¿Fracturas en el movimiento MAGA?

Por Edmundo Arlt

Una investigación periodística rigurosa se diferencia de las teorías de la conspiración al menos en dos cosas. La primera se refiere a la configuración de las preguntas a responder. Por ejemplo, es legítimo preguntar si el gobierno de EE. UU. sacó sus naves más pesadas antes del ataque de Pearl Harbor porque intuía que éste ocurriría. Pero, con causalidades basadas en evidencia circunstancial, no se puede concluir que se sabía del ataque y que el gobierno decididamente no hizo nada para entrar en la guerra. La segunda diferencia se refiere a cómo se transforman los datos en evidencia.

Las teorías de la conspiración se estructuran fuertemente alrededor de la causalidad, negando la casualidad. Las casualidades, tan importantes en la conformación de la vida cotidiana, se olvidan en estas teorías. Siempre hay una racionalidad que justifica los hechos tanto en su ejecución como en su observación retrospectiva. Piénsese, por ejemplo, en el dato de que el director de escuela que contrató a Jeffrey Epstein no sólo era el padre del fiscal general federal que estuvo a cargo de su proceso, sino que también escribió una novela de ciencia ficción donde los personajes principales eran alienígenas que traficaban con mujeres menores de edad como esclavas sexuales.

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El objetivo de esta columna no es analizar ni las preguntas que tienen sentido ni las causalidades de las teorías de la conspiración alrededor del caso Epstein. Más bien, es observar sociológicamente cómo está causando una división en el propio movimiento MAGA.

Éste, desde supremacistas blancos hasta los y las oportunistas, está fuertemente articulado alrededor de dos variables. La primera es una fuerte desconfianza hacia el Estado y una convicción en la corrupción de las élites. Trump logró explotar ambas a lo largo de su período presidencial, apelando constantemente a un Estado dentro del Estado (Deep State) que estaría en contra de los intereses del pueblo y a favor de los de una élite a la vez corrupta y traidora. Culpable, además, de facilitar una invasión de inmigrantes indeseables para llevar a cabo un "reemplazo" de la población nativa, los cuales deben ser expulsados mediante una copia exacta del "plan de remigración" europeo.

También es característico que el movimiento no ha sido totalmente burocratizado por la presidencia y el Partido Republicano, sino que tiene a sus propios líderes de opinión, los cuales son leales más al proyecto MAGA que al propio Donald Trump. En este último grupo se encuentran, con sus diferencias, figuras como Tucker Carlson, Steve Bannon y, en menor medida, Joe Rogan. Es característico que todos estos líderes de opinión, con sus diferencias, defiendan lo que se podría llamar un nacionalismo postmomento unipolar; es decir, una visión que acepta el fin de la hegemonía absoluta estadounidense tras la Guerra Fría y aboga por un enfoque más aislacionista o de America First en un mundo multipolar.

El caso Epstein brinda una interesante oportunidad para estas agendas políticas conjuntas, pero no siempre complementarias. Desde el comienzo del gobierno de Donald Trump, el único actor político que ha dividido al movimiento ha sido la política exterior hacia Israel. Esta relación, muy íntima y que involucra a diferentes organizaciones, representa todo lo contrario a un EE. UU. centrado en sus intereses y al involucramiento militar sólo cuando los intereses nacionales estén realmente en juego. La escalada entre Irán e Israel fue un punto de inflexión, con Carlson entrevistando al senador Ted Cruz y preguntándole directamente por el financiamiento por parte del lobby proisraelí de su campaña y de otras campañas políticas en el "Gran Viejo Partido", es decir, a través de AIPAC.

Todo este sector del movimiento es anti-guerra, pues considera que las guerras son orquestadas por el Deep State en contra de los intereses del pueblo estadounidense. El caso Epstein logra repetir esta dinámica de cuestionamiento hacia el lobby proisraelí, conectando al acusado suicidado de abuso sexual y tráfico de menores con los servicios de inteligencia de Tel-Aviv, además de supuestamente dirigir una compleja red de chantaje contra figuras involucradas en sus crímenes.

Resulta muy interesante que hasta ahora el movimiento MAGA, para diferenciarlo del "trumpismo", se esté dividiendo por errores de sus adversarios o del sistema. El mayor involucramiento de EE. UU. en el conflicto con Irán fracasó en su objetivo de mermar su capacidad militar, introduciendo más inestabilidad en una región con distintas guerras ocurriendo simultáneamente. En muchas de ellas está involucrado Israel, quien al mismo tiempo está llevando a cabo acciones calificadas de genocidio por críticos. Algo que era claramente evitable, según esta visión, si Trump hubiese intervenido de manera más decisiva.

La gestión del caso Epstein fue un error absolutamente estúpido desde esta perspectiva. La fiscal general anunció que publicaría todos los archivos relativos al caso Epstein, cumpliendo una promesa de campaña, para posteriormente señalar que no publicaría nada. Después de ser fuertemente presionada por el movimiento MAGA, indicó que sólo liberaría una parte y que esto llevaría tiempo. Esta sucesión de titubeos y supuestos encubrimientos ha avivado las sospechas dentro del movimiento MAGA, especialmente entre los sectores más críticos con el establishment y el lobby proisraelí, generando fisuras entre quienes exigen transparencia total y quienes priorizan la lealtad al partido o a Trump. Otro error. Está por verse qué posición tomará el movimiento en caso de que Trump decida intensificar el apoyo a Ucrania en la guerra contra Rusia ante un Putin que espera a que su enemigo cometa otro error.

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