podía ni caminar". No demoraron en llegar quienes la pudieron auxiliar, intentando apagar el fuego que en su polera empezaba a encenderse.
En tanto, eran dispersados los manifestantes del lugar con carros lanza agua, entre el caos generado y los gritos de dolor de Marcela. La Primera Línea logró guiarla a un pasaje. Después de los primeros auxilios, llegó directo al Hospital.
La lacrimógena que hirió a Marcela, según su instructivo, "siempre deben ser emitidas en forma angular, de parábola o indirecto, considerando que el cartucho lacrimógeno CS, necesita espacio y tiempo para expulsar la cápsula".
En ese sentido, se les ordena a las fuerzas policiales no disparar "haciendo rebotar el proyectil para proyectarlo hacia la multitud, debido a que la dirección y velocidad será distinta a la deseada por el tirador". En el caso de Marcela, este impacto fue menos de 20 metros.
«Una de las razones por las que decidí salir a la calle fue por mi mamita, que murió en un sistema público de salud indolente". Marcela ese día llevaba su celular guardado en su pecho, junto con una fotografía de su madre. Fue en ese mismo lugar donde le impactó la lacrimógena y, gracias al artefacto, fue que se logró reducir la fuerza del impacto: "yo creo que a mí me salvó mi mamita", expresa. Llevaba su foto a todos lados, cada vez que salía a la calle.
¿Volverías a las calles? ¿Qué crees que pasará ahora en Chile? Marcela responde que sin duda volvería, aún cuando ver a Fuerzas Especiales en las calles le evocan un terrible recuerdo y sensaciones. Para ella, la convicción es más fuerte.
"Hay tanta indolencia y tanta indiferencia. Yo trato de ayudar a los abuelitos del Hospital, tal como lo hacía mi mamá. Y veo tantas, tantas cosas. En el mismo sistema de salud son invisibles. Me duele ver tanta indiferencia, por eso me mueve luchar por los derechos de todos«.
Fue llamada por Fiscalía a declarar y su caso está siendo investigado a cargo del Instituto Nacional de Derechos Humanos. Sin embargo, aún no obtiene respuestas. Hasta el día de hoy una quemadura en su pecho izquierdo, unos lumbagos repentinos y su taquicardia, le recuerdan esa noche de octubre.
Era la madrugada del 28 de noviembre en Iquique, y para ese entonces la cantidad de personas en las calles se había reducido. La represión, por otro lado, encontró el escenario perfecto para intensificarse. La consigna "sin miedo" era la que representaba a los grupos de manifestantes que se negaban a abandonar las calles. Cheo (35) era uno de ellos, quién resistía impávido en la Zona Cero.
"Estaba la cagá ese día. Yo estaba dentro de unos departamentos que están por la zona (...) los pacos llegaron y con fuerza echaron una puerta abajo. Ahí, en un lugar donde había cabros chicos y todo. Entonces yo fui y los encaré, les digo 'como están disparando al cuerpo, váyanse de acá'. Uno de los pacos me queda mirando y me dispara a quemarropa. Yo me asusté y me tapé la cara. La lacrimógena me cayó directo a la mano izquierda".
Gracias a ese reflejo dice que el impacto no le alcanzó a llegar a sus ojos. Pero la intención era clara y segura, apuntaron hacia su rostro. Inmediatamente después de la agresión salieron detrás de él, quien en medio de la adrenalina empezó a sentir su brazo débil. "Yo sentí altiro que mi brazo se cayó. Me corría agua de la mano, tenía lleno de sangre".
Le hicieron una curación en un block donde alcanzó a auxiliarse con la ayuda de más personas, pero su mano no respondía. No sabe cómo justo cerca del lugar había una ambulancia que lo trasladó a urgencias, donde le inyectaron morfina para el dolor.
En el Hospital fue otra historia: "todo esto pasó como a las 2 de la mañana (...). El traumatólogo me reclamó que porque venía a esa hora que él estaba durmiendo, qué porqué . 'Es que qué andabai haciendo, de dónde vení'; me trató mal, me tiro el brazo, que lo tenía hecho pedazos, quemado y con un tajo".
Fue una lesión grave que dejó a "Cheo" hospitalizado 15 días, siendo operado recién en el noveno día. Quienes lo acompañaron procuraron agilizar los procesos burocráticos de su atención. Un día despertó y vio a Carabineros en su habitación: "fueron a prestarme declaración, yo los mandé a la chucha (...) ellos me dispararon y querían que les respondiera cosas".
Su caso hasta el día de hoy descansa como una querella en el Instituto Nacional de Derechos Humanos sin culpables ni imputados. Un fierro en el interior de su brazo es el recuerdo que lleva de esa noche. También, comenta, nunca olvidará la solidaridad que sintió en los vecinos para auxiliarlo en los primeros minutos.
