Gonzalo Rojas: Ha fallecido uno de los grandes de la poesía chilena

altA los 93 años falleció este lunes, el destacado poeta lebulense Gonzalo Rojas, tras un deterioro sostenido de su salud y producto de un accidente cerebro vascular.

Gonzalo Rojas está considerado como uno de los mejores poetas chilenos, luego de una larga y prolífica carrera, destacando los premios que obtuvo y entre los que se cuentan los más importantes en lengua castellana. Recibió en 1992 el Premio Nacional de Literatura de Chile y el mismo año, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, finalmente, en 2003, alcanza la cumbre de las letras castellanas, al otorgársele el Premio Cervantes. También fue galardonado con los premios más importantes de Argentina, México y Venezuela.

Rojas procede de una familia minera a quien dedicó poemas de hondo calado, dentro de la corriente vanguardista de las primeras décadas del siglo XX. Entre sus obras más significativas se encuentran «La miseria del hombre» (1942), «Contra la muerte» (1964), «Oscuro» (1977), además de sendas antologías, su obra ha sido objeto de múltiples estudios por parte de la academia.

Tras el golpe de estado de 1973 fue exiliado, residiendo en la República Democrática Alemana (RDA) y en Venezuela. Becado tanto por la Unesco y la Fundación Guggenheim, fue profesor visitante en importantes casas de estudio, como la Universidad de Chicago o la de Columbia. Su obra fue traducida a múltiples idiomas.

Gonzalo Rojas fue profesor en la Universidad de Concepción y participó de la época dorada de la principal casa de estudios del sur de chile, entre sus participaciones más destacadas en la capital penquista se cuentan el Encuentro Nacional de Escritores en 1958, así como el Encuentro de Escritores Americanos, que contó con la visita de grandes figuras de la Literatura continental.

Desde el cargo de director de dufusión de la Universidad de Concepción, pasó a cumplir importantes misiones culturales para el gobierno popular de Salvador Allende, primero en China y luego en Cuba, donde lo sorprendió el golpe de estado. De entre la obra de Rojas, seleccionamos estos tres poemas que hablan de su mirada y adscripción a la realidad social y política de la región y de Chile, lo dejamos como un homenaje a esta figura de siempre en nuestra cultura.   

FOTO: Gonzalo Rojas y estudiantes de pedagogía en Español en la Universidad de Concepción, año 2007

Carbón
Es él. Está lloviendo.
Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor
a caballo mojado. Es Juan Antonio
Rojas sobre un caballo atravesando un río.
No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
como mina inundada, y un rayo la estremece.

Madre, ya va a llegar: abramos el portón,
dame esa luz, yo quiero recibirlo
antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino
para que se reponga, y me estreche en un beso,
y me clave las púas de su barba.

Ahí viene el hombre, ahí viene
embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso
contra la explotación, muerto de hambre, allí viene
debajo de su poncho de Castilla.

Ah, minero inmortal, ésta es tu casa
de roble, que tú mismo construiste. Adelante:
te he venido a esperar, yo soy el séptimo
de tus hijos. No importa
que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
porque tú y ella estáis multiplicados. No
importa que la noche nos haya sido negra
por igual a los dos.
--Pasa, no estés ahí
mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.

SEBASTIÁN ACEVEDO

Sólo veo al inmolado de Concepción que hizo humo
de su carne y ardió por Chile entero en las gradas
de la catedral frente a la tropa sin
pestañear, sin llorar, encendido y
estallado por un grisú que no es de este Mundo: sólo
veo al inmolado.

Sólo veo ahí llamear a Acevedo
por nosotros con decisión de varón, estricto
y justiciero, pino y
adobe, alumbrando el vuelo
de los desaparecidos a todo lo
aullante de la costa: sólo veo al inmolado.

Sólo veo la bandera alba de su camisa
arder hasta enrojecer las cuatro puntas
de la plaza, sólo a los tilos por
su ánima veo llorar un
nitrógeno áspero pidiendo a gritos al
cielo el rehallazgo de un toqui
que nos saque de esto: sólo veo al inmolado.

Sólo al Bío-Bío hondo, padre de las aguas, veo velar
al muerto: curandero
de nuestras heridas desde Arauco
a hoy, casi inmóvil en
su letargo ronco y
sagrado como el rehue, acarrear
las mutilaciones del remolino
de arena y sangre con cadáveres al
fondo, vaticinar
la resurrección: sólo veo al inmolado.

Sólo la mancha veo del amor que
nadie nunca podrá arrancar del cemento, lávenla o
no con aguarrás o soda
cáustica, escobíllenla
con puntas de acero, líjenla
con uñas y balas, despíntenla, desmiéntanla
por todas las pantallas de
la mentira de norte a sur: sólo veo al inmolado.

CIFRADO EN OCTUBRE (Homenaje a Miguel Enríquez)

Y no te atormentes, pensando que la cosa pudo haber
sido de otro modo,
que un hombre como Miguel, y ya sabes a cual Miguel
me refiero,
a qué Miguel único, la mañana del sábado
cinco de octubre, a qué Miguel tan terrestre
a los treinta de ser y combatir, a qué valiente
tan increíble con la juventud de los héroes.

Son los peores días, tú ves, los más amargos aquellos
sobre los cuales no querremos volver,
avísales
a todos que Miguel estuvo más alto que nunca,
que nos dijo adelante cuando la ráfaga escribió su
nombre en las estrellas
que cayó de pie como vivió, rápidamente,
que apostó su corazón al peligro
clandestino, que así como nunca
tuvo miedo supo morir en octubre
de la única muerte luminosa.

Y no te atormentes pensando, diles eso, que anoche
lo echamos al corral de la morgue, que no sabemos
gran cosa, que ya no lo veremos
hasta después.

Pero, lo estamos viendo

SEBASTIÁN ACEVEDO **

Gonzalo Rojas
Sólo veo al inmolado de Concepción que hizo humo
de su carne y ardió por Chile entero en las gradas
de la catedral frente a la tropa sin
pestañear, sin llorar, encendido y
estallado por un grisú que no es de este Mundo: sólo
veo al inmolado.
Sólo veo ahí llamear a Acevedo
por nosotros con decisión de varón, estricto
y justiciero, pino y
adobe, alumbrando el vuelo
de los desaparecidos a todo lo
aullante de la costa: sólo veo al inmolado.
Sólo veo la bandera alba de su camisa
arder hasta enrojecer las cuatro puntas
de la plaza, sólo a los tilos por
su ánima veo llorar un
nitrógeno áspero pidiendo a gritos al
cielo el rehallazgo de un toqui
que nos saque de esto: sólo veo al inmolado.
Sólo al Bío-Bío hondo, padre de las aguas, veo velar
al muerto: curandero
de nuestras heridas desde Arauco
a hoy, casi inmóvil en
su letargo ronco y
sagrado como el rehue, acarrear
las mutilaciones del remolino
de arena y sangre con cadáveres al
fondo, vaticinar
la resurrección: sólo veo al inmolado.
Sólo la mancha veo del amor que
nadie nunca podrá arrancar del cemento, lávenla o
no con aguarrás o sosa
cáustica, escobíllenla
con puntas de acero, líjenla
con uñas y balas, despíntenla, desmiéntanla

por todas las pantallas de
la mentira de norte a sur: sólo veo al inmolado

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