Sr. Director
A seis años del inicio del Estallido Social, la ampliada clase político-institucional, en su alianza favorita con el empresariado nacional y transnacional, ha buscado ganar el gallito por la memoria.
Empujando la criminalización, caricaturizando las legítimas exigencias y negando la desigualdad, se busca promover un discurso que retrata al Estallido como el causante de males que vienen amarrados al neoliberalismo. Lejos de compartir sus privilegios, la alianza público-privada los ha blindado.
Hoy no es solo la derecha cavernaria, sino que el amplio espectro político el que ha instalado esta idea. Hoy, quienes se autoproclamaron como voceros de la indignación desde sus cómodas militancias, forman parte de ese entramado que está cruzado por oficinas, asesorías y sueldos rimbombantes que no se acercan a la realidad del país. Y estos mismos se han sumado al discurso del oasis, de que hay que esperar, de culpar a las personas por quienes votan.
Como si ellos no hubieran allanado el camino para el auge de los vociferantes de la ultraderecha, mientras las mismas causas que se expresaron en el Estallido siguen sin resolverse.
Y la batalla por la memoria incluye eso. No es solo un posicionamiento contra lo cavernario y el sarcófago, sino que también contra quienes renunciaron a las legítimas exigencias y, cual camaleón, se mimetizaron con la clase política.
La memoria es incómoda, y es de los pueblos. Y a seis años del Estallido, sigue vigente, y en disputa.
Por Marcos Silva Mardones