Apenas lo dieron de alta, salió de nuevo a las calles: "continué, dándole. Yo siempre viví la injusticia, pero nunca pensé que iba a pasar algo así como el Estallido. En un momento me sentí muy feliz, todos nos juntábamos, hablábamos". Incluso después lo reconocían, cuenta, lo abrazaban en la calle, la gente se alegraba de verlo recuperado, su caso había hecho eco y varios conocían a Cheo.
Expresa no creer mucho en el proceso constituyente, aun así lo ve como un comienzo de algo diferente. Para él, la empatía es la clave: "ponerse en el lugar del otro. Con eso ya es un comienzo. Cambiar la mentalidad, con nuestros hijos, con nuestros vecinos, con todos«.
¿Crees que algo cambió?
- Sí, algo cambió. Es ayudarse porque estamos en la misma, es el mismo propósito. Se siente algo diferente, las personas ya no somos las mismas, ya no nos hacen weones.
"Yo estaba haciendo lo mejor que sé hacer: ayudar. No les importó nada e igual me dispararon a los ojos. Ellos sabían lo que hacían". Albano (40) es un profesional de la salud que el 21 de noviembre del año pasado sufrió un impacto de balín en su ojo izquierdo, en las cercanías de una posta improvisada montada por voluntarios de salud cerca de la Universidad de Tarapacá.
Albano se encontraba esa noche en sus labores auxiliando manifestantes mientras los enfrentamientos en la Zona Cero se acentuaban con el paso de las horas con un contingente cada vez más grande. Alrededor de las 22:00 hrs. ya existían en el lugar personas con múltiples lesiones por impacto balístico, afectados con gases y detenidos.
Fue en un momento que se sintió una explosión cerca de la Petrobas que está en la Zona Cero. Él, de forma instintiva acudió al lugar, infiriendo que podrían estar varias personas afectadas por los gases lacrimógenos, impactos, entre otros: "fui, apenas escuché el primer bombazo", recuerda.
A las 23:00 hrs. se hace un cambio de las Fuerzas Especiales que estaban a cargo; un contingente con una implementación aún más brutal quedó a cargo. Entre los manifestantes ya reconocían incluso el equipamiento que caracterizaba a cada unidad. Se habían pasado la voz para mayor precaución.
Fuerzas Especiales llega generando una gran embestida: "arremetieron contra la gente, quedamos en una parte expuesta - él y sus compañeros del voluntariado de salud- y nos dispararon a mansalva, cobardemente".
Particularmente él quedó a pocos metros de un carabinero: "me disparó en el rostro e impactó de lleno en mi ojo izquierdo, destrozando las antiparras, el lente óptico, produciendo la lesión ocular. Yo estaba con protección certificada, pero fue a muy corta distancia. Me destrozaron la córnea, el cristalino, todo".
En ese momento todo se volvió oscuro. Aún el recuerdo de esa noche evoca emociones en Albano. "Estos elementos fueron a parar al interior de mi ojo (....) sentí un sonido muy fuerte, me retumbó la cabeza, me caí para atrás. Trataba de ver a tientas, pero no podía. En ese momento sentí mucho, mucho dolor. Tengo capacidad de aguante y todo, pero fue demasiado", cuenta.
"Solamente traté instintivamente de prestarme los primeros auxilios, totalmente en shock. Lo he hecho de forma mecánica tanto tiempo que traté de salvaguardarme, tome parte de mi uniforme y me lo coloqué haciendo una compresa para sostener mi ojo. Hice presión muy fuerte contra él y caminé hacia la posta de emergencia, que estaba hacia una cuadra, tratando de buscar ayuda, porque tenía vidrios".
En un momento no pudo seguir caminando y sucumbió, hasta que una vecina del lugar logró percatarse de la situación, y entre la confusión lo auxilió, entrándole a su domicilio: "nadie sabía lo que me había pasado, muy pocos se dieron cuenta. Cuadras más abajo seguían tirando gases y agua. Yo estaba muy solo en ese momento".
Ahí en el lugar, y a tientas, logró entrar a la ducha buscando un estímulo para aliviar el dolor. De forma instintiva solo buscaba que este cesara. "No entendía que me estaba pasando, 'imposible que esto me esté pasando a mi' decía en mi cabeza, con negación. Mientras tomaba la toalla con hielo para hacer control de la hemorragia".
La gente llamó a una ambulancia, entre la inercia e intentando escapar de los gases. Ahí lo subieron a un furgón hacia la asistencia pública, donde no estaban preparados para un caso de un trauma ocular como el de Albano. Los hechos en perspectiva evidencian que en Chile no se tenía preparación de ningún tipo para este tipo de traumas oculares, dada su brutalidad y consecuencias.
Ya eran las 1 de la madrugada cuando el cirujano en el pabellón le comenta que él, personalmente, no tenía las facultades para atenderlo y que, por consecuencia, tendría que viajar de forma urgente para Santiago. Lo dejaron hospitalizado con un analgésico, esperando por un análisis oftalmológico: tenía totalmente destrozado su ojo.
Lo que siguió desde ese momento fue una negligencia tras otra: "nadie sabía que yo llegaría a Santiago, quedé abandonado en el aeropuerto junto a mi madre que es una persona no vidente. Yo era su lazarillo, y estaba con un parche sosteniendo mi ojo, aún con dolores. Tuve que pagar el transfer hacia La Unidad de Trauma Ocular (UTO) del Hospital del Salvador. Fue un abandono total".
A la unidad llegó justo a tiempo, ya que estuvo a horas de perder todo su globo ocular por completo: "ahí fui bien recibido, les expliqué y se conmovieron con mi caso al verme como un colega de salud", eso hizo que se agilizará el proceso y a pesar de que llegó a las 17:00 hrs. al lugar, a prontas del cierre, decidieron atenderlo.
Posteriormente comenzó su operación que duraría 6 horas en total.
Actualmente Albano forma parte de la Coordinadora de Víctimas de Trauma Ocular donde, comenta, la gran mayoría de los casos tuvo problemas de negligencia y abandono en sus asistencias, medicamentos, seguimientos, entre otras instancias. "Ese día salí de mi casa sin saber que llegaría 50 días después. Fue todo muy duro".
Fue en octubre que en Santiago se tuvo que abrir una Unidad Especial dedicada a los crímenes de Carabineros contra los manifestantes, doblando turnos y atenciones. Hasta la fecha, según el Instituto Nacional de Derechos Humanos, 460 personas resultaron con lesiones oculares, de las cuales 2 fueron cegadas por los artefactos del Estado y 35 sufrieron pérdida total de uno de los ojos. Hay personas que solamente recibieron la primera atención y en adelante fueron abandonados.
Durante los meses de crisis sanitaria, los tratamientos, medicamentos y consultas de muchas víctimas -según consigna un sondeo del INDH respecto a la satisfacción con los programas del gobierno- han tenido que salir del costeo de sus propios bolsillos, evidenciando un total abandono estatal. Muchos de ellos haciendo eventos benéficos para cubrir los gastos de atención.
Chile es reconocido por ser el país con mayor número de casos con traumas oculares del mundo, según un estudio de la Unidad de Trauma Ocular (UTO) que comparó los casos del país con los hechos ocurridos en otras zonas de conflicto como Palestina o Israel. Tarapacá, según consigna el INDH, ocupa el tercer lugar con más heridos oculares en Chile. "Ahora, que pronto les harán rendir cuentas, recién nos están empezando a contactar", declara Albano.
Ante todo, él logra entregar con su testimonio un mensaje certero: la impunidad ya no es opción en un país que se dice nuevo. En cada palabra que expresa evidencia una fortaleza de quienes, siguen en pie por un sistema más justo.
"Nosotros les molestamos al gobierno, somos la prueba viva de la violación a los derechos humanos y no nos quedaremos tranquilos hasta que exista justicia. Habíamos dicho 'nunca más en Chile' y volvió a suceder. Ya no más", comenta.
En Tarapacá existen actualmente 80 querellas pendientes. Entre las clasificaciones se encuentran homicidio frustrado (1), tortura con violencia sexual (5) tortura y tratos crueles (69) y violencia innecesaria (5). En tanto, el INDH ha presentado 1.303 acciones judiciales a favor de 1.631 víctimas en Chile.
Cheo, Marcela y Albano son algunos de los casos que actúan como la representación de las muchas historias que ocurrieron en las zonas de conflicto y que aún descansan en el silencio del Estado. Son ellos mismos quienes entre la rabia, el dolor, los recuerdos y la fuerza siguen alzando la voz, en un país que viola los derechos humanos de sus ciudadanos a vista de todo el mundo.
Todos con sus testimonios concuerdan que se hace cada vez más urgente la necesidad de una reforma en múltiples dimensiones, que asegure de una vez justicia, verdad y reparación.
El próximo proceso constituyente es un paso político marcado por lo promisorio, momento también donde se exige que todas aquellas huellas que quedaron pendientes tengan prontas respuestas.
Solo una idea es certera: las calles volverán a activarse mientras no exista dignidad ni justicia.